El creciente malestar social

'Todo mal': el grito de una generación

Tres jóvenes inquilinas del Eixample de Barcelona relatan el sentir de una generación marcada por dos crisis económicas sucesivas en medio de una pandemia

Su malestar solo sana con el apoyo de amigos mientras los vecinos del barrio discuten intrigados sobre el trozo de tela.

'Todo mal' la queja de tres jóvenes desde su balcón en el Eixample

'Todo mal' la queja de tres jóvenes desde su balcón en el Eixample / JORDI COTRINA

Elisenda Colell

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Todo mal. Es un buen resumen de cómo la pandemia mundial ha impactado en las generaciones más jóvenes. Los nacidos en los noventa crecieron en medio de la crisis financiera y llegan a la vida adulta en otro 'crack' económico teniendo que reprimir, además, el contacto social y las muestras de cariño. Todo mal. Dos palabras que cuelgan del balcón del 3ro 2a, en el número 108 de la calle de Balmes, en el cruce con Provença. Es el pleno centro de Barcelona. Y allí viven Aurora González, Daniela Forero y Laia Campos. Tres inquilinas. Tres amigas. "Y familia", dicen entre risas. El mensaje de su balcón ha impactado a transeúntes y vecinos, mayores que ellas, que lo ven demasiado negativo. Algunos se plantean colocar otra pancarta que contrarreste su discurso.

Entrar en el piso de las tres 'milenials' transporta a un buen humor que contrasta con la pancarta que expone su balcón. La casa está repleta de dibujos, fotos, post-its, ropa tendida, ceniceros llenos y mucho café. Suena John Maus en 'Spotify' y ellas ríen y charlan en pijama mientras el sol se cuela por el balcón. Un chico huye de una de las habitaciones en calzoncillos. Se miran, y ríen aún más. Aurora es la que lleva más tiempo residiendo en la finca del Eixample. Es sevillana y vino a Barcelona hace dos años. Tiene 26. Ha estudiado dos carreras, un máster, aprobó el nivel C1 de inglés y ha vivido en el extranjero. Lo que sorprende es que en los últimos meses haya pasado hambre por falta de ingresos. Fue ella quien decidió colgar la pancarta.

La historia de este trozo de tela surgió un poco antes de la manifestación del 8 de marzo de 2020. "Quería llevar un mensaje corto y contundente. Todos los problemas que vivimos las mujeres siguen existiendo. Quizá haya más sensibilización, pero en realidad nada ha cambiado, seguimos igual de mal. Y me harta", se queja. Se inspiró en una foto de la ilustradora Anastasia Bengoechea. Tras la marcha, colgó el cartel en su habitación.

'Todo mal', la queja de tres jóvenes desde su balcón del Eixample

Por entonces vivía en el mismo piso con tres personas más. Y llegó la pandemia. Su tío abuelo falleció y no podía salir de casa. "¿Sabes esa sensación de estar con gente y sentir que estás solo? Yo necesitaba que alguien me abrazara y me vi atrapada", se sincera. Solo le faltaba ver la "romantización" que dice inundó las redes sociales. "Que si manualidades, que si cocina... la gente estaba feliz o quería parecerlo. Y yo pensaba... ¿Cómo deben estar esas familias que sobreviven regentando un bar, limpiando escaleras o haciendo apaños en la construcción'? La gente no es consciente del mundo en el que vive", subraya. Entonces decidió colgar el cartel en el balcón.

Sin un "puto duro"

Pocos meses después pudo responder en su propia carne todas aquellas preguntas. No le renovaron el contrato temporal y el resto de inquilinos dejaron el piso. Se vio sin ingresos pagando un alquiler de 1.200 euros. Y el 'todo mal' se lo llevó una golpe de viento. En agosto apareció Laia Campos, la más joven del piso. "Teníamos una amiga en común. Yo la había conocido en una fiesta hacía tiempo y éramos buenas amigas. Me dijo si quería venir a vivir con ella porque no llegaba a final de mes y no lo dudé", explica la chica de 23 años que hasta entonces vivía en Castelldefels con sus padres. "Llegó un punto en que yo no tenía dinero para pagarme la comida. ¡No tenía un puto duro, tío!", exclama Aurora. "Si comí fue porque Laia hacía la compra por las dos", prosigue.

