Sorpresa en las Coves del Fem de Tarragona

Una 'postal' sellada en el Paleolítico aparece en una cueva neolítica

La pieza, un esquisto de 18 centímetros, muestra seis animales salvajes, entre ellos dos ciervos

El hallazgo desconcertó a los arqueólogos por su edad, tal vez 15.000 años, en un yacimiento de 5.500 años

El Museu d'Arqueologia de Catalunya suma este nuevo tesoro a su exposición en curso sobre el arte prehistórico

Piedra con grabado de animal prehistórico

Piedra con grabado de animal prehistórico

Carles Cols

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Lo ocurrido el pasado verano en las Coves de Fem, un yacimiento prehistórico del municipio de Ulldemolins (Priorat) que desde el 2013 hace inmensamente felices a los arqueólogos, es (y la comparación tal vez se queda corta) como si en la antigua Biblioteca de Alejandría hubiera pergaminos de Paulo Coelho. O sea, además de un sinsentido de muy mal gusto, una evidente anacronía. Muy celebrado por todo cuanto en él se descubre sobre el Neolítico del levante peninsular, a principios de julio apareció allí un esquisto preciosamente grabado con seis figuras animales que, he aquí la sorpresa, podría tener hasta 15.000 años de antigüedad, es decir, es una ‘postal’ impresa por ambas caras y procedente del mismísimo Paleolítico, una época de caza y recolección de frutos silvestres.

Ovalada y plana por ambos lados, de 18 centímetros, plana por ambas caras..., la piedra es un lienzo perfecto para una Altamira de bolsillo

El hallazgo, una piedra plana y ovalada de 18 centímetros de largo y 12 de ancho, no ha podido ser más oportuno para el Museu d’Arqueologia de Catalunya (MAC), que en febrero del 2020 se adentró en una nueva era expositiva en la que la práctica totalidad de las salas están dedicadas a una misma materia. La actual, bajo el título genérico de ‘Arte primero’, aborda el arte en la prehistoria. La ‘postal’, pues, es un regalo formidable para el MAC.

El pieza es una piedra moldeada por el río quién sabe cuándo. Fue elegida como lienzo en algún instante entre hace 11.700 y y 15.000 años. Era perfecta. Ovalada y con las dos caras planas y casi paralelas.

Con un sílex bien afilado, el artista representó a seis figuras animales. Se distinguen claramente dos ciervos, una hembra y un macho adulto, con su cornamenta de siete puntas. Miles de años después, aún son distinguibles los ojos, las orejas y los hocicos. De las otras cuatro figuras, dos parecen ser algún tipo de cabra o de bóvido. Las dos restantes son difícilmente identificables. En la escena son bien visibles, además, un conjunto de trazos realizados con el mismo sílex, pero su significado es incierto, tanto como el propósito del artista al representar aquella escena de la naturaleza. Lo habitual es pensar que tenía un propósito místico, como una suerte de cuevas de Altamira de bolsillo, pero apetece también suponer que pudo haber también un simple placer estético en la elaboración de aquella obra.

Los arqueólogos, en una inspección rutinaria, se llevaron una sorpresa literalmente milenaria, de 5.000 años como mínimo

La pieza no apareció en ningún lugar recóndito. Los arqueólogos que en periódicas campañas visitan las Coves del Fem revisan metódicamente todas las piedras que aparecen dispersas por la superficie del yacimiento. La meteorología hace en ocasiones de las suyas y remueve guijarros y esquistos. Una crecida la riera del Montsant obró el milagro. Fue en una de estas inspecciones rutinarias que apareció la ‘postal’. Fue una sorpresa mayúscula, por la sencillez con la que fue encontrada (al primer golpe de vista ya era bien visible el ciervo) y, sobre todo, por su datación posterior. Los investigadores estaban ahí pasa saber más sobre las comunidades que habitaron aquel espacio hace 5.500 años y de repente tenían entre manos una pieza tres veces más anciana.

Las Coves del Fem, como tantas otras puertas a la prehistoria que hay en el mundo, fueron descubiertas de forma casual. En Cantabria fue el perro de Modesto Cubillas el que encontró la puerta de acceso a Altamira en 1868 cuando ambos iban de caza y, un siglo más tarde, en 1997, fue Marc Boada, excursionista, quien encontró este conjunto de cuevas en el municipio de Ulldemolins. El valor de uno y otro hallazgo, cierto, es muy distinto. El primero es, como se dice a menudo, una Capilla Sixtina, pero el segundo no tiene precio tampoco desde el punto de vista arqueológico.

Las Coves del Fem son un libro abierto que cuenta, a quien lo sabe leer, ese momento crucial en que la especie humana dejó atrás la vida nómada tras las presas de caza y en busca de bayas, hierbas y frutos salvajes, y pasó a explorar las ventajas de la agricultura y la ganadería. En cierto modo, ¡ay!, nació la propiedad privada y, según y como, una forma distinta de entender lo sobrenatural, es decir, lo inexplicado. También, ya que el año en curso es el que es, 2020, el sedentarismo y la convivencia con animales fue también una jauja para los virus y su afición a saltar de especie en especie para renacer mutados y mejorados, pero todo esto es cuestión para un artículo bien distintos.

Lo interesante ahora es que la maravilla hallada en las Coves del Fem encaja como un zapato de cristal en el pie de Cenicienta en la nueva etapa del Museu d’Arqueologia de Catalunya, empeñado en reivindicar las muestras de arte primitivo de la costa oeste del Mediterráneo. Es una visita mucho más que recomendable, por las piezas originales que se exhiben, por supuesto, pero también por lo que se muestra en la sala del fondo, un conjunto de copias a tamaño natural que durante el primer tercio del siglo XX se realizaron de la mayoría de pinturas rupestres de las provincias de Castellón y Tarragona y que habían caído en el olvido, enrolladas en el archivo, hasta que el actual director del MAC, Jusép Boya, reparó en ellas y decidió mostrarlas esplendorosamente. Aquella sala (vayan y juzguen) es una de las mejores galerías de arte de Barcelona.

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