No son viciosos, sino esclavos

Adictos al sexo

Una de cada 25 personas, según los estudios, vive el sexo como un tormento

Los abusos en la infancia, las carencias afectivas y la baja autoestima están detrás de una adicción igual de destructiva que la droga más dura

Una persona mira el anuncio de un hombre ofreciendo sexo

Una persona mira el anuncio de un hombre ofreciendo sexo / Fernando Bustamante

J.M. Bort

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El circuito compulsivo de Ramón se enciende generalmente sin previo aviso. A veces con una caña. O con un simple cigarro. Otras con la visión de un anuncio de lencería en la parada del bus. No hay un patrón definido. Ocurre, se enciende un click, y ya está. «Cuando tenía 20 años ya lo pasaba mal. No me bastaba con masturbarme una vez, sino que tenía que ver más y más porno, hasta que empecé a ir a casas de prostitutas. Tienes paréntesis que te hacen creer que no tienes un problema, pero el día menos esperado vuelves, y repites por la tarde, al día siguiente y así durante semanas hasta que vuelves a parar».

Quién habla es Ramón (nombre ficticio), un hombre entrado en los 40 que recibe terapia para su adicción al sexo. En términos clínicos no es un vicioso, sino un enfermo. Perdió dos parejas, amigos y mucho dinero. Ahora intenta recuperarlo. «Mi vida era una mierda. En dos semanas me podía gastar 1.000 euros y luego me quería suicidar», recuerda. «Pedí ayuda. Ya no quedaba con mis amigos porque prefería buscar sexo, dejé muy de lado mi trabajo y estaba a punto de perderlo todo. Mi pareja actual me está ayudando con la terapia», apunta.

Ramón es uno de los pacientes que recibe terapia en el Instituto Valenciano de Ludopatías y Adicciones no Tóxicas de València, el centro pionero en España en tratar a personas con problemas adictivos más allá de las drogas. También los hay en Proyecto Hombre y en muchos gabinetes psicológicos, donde atienden a personas que buscan ayuda para liberarse de su yugo particular. Cocainómanos. Alcohólicos. Ludópatas de bingo y de apuestas deportivas. Y adictos al sexo. Algunos, a varias cosas o a todo a la vez. Hombres y mujeres. Jóvenes y maduros. La insatisfacción, las carencias afectivas, los abusos sexuales en la infancia y, a veces las drogas, están detrás de un síndrome capaz de destruir a quien lo padece. De una máquina tragaperras se puede huir; de uno mismo, no.

La adicción al sexo es un trastorno psicológico, muy cerca de ser reconocida como enfermedad por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), la biblia en estos asuntos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya la incluyó formalmente, a falta de ser aprobada por los países miembros, como tal. La importancia de reconocer este problema como una patología es la posibilidad de que aquellos que han dejado de disfrutar el sexo y han pasado a sufrirlo pidan ayuda.

«Pronto lo estará. Para que algo se considere adicción, como la droga, se han de dar dos condiciones: tolerancia y abstinencia. Es decir, que cada vez la consumamos con más frecuencia y que produzca síntomas cuando no lo hacemos. Si eso lo trasladamos a una conducta sexual, ya sea masturbación, cibersexo, promiscuidad o prostitución, produce lo mismo y cada vez interfiere más negativamente en tu vida. Se caracteriza por un instinto irrefrenable que la persona no puede controlar. El adicto al sexo pierde el control de su rutina, de su economía y sufre cambios severos de humor, ya que su estado emocional está siendo controlado por una actividad sexual que ha escapado a su control», explica la responsable del centro, Consuelo Tomás. «Un adicto al sexo es aquel o aquella que tiene prácticas sexuales que son muy breves y generalmente poco satisfactorias, repetitivas y muy anónimas. Está totalmente diferenciada de los afectos y aparece un síndrome de abstinencia cuando se para», añade.

Pilar, de 38 años, paciente del mismo centro y también de nombre simulado, acudió a terapia el día después de que un amigo de su marido la viese entrando en un hotel con otro hombre. Hacía tiempo que mantenía contactos virtuales en páginas de internet. Hasta que cruzó otra frontera: las quedadas pasaron de la webcam a la cama. Entre los 9 y los 13 años sufrió abusos sexuales de un familiar y su conducta sexual quedó marcada de por vida. Tiene una necesidad irrefrenable, dice, de acostarse con el primero que pille. Morbo, le llama. «Hay estudios que relacionan los abusos sexuales en la infancia con la adicción en la edad adulta», apunta Consuelo Tomás.

