LONGEVIDAD

"¿Yo, en una residencia? No, por favor"

La generación del 'baby boom' se reencuentra estos días en las colas de vacunación. Pocos han pensado ni ahorrado para su vejez, pero tienen clarísimo que no quieren acabar en geriátricos ni residencias de la tercera edad. También asumen con naturalidad que sus hijos no van a cuidar de ellos, ni tampoco esperan apoyos de las administraciones. "Tocará estar sanos y ahorrar", dice Germán, de 69 años.

15 4 2021 - Barcelona -  Angels Salvador en su centro de estetica dinde trabaja desde hace 40 anos en la calle Pintor Fortuny - Atendiendo a una clienta de toda la vida y vecina del barrio  Teresa Domenech - Foto Anna Mas

15 4 2021 - Barcelona - Angels Salvador en su centro de estetica dinde trabaja desde hace 40 anos en la calle Pintor Fortuny - Atendiendo a una clienta de toda la vida y vecina del barrio Teresa Domenech - Foto Anna Mas / Anna Mas

Elisenda Colell

Elisenda Colell

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"Me da miedo, lo veo muy negro". Así es como José Manuel, un barcelonés prejubilado de 64 años, vislumbra los años de la vejez que le espera. Ángeles Salvador, una esteticien de 65 años la ve "cruda y cerca". Ambos lo explican en plena cola para de la vacuna AztraZeneca, junto a cientos de personas de su misma generación. Pocos han pensado como serán sus últimos años de vida, pero nadie quiere oír hablar de geriátricos. "Por favor, espero no terminar en una residencia", resopla Antonia Canal, de 61 años, clavando la mirada en su hija de 20. Muchos confían en sus pequeños ahorros para afrontar una dependencia que se atisba aún lejana y nadie confía en que las administraciones les ayuden a financiar sus cuidados.

"Claro que pienso en la vejez... ¡Y yo en las residencias no confío!", exclama Salvador. Egarense nacida en el 1955, lleva media vida regentando un centro de estética en pleno Raval barcelonés. "Mi hijo ha trabajado en algunos geriátricos, por eso lo digo. En algunos los abuelos están muy bien tratados, como en un hotel de cinco estrellas, pero en otros están muy mal atendidos. Y yo, los hoteles de cinco estrellas ya te digo que no me los podré permitir", dice la mujer. "Ni yo", se une Francisca Llançà, propietaria de una herboristería centenaria y que a los 76 años agacha la cabeza al pensar como serán sus últimos años de vida.

La suerte de la suegra

Ángeles vive en Terrassa (Vallès Occidental) con su suegra de 92 años. "Vivía sola en su piso de Barcelona y la situación era insostenible. Si no nos tuviera a nosotros hubiera terminado en una residencia", supone la esteticista. ¿Y a usted le gustaría que le hicieran lo mismo que a su suegra cuando esté como ella? "Yo espero poder estar bien de salud, y que me cuiden en mi casa. No quiero molestar a mis hijos", expone. Llançà, en cambio, es viuda y no tiene hijos. "Me preocupa bastante. En cuanto cierre el negocio no sé que va a ser de mí", comenta. Vive en un piso de alquiler, justo encima de la tienda que también está alquilada. "Tendré que volver a mi piso donde ahora tengo inquilinos, y me quedaré con la pensión de 700 euros como únicos ingresos para vivir. Yo no sé de donde sacaré el dinero para pagarme a alguien que me cuide", lamenta.

Francisca Llansà, a sus 76 años, sigue trabajando en su herboristería, el pasado viernes. No tiene descendencia y teme jubilarse por no tener recursos para pagarse un cuidador.  

Francisca Llansà, a sus 76 años, sigue trabajando en su herboristería, el pasado viernes. No tiene descendencia y teme jubilarse por no tener recursos para pagarse un cuidador.   / JOAN CORTADELLAS

En medio de la cola para la vacuna se suma a la conversación Basilia del Pino, portera de finca jubilada y vecina de Les Corts de 69 años. "Yo haré lo que mis hijas me manden, claro, pero también preferiría tener a alguien que me cuidara en mi casa", explica. Una de sus hijas vive en Londres. La otra, en Sabadell, con dos niños. "No les quiero molestar... Muchas veces pienso en esto, y me caliento la cabeza. Tengo miedo de no tener dinero para que se hagan cargo de mí", se sincera. Ninguna de ellas cree que las administraciones resolverán su situación. Aunque Basilia propone una solución. "Lo que tendrían que hacer es dejarnos sin pensión pero pagarnos un sitio donde estemos bien atendidos, como Dios manda".

Sin ascensor

Quien también ha visto los estragos de la vejez de frente es Antonia Casal, nacida en 1960. De joven trabajó en el bar de sus padres y ahora es dependienta en el comercio de su marido. Lleva años luchando para que su madre, de 86 años, pueda vivir en un piso tutelado y adaptado. "Vive sola y es bastante autónoma, pero está en un cuarto piso sin ascensor y hace 20 años que sufre fatiga crónica", explica la hija. Conociendo de esta historia, cree que cuando ella envejezca tampoco tendrá suerte. "Con mi marido hemos ido ahorrando y tenemos un plan de pensiones para que cuando lo necesitemos alguien pueda cuidar de nosotros en casa", expone. ¿Iría a una residencia? "Espero que no, por favor", dice mirando a su hija de reojo. "Ya no me gustaba de antes pero lo que ha pasado con la pandemia ha sido demasiado bestia. Yo no quiero eso para mí", agrega.

A quien tampoco le hacen mucha gracia los geriátricos es a Germán Martínez. Tiene 69 años y vive en Mataró (Maresme). "Para mí es la última opción, antes preferiría estar en casa", explica. ¿Le gustaría que sus hijos le cuidarán? "Esto se lo tienes que preguntar a ellos", suelta. Su hijo menor, de 24 años y estudiante universitario, no lo ve muy claro. "No me imagino estando las 24 horas del día con él", reconoce. El padre se encoje de hombros. "Tocará estar sanos y ahorrar", sonríe.