Pasaporte covid

China prohíbe bares y karaokes a los no vacunados

Grandes ciudades ya solo permiten el acceso a bibliotecas, hoteles, restaurantes, discotecas, etcétera a quienes tengan carnet covid

Tarde de compras en Hong Kong

Tarde de compras en Hong Kong / BERTHA WANG

Adrián Foncillas

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La banda de rock Sound Fragment anunció semanas atrás que en Shenzhen solo tocaría para vacunados y devolvería la entrada al resto, a los periodistas se les exigió la doble dosis para asistir al centenario del Partido Comunista en la pequinesa plaza de Tiananmén y muchos niños no iniciarán el curso sin sus pinchazos. Aumentan las restricciones para los no vacunados a pesar de que la campaña, sigue insistiendo el Gobierno, es voluntaria. Voluntaria con características chinas.  

Las presiones no alcanzan la escala nacional pero cada vez más autoridades locales segregan a los no vacunados de los espacios públicos. Ciudades y regiones de una decena de provincias como Zhejiang, Fujian, Jiangxi o Shaanxi han alertado de que solo los que muestren su código de vacunación en el móvil entrarán en bibliotecas, hoteles, restaurantes, prisiones, hospitales, karaokes, cines, geriátricos... Únicamente quienes acrediten dolencias que desaconsejan la vacunación quedarán exentos. El trabajo y sueldo de los funcionarios reticentes también peligra y varias ciudades de las provincias de Guangxi, Jiangxi y Henan han advertido de que los niños serán rechazados en septiembre si sus familias no han sido inmunizadas. “Espabilad y conseguid la dosis si no queréis poner en peligro el regreso de vuestros hijos a la escuela”, animaba una directiva.  

Las prohibiciones no son nuevas. Meses atrás ya fueron aprobadas algunas que fueron anuladas tan pronto el Gobierno afeó el exceso de celo. La Comisión Nacional de Salud ha repetido recientemente que las vacunas son “consensuadas y voluntarias” pero esta vez las restricciones siguen vigentes. En las redes sociales se lamenta que entre la norma y su aplicación falla la sintonía y ha aflorado el debate sobre la frontera entre la seguridad y las libertades sociales.

Son las consideraciones éticas de la vacunación forzosa durante una pandemia que también alcanzan a las democracias occidentales. Tampoco hay acuerdo en China. “Es difícil luchar contra la desinformación. Mucha gente morirá si se repite lo que ocurrió en Wuhan. Las vacunas no causan ningún daño, es la forma más fácil de prevención”, sostenía Jin Dong-yan, virólogo de la Universidad de Hong Kong, en el diario 'South China Morning Post'. Un diario cantonés, por el contrario, juzgaba que vincular las vacunas a la escolarización “cruza los límites de la autoridad del poder”. Al pueblo llano le queda el pragmatismo. Liu, empleada en una compañía pequinesa de seguros, ha desoído tercamente los consejos de sus jefes pero el nuevo escenario le plantea dudas. “Es absurdo vacunarse porque no tenemos casos pero lo haré si esas restricciones llegan a Pekín y alcanzan a centros comerciales”, concede.  

Viejos escándalos

China empezó antes que nadie la vacunación con los gremios más expuestos pero pisó el freno con el rápido control de la pandemia y se centró en la exportación. Y, meses atrás, aceleró. En junio ya había inmunizado al 40 % de su población, unos 630 millones de habitantes, y persigue el 70 % a finales de año. En la carrera se topó con resistencias porque su éxito contra el virus planteaba dudas sobre la necesidad a una población que aún recuerda los viejos escándalos de su industria farmacéutica. Fueron vencidos con las apelaciones al interés común, siempre eficaces en una sociedad de raíz confuciana, y con estímulos variados: docenas de huevos, descuentos en supermercados, noches de hotel… Las pegatinas a las puertas de las callejuelas en un barrio tradicional de Pekín informaban del porcentaje de vacunados para avergonzar a los reacios.  

El mes pasado había recibido su doble dosis el 80 % de los pequineses y el 67 % de los shanghaineses. En la isla tropical de Hainan, destino forzoso de los que ansían la playa por la imposibilidad de volar al extranjero, se alcanzó el 73 %. Ocurre que el proceso es más lento en las zonas rurales y quedan los numantinos. El ritmo de vacunación, que alcanzó cotas de 22 millones de dosis diarias, ha menguado a la mitad y retrasa la ansiada inmunidad de rebaño.  

Un examen superficial lleva a preguntarse por la obsesión con alcanzarla: China suma más de un año en la vieja normalidad y sofoca los esporádicos rebrotes con prestancia. La nueva variante delta inquieta a sus autoridades porque sus embates en Tailandia o Indonesia alumbran dudas sobre la eficacia de las vacunas patrias.

China está levantando un centro de cuarentena del tamaño de 20 campos de fútbol en Guangzhou para los llegados del extranjero porque considera que los hoteles son incapaces de frenar la alta capacidad de contagio de la nueva variante, ha ampliado el aislamiento hasta las tres o cuatro semanas, interna en hospitales a los que muestran analíticas mínimamente sospechosas y ha elevado el umbral de la inmunidad de rebaño del anterior 70% hasta el 80 u 85%. El desasosiego explica la exclusión de los no vacunados de los espacios públicos.  

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