Pero si hay un patrón muy corriente es de la persona con baja autoestima. Pilar, como otros pacientes, busca encuentros sexuales anónimos para huir del displacer, como el que compra medio gramo de coca a las 6 de la tarde para evitar un final de día horrible. Por eso, decir que la mayoría de las personas infieles o las que experimentan todo tipo de parafilias son adictas sería como decir que lo son los que se masturban o ven pornografía. La adicción al sexo no tiene nada que ver con disfrutar de una sexualidad abierta y variada. «Nosotros no juzgamos. Cada uno elige su sexualidad. El problema es cuando se convierte en un tormento», añade. Se aplica el sentido común: «Hacerlo» todos los días no es malo. ¿Acaso decimos que alguien es adicto cuando ve dos partidos de fútbol al día?

Los estudios sugieren que hasta uno de cada 25 adultos está afectado por una conducta sexual compulsiva, una obsesión con pensamientos sexuales, sentimientos o comportamientos que no se pueden controlar. Como las drogas o la ludopatía, el sexo enciende los mismos interruptores del placer en el lóbulo frontal. «Todo lo que genera placer puede producir adicción. Aquí la mayoría vienen por la adicción a alguna sustancia, pero no son pocos en quienes durante la terapia aflora su problema compulsivo con el sexo y lo abordamos, lógicamente, como es debido», explica Vicent Andrés, director de Proyecto Hombre Valencia.

No ocurre siempre, pero algunos comportamientos ponen en marcha la liberación a chorros de dopamina en el cerebro de Miguel, de 35 años. Dejó de tomar alcohol para minimizar riesgos después de empezar la terapia. A los 20 años ya conectaba con páginas de porno online antes de comenzar a pagar por tener sexo. Cuando escucha a alguien contar su adicción a la coca o al alcohol, siente que esa es su historia: el sudor, los temblores, la angustia, los remordiminetos, el miedo, el deseo desenfrenado de conseguir lo que necesitas.

Miguel perdió una casa y dos puestos de trabajo por su espiral adictiva. Su anterior pareja le dejó. La alarma roja se encendió hace unos meses cuando su problema se hizo mucho más gordo: no podía evitar flirtear con las amigas de su novia actual en las redes sociales y empezó a ser señalado. «Hay gente que diría que soy un golfo, pero no. Lo que soy es un esclavo. No puedo parar de tener fantasías sexuales y de tener relaciones promiscuas. Cuando bajo las escaleras de la casa particular de una prostituta, ya estoy pensando en volver a follar. No soy dueño de mí mismo», dijo el día de su presentación ante el psicólogo. Él mismo ha anulado sus tarjetas. Ha ordenado al banco que no le deje sacar dinero. Ha cerrado su línea de fibra óptica de 500 megas para no pasarse las horas muertas merodeando por páginas porno. Miguel está en la ruina, admite, y no solo económica. Nunca más podrá llevar una visa en el bolsillo.

¿Cómo se cura la adicción al sexo? «Primero hay que reconocerlo y pedir ayuda. Hay que entender que el sexo es una conducta saludable, sana, pero deja de serlo cuanto tu esfera emocional gira en torno a ello. El sexo no se puede eliminar, pero si podemos canalizar esas conductas, aprendiendo a controlar ese impulso sexual compaginándolo con la recuperación de esas cosas que nos dan bienestar en la vida, como quedar con los amigos o hacer deporte», explica Tomás.

El estigma social del adicto sexual, aclaran los expertos, es un problema añadido. Aquel que acude a terapia a pedir ayuda no acosa, no viola, no transgrede ni traspasa ciertos límites. Quien lo sufre se autodestruye, pero lidia en solitario con sus demonios.

Los expertos coinciden: ser adicto al sexo es como ser yonqui. Sesiones de horas de sexo que no producen placer y que sólo mitigan por unos instantes la angustia, la ansiedad. El infierno por el que pasa Pilar, que intenta recuperar la custodia de su hijo, sirve para saber de qué hablamos. Ni ella es una puta ni Miguel un machote. Vale ya de chistes fáciles. Ser un adicto al sexo no tiene ninguna gracia. El estigma de esta enfermedad «humillante» mantiene a sus presas en permanente conflicto con sus valores morales.

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