14-M, un año del estado de alarma

"Tenemos más paciencia, menos vida social y más empatía con los hijos"

Estos son los aprendizajes que ha dejado el covid en una familia de Barcelona que intenta sacar el lado positivo a la pandemia

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nomen / Álvaro Monge

Carlos Márquez Daniel

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La charla transcurre primero en una plaza y luego en su casa. Porque entremedio, la mayor, Claudia, sale de música mientras el pequeño juega con un amigo del cole en la calle. Y luego, claro, hay que empezar a cerrar el día con baños y demás liturgias familiares. Marta Nomen es la madre y se levanta varias veces para ayudar a Luca, una peonza con patas. “Tengo los ojos verdes y azules”, dice el renacuajo, de cuatro años. Los ha heredado de su padre, David Merci, italiano, de Roma. Han pasado por todos los tópicos de la pandemia: cocinar como si no hubiera un mañana, colgar el dibujo del arco iris y el ‘tot anirà bé’ en el balcón, teletrabajar, agotar las opciones de ocio en Barcelona, discutir… Y ahora, un año después del primer y más crudo confinamiento, cuando olisquean el aroma a cierta normalidad, pasan revista. “Hemos bajado una marcha en nuestra vida. Tenemos más paciencia. Y no, no hacía falta tanta vida social”.

La plaza de Sant Vicenç es de las que te recuerdan que Sarrià fue un pueblo no hace tanto. En 2021, de hecho, se cumplen 100 años de la anexión a Barcelona. Marta y David viven de alquiler en una de las calles del casco antiguo. De ninguna manera podrían comprar un piso en esta zona, pero querían escolarizar a sus hijos en la escuela pública Orlandai, una de las que mejor nombre tienen en el ‘upper’ Diagonal, así que, tras mucho buscar, lograron encontrar una vivienda que encajara en su presupuesto. Tuvieron, además, la suerte de dar con un propietario con el que todo han sido facilidades. Les rebajó la renta durante meses y ahora están pagando un 15% menos que antes de la pandemia. Están en el precio medio de la ciudad, al borde de las cuatro cifras.

David y Marta, el viernes, tras recoger a los niños en el colegio

David y Marta, el viernes, tras recoger a los niños en el colegio / Álvaro Monge

David es el director operativo de Cargo Wine, una empresa que se dedica al transporte internacional de vino. Eran siete trabajadores y ahora están con solo dos. Marta es la directora del Grup 33, una plataforma ciudadana que aboga por un nuevo modelo de participación y convivencia en el entorno penitenciario. En el último año, poco ha podido hacer… En el ámbito laboral, este año de incertidumbres les ha dejado escasos cambios. Quizás lo más significativo sean los viajes. Papá se marchaba como mínimo una vez al mes. Para visitar a proveedores, para apretar a los morosos… “Ahora nos hemos dado cuenta de que muchas cosas se pueden arreglar a través de videoconferencia. Creo que como mucho viajaré dos o tres veces al año”.

Como todo el mundo

El parón de marzo del 2020 fue bien recibido. Al principio, como sucedió en muchos hogares, la familia Merci Nomen vio más una oportunidad que un inconveniente. “Fuimos de los que compramos levadura y harina como locos para cocinar de todo. Hicimos deporte, manualidades, salíamos a aplaudir a las ocho de la tarde…”. Pero los días pasaron y el coronavirus demostraba una resistencia inesperada. Llegaron las dudas. Y la inquietud. A Luca le costaba dormir. Quizás porque no se cansaba como lo hacía en el cole y llegaba a la noche con la mitad de la batería por consumir. Llegó el aburrimiento, y esa sensación de momentos en los que no tener nada que hacer era algo nuevo. Natural, pero nuevo.

"Hemos bajado el ritmo. Nos hemos dado cuenta de que no hace falta tener planes todos los fines de semana"

David agradece el aprendizaje de ser conscientes de que no siempre hay que ocupar el tiempo. Puede que sea algo muy de ciudad, por las prisas de la gran urbe, pero se han dado cuenta de que antes del covid apenas tenían tiempo para nada, o que lo ocupaban en menesteres que quizás no merecieran tanta dedicación. Como la vida social. “Creo que a partir de ahora aflojaremos, no hace falta tener planes todos los fines de semana. Serán contactos más de calidad, con la gente que realmente quieres ver”, sostiene Marta.

También los hábitos son ahora más tranquilos, menos estrictos. Antes de que todo cambiara, a las nueve menos cuarto de la noche ya se respiraba nerviosismo en casa: era la sagrada hora de que los niños se fueran a dormir. “Ahora nos damos más tiempo. Y eso no quiere decir que vayan a la cama más tarde. Simplemente, que empezamos las cosas antes, sin prisas”. Dice Marta. Ese cambio de chip, aporta David, ha dado un vuelco a la paciencia en casa. Antes los estribos se perdían con más frecuencia. Y ya no sucede tanto porque las cosas fluyen mejor, respiran más. Parece ser una cuestión de tempos, de respetar espacios, de no forzar. De darse cuenta de que cada uno, cada situación, necesita de la comprensión del resto.

Claudia charla con sus padres, en Sant Vicenç, el viernes

Claudia charla con sus padres, en Sant Vicenç, el viernes / Álvaro Monge

Y eso ha tenido su traducción en la relación. “Pasar meses tan crudos a todos los niveles nos ha convencido todavía más de que queremos construir este proyecto común. Creo que ahora detectamos mejor lo que no funciona para ponerle remedio”. Han pasado la prueba de esfuerzo como pareja, la que muchos no han podido superar. Y también como padres han aprendido a “respetar más los intereses de los niños”. Quizás porque antes no los tenían tan presentes porque el día a día no daba margen a detenerse en lo que se consideraban simples detalles sin serlo. “Tienen una capacidad de resiliencia brutal, mucho más que nosotros. En muchos momentos del confinamiento inicial, los padres estábamos mucho más nerviosos que los niños”, resume la madre. Al preguntar a los peques por aquellas semanas, apenas tienen recuerdos. Les pilló con 4 y 8 años.

Turismo casero

Conocer el entorno inmediato y darse cuenta de que no era normal tanto viaje internacional (a no ser que fuera para visitar a la familia en Italia) ha sido otro de los aprendizajes de este año. No es que se pegaran la vida padre con vacaciones por todo el planeta, pero sí han visto que cerca, muy cerca, hay cosas que valen mucho la pena. Tenían Collserola a tiro de piedra y apenas lo habían explorado. Descubrieron no hace demasiado que al otro lado del Tibidabo hay una masía, Can Calopa, en la que se produce vino. “Conozco las bodegas de todo el país y no tenía ni idea de que había una al lado de casa”, bromea David.

La cercanía… Como Canet, donde la abuela tiene una casita que se convirtió en su santuario salvador durante el verano. Las pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas. En ese apartado merece mención especial el baloncesto semanal de David con padres del cole de los niños. Y, sobre todo, la cerveza de después. “Eso sí lo echo de menos…”. 

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