El principio del fin de la pandemia
Primer día de vacunas en España: una lección de solidaridad y buen humor
Araceli, Vincente, Josefa, Nicanor, Pepita... Los más mayores comenzaron ayer a vacunarse en España y volvieron a demostrar que son generación hecha de una madera especial
Olga Pereda
Periodista
Especialista en Educación de El Periódico. A los mandos de la sección 'Mamás y Papás' y del Club de Educación y Crianza. Te mando cada viernes una newsletter con contenidos clave para afrontar la maternidad y la paternidad. Escribo en la sección de Sociedad y tengo alergia a la pseudociencia.
Araceli Rosario Hidalgo tiene 96 años. Es una de las residentes más ancianas del centro de mayores Los Olmos (Guadalajara). Baja al salón con la imprescindible mascarilla. Son las nueve de la mañana y ya va hecha un pincel. Luce traje de chaqueta negro y pañuelo de flores al cuello. Elegante y coqueta, se ha pintado las cejas y se ha arreglado el pelo perfectamente. Camina con andador. Se sienta en la butaca y se santigua antes de convertirse en la primera persona de España que recibe la vacuna contra el coronavirus. «Gracias a Dios», sonríe tras admitir sus nervios. No tanto por el pinchazo sino por los periodistas que graban y dejan constancia de un momento tan emocionante como histórico.
Araceli, Vicente, Josefa, Nicanor, Pepita… Son una generación hecha de una pasta especial. Hombres y mujeres que cambiaron este país en su juventud y que ahora, en su vejez, llevan 10 meses encerrados y con el corazón en un puño. Sin abrazos. Ni besos. Ni apenas visitas. Ni salidas del centro. Viendo cada día en el telediario cómo la pandemia se ceba con los más mayores. Ayer fueron testigos del principio del fin.
«Claro que quería vacunarme. No tengo miedo a morir, pero sí a contagiar a un hijo que tengo y que es de riesgo». La que habla es María, que vive en una residencia de Madrid. Tiene 86 años y sigue siendo una madre coraje que cuenta los días para darle a su hijo el abrazo que se merecen los dos.
Vicente Mirón, de 72, también quiere los mimos de sus hijos. Maestro de escuela durante más de 40 años, es el primero de Extremadura en recibir la dosis de Pfizer-BioNTech. Para la ocasión, se ha puesto una camiseta del grupo de rock andaluz Triana. La enfermera le sube un poco la manga y le pone la inyección. Él no se santigua. Él levanta el pulgar, símbolo de la victoria, porque esta pandemia ha sido una guerra y la vacuna «servirá para derrotar al enemigo». Acabar con el maldito virus permitirá a Vicente salir de su habitación -abarrotada de libros tras tantos meses de encierro- y zambullirse en la normalidad. La buena, la de verdad. La de antes.
Aplausos
Ninguno de los residentes pone en duda la eficacia de la inmunización. Son un ejemplo a seguir. Tienen muchos años a sus espaldas y saben las vacunas salvan vidas y erradican enfermedades. ¿Efectos secundarios? Sí, los aplausos de los presentes en las salas de todas las residencias. Como le sucede a Josefa Pérez, gallega de 89 años que vive del centro Feixa Llarga de L’Hospitalet de Llobregat, la primera catalana en recibir la dosis. Sentada en su silla de ruedas, aplaude hasta que la enfermera le dice que es mejor tener el brazo en reposo tras el pinchazo. «Tengo mucha fe y la fe mueve montañas», admite.
Las vacunas no son solo para los residentes sino para el personal socio sanitario que les atiende. En Guadalajara, después de Araceli le toca el turno a Mónica Tapias, auxiliar de enfermería. «Para mí, esto es un orgullo. Lo que queremos es que se vacune la mayor cantidad de gente», explica después de que la enfermera Carmen Carbonell le administre la dosis. «Vamos a ver si conseguimos que el virus se vaya», añade, con humor, Araceli, que ya está sentada en una butaca cercana. La residente y la técnico, recién pinchadas, descansan ahora en una silla. El protocolo ordena que han de estar 15 minutos en observación. Dentro de 21 días recibirán la segunda dosis. Siete días después llegará la inmunidad. Hasta entonces, la vida continúa como durante todo este infame 2020, sin abrazos ni besos.
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