Educación

Las heroínas del curso del covid

Bea y Natalia representan a la generación de maestros que lograron mantener los coles abiertos durante la pandemia. Terminan cansadas y agradecidas, y piden un futuro de consignas más claras

Bea Galán y Natalia Pomareda, profesoras de secundaria, hacen balance del curso.

Bea Galán y Natalia Pomareda, profesoras de secundaria, hacen balance del curso. / Ferran Nadeu

Carlos Márquez Daniel

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Tras dos horas y media de conversación, Bea y Natalia comparten un cierto alivio. "¿Cuándo repetimos?", bromean. Parece que les ha venido bien abrir su particular caja de los recuerdos del curso del covid. Se han quedado a gusto, vamos. Son profesoras en centros y lugares muy distintos. Pero profesoras al fin y al cabo, con todo lo bueno y todo lo malo. Están cansadas, con ganas de desconectar, contentas por el comportamiento de los alumnos y, con algún matiz, también la actitud de las familias. Para el próximo año quieren algo más de claridad en las órdenes, que las dejen hacer, que la gente crea en ellas, que no se las juzgue, que se las aparte de las tertulias de bar. Anhelan, en definitiva, la confianza de quien les cede durante ocho horas su bien más preciado.

La cita es en los afrancesados jardines de Can Sentmenat, un rincón en lo alto de Sarrià afortunadamente poco conocido. Bea Galán es profesora en el colegio Sant Ignasi; concertado. Natalia Pomareda es maestra en el Institut Bellvitge; público. Nada que ver el uno con el otro, pero no encontrarán en estas líneas una batalla entre sistemas ni tópico alguno sobre gente con más o menos posibles. Se trata de charlar sobre lo que ha sido el curso más peculiar de las últimas décadas, en el que todo ha cambiado con el objetivo de poder mantener, como siempre defendió el Departament d'Educació, las aulas abiertas. Y sí, hay diferencias, que en suma, y dejando de lado el debate necesario sobre la falta de recursos en la enseñanza pública, han generado más potencialidades que desigualdades.

Bea Galán y Natalia Pomareda, profesoras de secundaria, hacen balance del curso.

Bea Galán y Natalia Pomareda, profesoras de secundaria, charlan sobre el curso del covid en los jardines de Sentmenat, en Sarrià / Ferran Nadeu

El curso empezó con más dudas que temores, con docentes que no sabían si podían andar por el aula, que se liaban con las líneas en el suelo, que no tenían claro si también debían entrar de manera escalonada, que se creían aquello de que los niños eran bombas bacteriológicas con voz de pito. Aquel poso de incertidumbre se consolidó y solo quedaron los vaivenes políticos que iban alterando sus rutinas. Bea cree que todo iría un poco mejor si las decisiones las tomara alguien "que hubiera pasado algún tiempo en las aulas". Es un deseo que comparten para el próximo curso, que cosas como quitar la mascarilla o eliminar la distancia entre pupitres no hay problema en asumirlas de un día para el otro, pero todo lo que tenga que ver con la organización más estructural de los centros, como la división en grupos burbuja, se establezca de inicio con criterios claros. Y para todo el curso.

Bea Galán, profe del Sant Ignasi

Bea Galán, profe del Sant Ignasi / Ferran Nadeu

El tópico de siempre

Ninguna de las dos critica a los gestores públicos. Ni a la sociedad; esa que sigue pensando que menuda jeta, que ahora empiezan tres meses de vacaciones. "Ya estamos acostumbradas". Natalia sí lamenta que la gestión de los casos covid haya recaído en el equipo directivo, un nombre muy superlativo puesto que se trata de un grupo de profes que tienen su propia clase al margen de liderar la escuela. "Hemos tenido refuerzo para las asignaturas, pero habría venido bien ayuda para hacer la lista de los contactos directos (familiares y conocidos) de los positivos que salieran del instituto". Un problema que el Sant Ignasi ha podido sortear gracias a su personal de administración.

