EXODO DE LA GRAN CIUDAD
El Domingo de Ramos inicia la resurrección de las poblaciones turísticas
La Semana Santa devuelve la vida a los municipios de verano y fin de semana, con la duda de si es otra pizca de vuelta a la normalidad o si volveremos al vía crucis del confinamiento
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
Carlos Márquez Daniel
Semana Santa es esa época en la que uno no tiene claro si ya puede calzarse la chancleta o debe mantener el abrigo. Al salir a la calle, resuelve que la duda es global, que tanto hay gente en la playa en bañador como vecinos en la baranda del paseo tapados hasta el cuello sin entender nada. Estos son los primeros días de asueto más o menos libre de 2021. Tras el fin del cerrojo comarcal, pero todavía con el toque de queda, la Catalunya de los forasteros vive su particular Domingo de Ramos. Vítores silenciosos de los que hacia tiempo que echaban de menos a los visitantes. Por necesidad, no nos vayamos a engañar, aunque el roce haga el cariño. Jesús lo petó con esa entrada triunfal en Jerusalén, según rezan las escrituras. Pero cuidado, que a los cinco días fue crucificado en Judea. Así está la cosa, con paladas de catalanes disfrutando lejos de casa, en la segunda residencia o en un alojamiento turístico. Si al tercer día hubo resurrección, está por ver qué es lo que seguirá a la tercera ola de covid.
El mercado dominical de Palafrugell presenta una muy buen entrada. La calle de Pi i Maragall es un hervidero de gente con bolsas y mascarilla. Aquí el termómetro lo aporta el cercano aparcamiento de la calle de la Tarongeta: casi lleno. Bien. "La semana pasada ya vinieron unos cuantos, pero ahora se respira mucho más ambiente", sostiene uno de los vendedores de fruta. "Pero veremos lo que dura", aporta una compañera de la parada. En el mercado de carne y embutidos y en el de pescado, separados por un estrecho callejón, también hay un noble movimiento. "Por lo que compran ya te haces una idea de si han venido solo un par de días o se quedan toda la semana, y veo mucho de lo segundo", aplaude una veterana charcutera, que asegura que esto ha sido un páramo durante muchos meses.
La cercana plaza Nova no tiene una sola plaza libre en las múltiples terrazas que achican el espacio público. Los nativos más veteranos ocupan el interior y la pared exterior del Centre Fraternal, como de costumbre, con esa mirada fruncida, entre fiscalizadora y curiosa. La pastelería Can Serra echa humo, pero eso tampoco es nada nuevo, y menos por estas fechas. La responsable de uno de los bares pregunta a un veraneante por su padre, al que no ha visto desde hace tiempo y solía venir todas las mañanas con un par de periódicos. "Falleció hace unos meses", le concreta él. Es uno de los muchos reencuentros de estos días, la mayoría agradables pero también tristes, porque sea por el coronavirus u otras enfermedades que no han podido tratarse como debieran, ya no están todos los que eran.
En Platja d'Aro, optimismo absoluto. En estos dos días han recibido cerca de 60.000 visitantes, un 35% de lo que se acercaban en fin de semana a esta localidad durante la restricción comarcal. La avenida de S'Agaró, que concentra el grueso de la oferta de comercio y restauración, vuelve a llenarse de paseantes. Misma estampa en Blanes, donde la afluencia de gente ha aumentado un 40% desde que se han vuelto a abrir las fronteras comarcales.
La montaña descansa
Reservar mesa en la Costa Brava está muy complicado estos días. Mario y su familia alquilan un apartamento en Llafranc, querían comer fuera y solo han encontrado mesa en Palau-Sator, a 20 kilómetros. Obviamente, no es ningún drama. "Peor sería seguir en Barcelona, somos muy afortunados de poder estar aquí". La gran ciudad, de hecho, no ha quedado ni mucho menos desierta. La playa, con una mañana que acompañaba, presentaba buena entrada, pero muy lejos de las escenas de las semanas sin poder salir de la ciudad: la cosa está ahora mucho más esponjada. También Collserola ha notado un cambio radical, según explica a este diario Jordi Piera, el guarda forestal más veterano del parque natural. Calcula que este fin de semana, la afluencia de paseantes, ciclistas o corredores ha sido entre un 30% y un 40% inferior a lo que solía subir semanas atrás.
Jordi advierte de que la situación en el entorno del Tibidabo empezaba a ser insostenible, con muchos problemas en los aparcamientos y en los miradores. Durante el largo cierre comarcal, los problemas de convivencia e incivismo se han multiplicado en Collserola, que cerró el 2020 con 6,5 millones de visitas (un 30% más que en 2019) a pesar y por culpa de la pandemia. Este guarda, que conoce cada palmo de las 8.295 hectáreas del parque, pone el acento en el botellón, cada vez más habitual en la sierra ante el cierre de los bares y restaurantes. "A pesar de que vamos cerrando miradores para que no se instalen, les basta con moverse un poco más allá para encontrar otro rincón con vistas", denuncia. Lamenta, además, que toda la naturalización que se ganó durante los primeros meses de pandemia se haya ido al traste.
En la primera fase de la operación salida de esta Semana Santa, cerca de 409.000 vehículos salieron del área metropolitana de Barcelona. Es un 13% menos que el éxodo registrado en 2019. Está por ver cuántos se unirán a la procesión a partir del miércoles. Y lo que es más importante, está por ver qué dicen las cifras del covid a partir del lunes, cuando veremos si la ola resucita y si vuelve el 'via crucis' del confinamiento.
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