La insalubridad y la falta de recursos enferman a los migrantes sin papeles

Médicos del Mundo denuncia los múltiples problemas de salud física y psíquica que sufren los inmigrantes en la frontera sur española debido a la deficiente acogida

Testimonio de Younes, marroquí que ha abandonado un centro para inmigrantes en Canarias ante las condiciones de insalubridad

Testimonio de Younes, marroquí que ha abandonado un centro para inmigrantes en Canarias ante las condiciones de insalubridad. /

Patricia Martín

Patricia Martín

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“Conseguí un pantalón y un calzoncillo semanas después de llegar. Cuando llovió un día, las aguas fecales entraron en la carpa, fue entonces cuando me fui a vivir a la calle, porque pensé que la situación no podía ser peor a la que tenemos en el centro”. Este es el testimonio de Younes, un joven marroquí  que llegó a Canarias después de un agonizante viaje en patera, achicando agua durante seis días, y que tras pasar por diversos centros de acogida, ha preferido malvivir en la calle antes que sufrir hacinamiento e insalubridad en los lugares habilitados por España.

Como él, muchos otros inmigrantes sin papeles recién llegados a Canarias o los enclaves de la frontera sur de España sufren unas condiciones de vida tan precarias, que su estado de salud se resiente y, en muchos casos, empeora en España, según denuncia el informe ‘La salud naufraga en la frontera sur’, presentado este martes por Médicos Del Mundo.

Crisis de ansiedad, insomnio, dolores de cabeza y de espalda, estreñimiento, vómitos, diarreas, brotes de sarna y hongos son algunas de las enfermedades más frecuentes que sufren, debido a que si el sistema de acogida “hace años que se encuentra infradotado y sin un protocolo adecuado”, tal como alertó el Defensor del Pueblo en 2018, el incremento de llegadas en 2020, provocado por la pandemia, ha desencadenado “una respuesta improvisada y descoordinada en la habilitación de espacios que no cumplen las condiciones mínimas para una estancia digna”, según la oenegé.

Las llegadas

En 2020 se registraron unas 23.000 llegadas a Canarias, un 75% más que el año anterior; mientras que en Melilla 2.000 migrantes estuvieron bloqueados durante el confinamiento duro, lo que provocó que un centro de estancia temporal con 780 plazas tuviera que albergar a 1.700 personas. El estudio no incluye la reciente crisis migratoria con Marruecos en Ceuta, pero dado el volumen de entradas, previsiblemente se han producido situaciones similares.  

Los espacios habilitados ofrecen mala alimentación, no disponen de suficiente agua potable, inodoros y duchas, según los testimonios recabados. Además, los migrantes tienen que dormir en catres, sin intimidad y con un ajetreo constante que les impide dormir las horas necesarias. “Es difícil hacerlo peor, les hacemos enfermar y no les curamos”, denuncia Nieves Turienzo, presidenta del colectivo.

En estas circunstancias, los inmigrantes llegados en los últimos meses tienen un estado “crítico de salud mental”, dado que cargan con el sufrimiento generado por la decisión de migrar y, tras viajes extremadamente peligrosos, ven que su situación está muy alejada del ideal de la vida europea. “La falta de expectativas, de información y apoyo psicológico conviven con el miedo a ser repatriados y a tener que afrontar un nuevo fracaso”, señala el informe, que liga esta situación a la escasez de intérpretes que permitan a los migrantes comunicar sus dolencias físicas y psíquicas a los profesionales sanitarios.

El sufrimiento

“Cuando una persona viene sufriendo después de una travesía muy dura, hay que atenderles y hay que hacerlo con humanidad y dignidad. Sin embargo, las condiciones de acogida no han servido para reparar ningún sufrimiento, sino para crearlo”, añade Inmaculada González, responsable de migración de la oenegé en Cararias, quien asegura que “ha primado la lógica del control de fronteras a la humanitaria”.

Por ejemplo, Yousef, el marroquí con el que comienza este artículo, explica que “psicológicamente” enferman más que físicamente. “Cuando no hablas con tus padres, se asustan y temen por ti. Cuando hablas con ellos, empiezan a llorar y cuando lloran, tú también lo pasas más. Esto es lo que nos destruye psicológicamente, la ausencia de nuestros padres”, confiesa.