Epidemias del pasado

Navidades pandémicas

Virus y bacterias han truncado el espíritu navideño más de una vez. Cuando hablamos de las pandemias, como mucho la memoria ha llegado a la entonces llamada ‘gripe española’, pero la relación entre la humanidad y microorganismos mortales, sean virus o bacterias, viene de muy lejos

Centro de cuarentena durante la gripe de 1918 en Kansas.

Centro de cuarentena durante la gripe de 1918 en Kansas. / Reuters

Xavier Carmaniu Mainadé

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Una buena vacuna para combatir el egocentrismo del presente es mirar atrás, tener más perspectiva y darse cuenta de que los hechos ahora considerados excepcionales han sido bastante habituales en otras épocas. Cuando hablamos de las pandemias, como mucho la memoria ha permitido llegar a la gripe de 1918, pero la relación entre la humanidad y microorganismos mortales, sean virus o bacterias, viene de muy lejos.

Remontarse al siglo VII, por ejemplo, permite encontrar un buen ejemplo de las consecuencias de no respetar las burbujas el día de Navidad. Parece que fue el 683 cuando el monje ermitaño Cutberto (que acabaría santificado) recibió la visita de un grupo de religiosos a su retiro de la isla de Farne (Inglaterra). El hombre era considerado un sabio y le pidieron que los acompañara a celebrar el día del nacimiento del Señor. Él aceptó a regañadientes y cuando vio que durante la comida todo era fiesta y diversión les advirtió que, en vez de comer y beber tanto, debían rezar más. Los amonestó tres veces, pero no le hicieron demasiado caso. «No pasa nada, hoy es fiesta», le respondían. Al día siguiente comenzaron a morir uno tras otro por un brote de peste que se declaró en la zona y que todo el mundo interpretó como un castigo divino. La historia, que forma parte de la hagiografía de San Cutberto, explica que murieron primero los que mejor se lo pasaron durante el banquete.

El impacto pandémico más grande de la Edad Media lo causó la Peste Negra, que se extendió por Europa entre 1346 y 1350. El 1349 el arzobispo inglés Parker dejó anotado que la plaga llegó a la isla justo tras la celebración de la Navidad y que la sombra de la muerte se prolongó hasta el mes de mayo, aproximadamente.

Cabe decir que, aunque la Peste Negra fue la más famosa, no fue la única ni mucho menos. En el siglo XV hubo otra que frenó las celebraciones navideñas de Milán de 1476. Entonces la ciudad del norte de Italia era la capital de un ducado independiente gobernado por Galeazzo Maria Sforza. Por lo que dicen las crónicas, aquel duque tenía un espíritu navideño tamaño extragrande y organizaba banquetes masivos cuando se acercaba el 25 de diciembre. Había tantos invitados que era necesario construir cocinas temporales para preparar el festín. Los nobles de la época utilizaban ese tipo de ceremonias para demostrar su poder e impresionar los súbditos. El 1476, no obstante, Milán estaba inmersa en un brote de peste y Sforza prefirió reducir toda la actividad pública para intentar esquivar la muerte. No contaba con las espadas de unos conspiradores, que lo agujerearon 14 veces para acabar con su vida. El duque fue asesinado cuando iba a misa el día de San Esteban.

En otras ocasiones la Navidad fue el punto final la epidemia. Por ejemplo, en 1821, en Barcelona, ​​ese día se anunció el fin del brote de fiebre amarilla declarado en agosto y que había hecho estragos tanto en la capital como la zona del Ebro y en Mallorca. Durante el siglo XIX aquella clase de episodios fueron habituales. En la ciudad condal, ​​el cólera atacó en 1831, 1845, 1866 y 1892. Sin embargo, el ciclo expansivo de aquella enfermedad aparecía durante los meses de calor y, en cambio, decrecía cuando había un descenso de la temperatura, por lo tanto, cuando llegaba Navidad la situación ya había mejorado mucho. Todo lo contrario de lo que ocurrió con la gripe de 1918.

En la primavera de 1918 se declararon los primeros casos, pero la segunda oleada llegó en invierno

La paz y la enfermedad

La primavera de 1918 se declararon los primeros casos, pero las grandes potencias estaban más preocupadas en ganar la guerra que hacer frente al virus. Cuando el conflicto terminó el 11 de noviembre, Europa estaba inmersa en la segunda oleada de gripe y marcó una Navidad de contrastes. Por un lado, estaba la tristeza de los que habían perdido seres queridos por culpa de la guerra o de la enfermedad y, por otro, se respiraba una alegría colectiva para poder celebrar el final del conflicto. Era la primera Navidad en paz desde hacía cuatro años.

Esto hizo que no se siguieran muchas de las recomendaciones dirigidas a la población. Por ejemplo, en el estado norteamericano de Ohio los responsables de salud pidieron a la ciudadanía que no se saliera de casa si no era estrictamente necesario ni que hicieran desplazamientos para ir a visitar familiares. En cambio, los centros comerciales estaban llenos hasta los topes y las iglesias abrieron sus puertas con normalidad para celebrar la misa del gallo. Mientras, en Barcelona, ​​las autoridades informaban que desde septiembre y hasta principios de noviembre había 150.000 afectadas. Las grandes ciudades de España vivieron situaciones similares. Sin embargo, antes de llegar a diciembre la incidencia de la enfermedad había bajado tanto que se fue recuperando cierta normalidad. La gente empezó a pensar que aquella pesadilla había terminado para siempre. La realidad era, sin embargo, que aún quedaba un largo camino. De hecho, el 31 de diciembre la prensa notificó que se había registrado un aumento de casos en Madrid y los pueblos de las cercanías. Justo una semana después de Navidad y de los encuentros familiares, el virus aparecía de nuevo con fuerza.