Sueldos de becario y contratos basura

La búsqueda de la tercera inquilina fue mucho más fácil que la de un nuevo empleo para Aurora. "Me ofrecían sitios de becaria, de 400 o 500 euros al mes. Y que si hablo alemán, que si no tenía un mejor título de inglés... yo es que flipo. ¿Y cuándo se supone que puedo vivir?", se pregunta. Al fin encontró un trabajo. En una gestoría. 20.000 euros brutos al año. "Las empresas nos tratan como a niñas. Pero es que yo pago luz, pago agua, pago alquiler... ¿cuando se supone que podré cobrar como la adulta que soy?" se pregunta. A Laia le ronda la misma pregunta por la cabeza. "Yo ahora acabo de perder el trabajo en una 'start-up'. Estoy harta de contratos basura, de que me pidan horas extra, de tener que pagar el wifi, poner el ordenador y que encima me insulten o me digan que no soy lo suficiente buena", critica. Está en el paro. Como el 40% de jóvenes de su generación.

La tercera inquilina es Daniela Forero, una ilustradora colombiana de 23 años que llegó a Barcelona en 2018 para estudiar un máster. Acabó el curso y se quedó en la capital catalana en situación irregular. La pandemia le pilló compartiendo habitación por 500 euros en Gràcia y sin un solo boceto por hacer. Ha estado trabajando en encargos por 500 euros al mes. "Y sin ningún derecho ni social ni laboral", recalca. "Al menos en el piso me siento cuidada. Nos entendemos y nos ayudamos. Pero hay cientos de inmigrantes que están como yo, o peor. Que no tienen nada que llevarse a la boca".

Aurora González, Daniela Forero y Laia Campos, charlan en el comedor de su piso del Eixample de Barcelona.

Aurora González, Daniela Forero y Laia Campos, charlan en el comedor de su piso del Eixample de Barcelona. / JORDI COTRINA

Adolescencia en crisis

Estas chicas han crecido entre dos crisis económicas. El 'crack' financiero les pilló con 14, 13 y 11 años. Cuando la emergencia social se acentuó estaban empezando el bachillerato y la universidad. "Mis padres se quedaron sin ahorros, y nos decían a mí y a mi hermano que estudiáramos mucho. Que si nos pasara algo no nos podrían ayudar", recuerda Aurora. Para Laia tampoco fue fácil. "En casa lo pasamos mal, mis padres se tuvieron que apretar el cinturón", señala. Daniela, ante esa pregunta, sonríe. "Vengo de un país donde nunca salimos de la crisis, y donde las desigualdades son enormes".

En parte, el cartel del 'Todo mal' va por los políticos. "Se pelean por los muertos en el congreso pero... ¿y los vivos? ¡¿Les importamos o qué?!", se queja Aurora. Hace meses que decidieron apagar la tele y las redes. Ven cómo las ayudas prometidas a los restauradores o a los autónomos jamás han llegado a sus amigos que se dedican a ello. "¡Que si sobrevivimos es porque nos ayudamos entre nosotros, es que es muy grave!". ¿Qué pensáis de las protestas de estos días tras las detenciones de Hasél? "Estamos de acuerdo con el fondo, pero nada justifica la violencia. Quemar las motos, los contenedores, saquear tiendas... para qué sirve. Estamos totalmente en contra", zanja Laia.

Un hogar que es refugio y altavoz

A pesar de todo se consideran afortunadas. "Este piso es nuestro espacio de cuidados. Nos queremos, nos ayudamos y somos felices", se sinceran. Pero necesitan contar al mundo lo que les está ocurriendo. Pasa todo y nada a la vez. "Queríamos que este barrio, esta gente de bien que vive entre tiendas de lujo y casas despampanantes supiera que hay gente que lo está pasando mal. Que la vida no está siendo nada fácil para muchos", dice Aurora. Las amigas asienten con la cabeza.

Este reto, el de remover conciencias en el vecindario, está más que logrado. Los vecinos de arriba se han revelado y ahora quieren colgar un cartel de 'todo bien' en la finca. Ellas les retan a ello. "Libertad de expresión a tope", responde Aurora. A Xavi, su vecino de enfrente, también le intriga quien se esconde detrás de la pancarta. "El otro día lo hablaba con mi hija. No creo que todo esté tan mal, no es verdad... Estamos bien, no hay que ser tan negativo". Lo dice desde un espacioso piso del Eixample, alumbrado por la luz natural y donde tiene tiempo para discutir con su hija antes de cenar sobre temas tan banales como un simple trozo de tela colgado en un balcón. ¿O quizá es algo más que un simple trozo de tela?

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