Nueva fase frente a la pandemia

El fin de la alarma desata el miedo al éxodo madrileño

La Comunitat Valenciana, con la incidencia más baja de España, teme que los contagios vuelvan a subir este fin de semana, el primero en el que se permiten desplazamientos entre autonomías

Fiestón

Fiestón / Reuters / Susana Vega

Juan Ruiz Sierra

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El 'antimadrileñismo' nunca ha cotizado tan alto como en estos tiempos pandémicos. A las acusaciones de ‘dumping’ fiscal, conservadurismo intrínseco, turismo arrogante y nacionalismo español agresivo se suman las enormes diferencias en su forma de relacionarse con el coronavirus, sobre todo por parte de los dirigentes políticos, entre la comunidad presidida por Isabel Díaz Ayuso y otras autonomías. La 'madrileñofobia' se dejó sentir con fuerza a comienzos del verano pasado, tras el confinamiento, cuando se inició la llamada nueva normalidad, pero ahora, ya sin estado de alarma, a escasos días del primer fin de semana en el que los madrileños (y todos los demás) se podrán desplazar por España, hay cierto miedo. Sobre todo, en la Comunitat Valenciana, el territorio con las cifras más bajas de incidencia de todo el Estado: 51. En el otro extremo, solo por detrás de Euskadi, se sitúa Madrid: 319.  

El pasado domingo, a raíz de las imágenes de miles de jóvenes en varias zonas de la capital (también en Barcelona) celebrando el fin del toque de queda con macrobotellones, y en algún caso intentando resistir el desalojo policial al grito de “¡Ayuso, Ayuso!”, el ‘president’ de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, recordó lo evidente. “Cualquier persona que venga tiene que cumplir las normas y actuar con la máxima responsabilidad y prudencia”, dijo. 

Puig volvió a insistir este lunes, incluyendo en su mensaje un recado a Ayuso y su “libertad” para “vivir a la madrileña”, algo que según la dirigente del PP implica muchas cosas. Pasárselo “bien”. Empezar “de cero”. No encontrarte “nunca más” con tus antiguas parejas. Consumir en el interior de bares y restaurantes, independientemente del nivel de contagios. “Nosotros hemos hecho un esfuerzo que ha tenido resultados. En otros territorios se ha hecho una política libertaria. Somos una comunidad abierta y hospitalaria. No se trata de denostar el turismo. Solo les pedimos que apliquen la prudencia y cumplan las normas. Es lo único que les pedimos”, explicó el ‘president’. 

En la Comunitat Valenciana, destino favorito para los turistas madrileños, el toque de queda, avalado el pasado viernes por el Tribunal Superior de Justicia de la autonomía, se mantiene entre las 00:00 y las 6:00 horas. Las reuniones han de ser de 10 personas como máximo. La restauración, cerrada durante varios meses, ha vuelto a abrir. En Madrid no hay toque de queda. Tampoco límites a las reuniones sociales. Bares y restaurantes, tras el obligado cierre en el primer estado de alarma, han estado siempre abiertos, una medida sobre la que Ayuso basó su exitosa campaña de las elecciones del 4 de mayo

Una situación muy dispar

El antimadrileñismo comenzó a exhibirse sin tapujos el pasado junio. Sobre todo, en Twitter, donde hashtag como #MadrileñosGoHome (Madrileños, volved a casa) y #HartosdeMadrid se convirtieron en tendencia. Tanto, que Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), pidió entonces: “No hay que tener esa madrileñofobia. La situación epidemiológica de Madrid es muy similar a la de cualquier otra parte de España”. 

La diferencia con la situación actual, más allá de las vacunas, es que esta vez la situación epidemiológica no es “muy similar”. La incidencia en la Comunitat Valenciana es de 51; en Madrid, de 319. La disparidad es aún mayor con Euskadi, cuya incidencia se sitúa en 454. Hay miles de jubilados vascos en Benidorm, por ejemplo. Pero Madrid es distinto. 

Según Andrés Boix, profesor de Derecho Administrativo de la Universitat de València (UV), hay “dos factores relevantes” que explican el auge del hartazgo con la capital. “Por un lado, cada vez hay más gente consciente del efecto succionador que tiene Madrid sobre el resto del Estado. Por otro, con el inicio de la pandemia, se generalizó el malestar por la manera de diseñar las normas, siempre pensando en Madrid. Hubo confinamientos en pueblos de 37 habitantes y una cabra cuando no eran necesarios, pero como en Madrid estaban confinados había que confinar a todo el mundo”, señala.

Desde Xàbia, una localidad de poco más de 25.000 habitantes en la costa alicantina, a la que acuden cada año cientos de madrileños, la mayoría de clase alta, el politólogo Franscesc Miralles coincide: “Hay hartazgo y hay miedo”. Miralles recuerda cómo el malestar en su pueblo se extendió el año pasado, durante el primer confinamiento, cuando muchos habitantes de la capital la abandonaron para quedarse en sus chalets junto al mar. “Aquello fue la gota que colmó el vaso –explica-. Y ahora, tras cumplir con las restricciones mientras escuchaba a Ayuso cargar contra ellas, la gente se pregunta: ‘¿Me he sacrificado tanto para que luego vengan los madrileños y suban los contagios?’”.   

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