Procedente del Gobi
Una tormenta de arena procedente de Mongolia cubre Pekín
Los pequineses desempolvan las mascarillas, esta vez por una crisis meteorológica inusual desde hace una década
El cielo adquiere una intensa tonalidad naranja y la visibilidad se reduce a menos de 200 metros en la capital
Adrián Foncillas
Periodista
Adrián Foncillas
Los pequineses han amanecido en el pasado distópico. Ese regusto terroso en el paladar y el cielo de un naranja turbio que diluía el sol obligaron a recuperar del desván los viejos purificadores de aire. La capital padeció ayer la mayor tormenta de arena de la década, según los servicios meteorológicos, y la única de la década, según la memoria de este corresponsal.
El cielo fue oscureciéndose a lo largo del día, dejando atrás aquel naranja postnuclear, pero conservando su solidez. Costaba intuir los arrogantes rascacielos de Sanlitun, el céntrico distrito comercial. La visibilidad se redujo a un par de centenares de metros a media mañana y solo mejoró al atardecer. Antes habían sido cancelados una quinta parte de los vuelos de entrada y salida de los dos aeropuertos. Las autoridades alertaron a conductores, cancelaron las actividades al aire libre en los colegios, recomendaron cerrar puertas y ventanas de casas y desaconsejaron salir a la calle si no era imprescindible. Y protegerse con mascarillas y bufandas si lo era. La alerta amarilla, la segunda en una escala de cuatro, sonó a escasa en ese cuadro apocalíptico.
La jornada acumuló récords históricos de contaminación y devolvió aquella jerga abstrusa que los pequineses manejaban con soltura años atrás. Las partículas PM2,5 superaron los 900 microgramos por metro cuadrado cuando la OMS desaconseja que superen los 25 microgramos. Son las partículas más peligrosas y pequeñas, de un diámetro 30 veces menor al de un cabello humano, capaces de filtrarse en los pulmones y riego sanguíneo. Los 10.000 microgramos por metro cuadrado que alcanzaron las partículas PM10 multiplican por 180 los máximos aconsejados.
Careció de precedentes la tormenta de arena por su virulencia y su extensión. Nació en los desiertos mongoles y alcanzó hasta una docena de provincias, desde las noroccidentales Xinjiang y Gansú a Hebei y Shanxi, al este. Al menos seis personas han muerto y 341 permanecen desaparecidas en Mongolia Interior, según la agencia oficial Xinhua.
El Centro Nacional Meteorológico ha enumerado los ingredientes de la tormenta perfecta: las altas temperaturas en Mongolia, las escasas precipitaciones en la mitad septentrional del país y el ciclón que ha trasladado la arena. Está previsto que las corrientes de aire la empujen hacia el delta del Yangtzé y que la alarma pueda ser levantada el miércoles o jueves.
La gran muralla verde
Las tormentas de arena llegadas del desierto del Gobi no eran raras en las primaveras pequinesas debido a la desertización, deforestación y erosión del suelo que dejó el febril proceso de industrialización. Aquel crecimiento económico desbocado fue relevado en la última década por un modelo científico, racional, sostenido o cualquier otro eufemismo que aclare que ya no vale todo. Los esfuerzos para acabar con aquellas crisis cíclicas no han sido escasos ni tibios. China ha invertido miles de millones de euros en programas de reforestación e instalado satélites que monitorizan las tormentas de arena, frente a Pekín se ha levantado una “gran muralla verde” y han sido creados corredores de aire. Los días anuales de tormentas de arena en la capital han pasado de los 26 a mediados del siglo pasado a apenas tres desde 2010, según el recuento del consistorio.
El manto de tierra es el colofón a un par de semanas con una contaminación que se creía superada. No alcanza aquellos niveles insoportables postolímpicos pero basta para que muchos le recuerden al Gobierno su promesa de limpiar los cielos. Sorprendió la bruma bajo la que se celebró la reciente Asamblea Nacional Popular porque los pequineses subrayábamos los eventos políticos durante aquellos años de plomo con la certeza de que el Gobierno detendría las fábricas de las provincias vecinas y bombardearían las nubes para arrancarles la lluvia para asegurarse unos cielos azules e inmaculados.
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