"Cuando empezó el curso, estaba convencida de que nos mandaban a casa, pero todo ha sido más cómodo de lo esperado"

Ese 14 de septiembre no habrían apostado un solo real a que los colegios conseguirían mantenerse en activo hasta el 22 de junio. "Veníamos de un final de curso muy malo, en el que apenas pudimos despedirnos de los niños, con un confinamiento que fue desastroso para la educación, y no, no tenía ninguna fe. Pensaba que se trataría de mirarles muy intensamente durante 15 días y de vuelta todos a casa, pero ha fluido, ha sido más cómodo de lo que yo pensaba", asiente Bea. Más fácil, pero también más agotador. Natalia se confiesa "cansada física y mentalmente". Si en años anteriores se apuntaba sin dudarlo a formaciones durante el verano, este año lo hará porque cambia de centro y no le queda más remedio. Pero quiere desconectar, respirar hondo, deshacerse de una cierta sensación de irritación.

Natalia Pomareda, profesora en el Institut Bellvitge de L'Hospitalet

Natalia Pomareda, profesora en el Institut Bellvitge de L'Hospitalet / Ferran Nadeu

Puede que la mascarilla tenga parte de culpa. En septiembre hacía calor y notaron como que los años pesaban de golpe. Subir escaleras en el cole era un Everest diario. Era la protección bucal. Hubo profesores veteranos, señala Bea, que llegaron a marearse porque dar una clase magistral no es del todo compatible con las estrecheces de oxígeno de una mascarilla FFP2, que aísla del virus pero hay momentos en los que parece llevarse la vida. Natalia compró de su bolsillo un pequeño altavoz con micro, como el que suelen llevar los guías de viaje. 50 euros. En los jesuitas corrió a cargo del centro. Aquello alivió la situación. "No creo que hubiera podido terminar el curso -sostiene la profe del Institut Bellvitge-solo con la fuerza de mi voz". A Bea la mascarilla le ha servido para darse cuenta de que está "medio sorda", de que muchas veces un alumno le hablaba pero que, como las voces de la mamá Fratelli en la cueva 'Los Goonies', era imposible saber de dónde venían. "A los chicos les ha ido bien para participar menos en clase, porque para ellos era una especie de bozal, una pantalla para protegerse de nuestras preguntas".

"Compré un micro con altavoz para no dañar más las cuerdas vocales, no habría podido acabar el curso con la mascarilla"

Sobre los alumnos, ni un reproche. O ninguno más de los que soltarían en un año sin pandemia. Es decir, los que tienen más cara que espalda han seguido blandiendo su pasotismo. Pero el grueso de estudiantes, explican, se han adaptado a la situación mejor que ellas. En el Bellvitge, sin embargo, detectaron al principio un aumento de las peleas. Las restricciones en el patio evitaban que los chavales corrieran, tras un balón o tras lo que fuera y se crearon pequeñas bandas que se dedicaban a observarse las unas a las otras. "Las cosas cambiaron mucho cuando se volvieron a permitir las pelotas y, sobre todo, cuando se permitieron las actividades extraescolares". Les dio un poco el aire a base de actividad física y las tonterías achicaron. Unas actitudes que en el caso del instituto sito en L'Hospitalet vienen reforzadas en muchas ocasiones por situaciones familiares complejas que con la pandemia se han complicado todavía más. Otro espejo de esta realidad: las consultas al psicólogo del centro han crecido de manera sustancial respecto a cursos anteriores.

Padres hiperbolizados

Sobre los padres hay cierta disparidad de opiniones. Natalia dice que sus familias han dejado hacer, y que solo ha habido quejas con la anulación de las colonias. Bea toma aire antes de responder. Prudente pero sincera a la vez, resume: "Creo que la pandemia nos ha hiperbolizado a todos, es decir, los padres agradecidos lo han sido más que nunca, y los quejosos han multiplicado su actitud de meterse en las decisiones de la escuela".

¿Mas cosas buenas? Las hay, claro que sí. Tener la puerta de las aulas abiertas, por ejemplo, una medida covid con otro mensaje: la educación empieza aquí, pero como el aire (y los virus...), todo fluye.

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