ENTREVISTA

Anna Manso: "Somos una generación de sobrados y nos creemos mejores que nuestros padres"

La guionista y autora catalana publica 'La peor madre del mundo', un manual sobre maternidad en el que asegura que "la perfección mata y el humor salva vidas"

Anna Manso, guionista y autora de 'La peor madre del mundo'

Anna Manso, guionista y autora de 'La peor madre del mundo' / periodico

Olga Pereda

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La madre perfecta no existe. Tampoco el padre. Pero todos aspiramos a serlo. La guionista y autora de libros infantiles y juveniles Anna Manso (Barcelona, 1969) reivindica la sana imperfección como arma para afrontar la difícil tarea de criar a uno o varios hijos. Convencida de que la perfección mata y el humor -y el sentido común- salva vidas, ha escrito 'La peor madre del mundo' (Arpa), un manual que invita a todos los progenitores a liberarse del sentimiento de culpa y abrazar los errores.

¿Qué es lo mejor y lo peor de ser madre?

Lo mejor es la riqueza humana que te genera la experiencia de criar hijos a lo largo de la vida. Sé que gracias a ellos soy más sabia. Ni que sea un poquito. ¿Lo peor? El desgaste psicológico. Hay que cuidar la salud mental y para ello ofrezco mi lema: la perfección mata y el humor salva vidas.

¿Por qué somos la primera generación de progenitores obsesionados con la perfección?

Hay una presión social evidente para que seamos perfectos, ya sea a través de los mensajes de la publicidad o de ciertos estereotipos en películas y series. Pero también a través de las redes sociales y de lo que nos contamos unos a otros de nuestra experiencia de crianza. Nos juzgamos constantemente. Somos una sociedad que vive el error como un tabú. No se nos permite equivocarnos y existe la creencia patológica que tenemos la obligación de ser buenos padres a la primera. Creo que también se debe a nuestra mejor formación académica. Somos una generación de sobrados que nos creemos mejores que nuestros padres. La presión también nos la ejercemos nosotros mismos. Y así nos va.

La presión recae sobre todo a los primerizos, que se empeñan más que el resto en la perfección.

Lo quieren hacer muy bien, pero que muy bien. Y sufren. Creen que lo hace mejor que nadie y a la vez peor. Están muy motivados y a la vez muy agotados. Solo se me ocurre decirles que bienvenido al club, que mi libro ayuda (risas) y que se construyan unas gafas 3D para ver el mundo a través del sentido del humor. Son empoderadoras.

No solo queremos ser madres perfectas sino también tener hijos perfectos. Si su maestro les manda hacer un dibujo en casa, ¿por qué no les dejamos que hagan lo que quieran y puedan, aunque sea un churro? ¿Por qué hay madres que se esmeran en hacer ellas mismas el dibujo o la manualidad de turno?

Porque hay quién cree, y yo también caí en la trampa en su momento, que lo que hagan los hijos nos representa. Es la muestra de lo que somos. Si ellos aciertan somos nosotros quién acierta. Y si no cumplen, pues lo mismo. Ya no me trago ese cuento. Recuerdo cómo uno de los mejores profesores soltó en una reunión de padres que debíamos permitir que nuestros hijos suspendieran. Se armó revuelo, pero yo me convertí en su fan número uno. Nuestros hijos solo aprenderán a espabilar espabilando. Esa es una de mis obsesiones, y uno de los propósitos del libro: que aprendamos a dejarlos funcionar solos.

Hablemos de nutrición y salud. Si nuestros hijos no prueban la verdura ¿de verdad no debemos amargarnos?

No deberíamos convertirnos en nuestro propio enemigo por culpa de nuestra rigidez, de esas ideas malignas sobre lo que deberíamos hacer. Por cierto,  qué venenosa cualquier construcción gramatical que empieza con un "debería" o "tendría que". Hablo de no luchar contra los elementos y abrazarnos al sentido del humor y al sentido común. ¿Que solo les gustan dos tipos de verdura? Pues a por ellas. Y poco a poco ya se abrirán a otras. Pero ¿luchar cada noche y agriarnos las cenas? Pues no, sinceramente.

¿Pasa algo si mi hijo de 5 años no ha ido en su vida a una exposición o un museo? ¿Debería inculcarle el amor al arte de alguna manera?

Si tú quieres adelante. Puede que le encante. Pero puede que no le guste nada. No dejes de exponerlo, de sensibilizarlo. Yo no puedo vivir sin el arte. Pero no te sientas obligada. O no te sientas culpable porqué no conecta con los Caprichos de Goya. Todo llegará. O busca otras vías. Y de nuevo, si no cuelan, relax y humor a chorros.

El uso de las pantallas es un problema si hay un abuso. Pero la pandemia y el teletrabajo en casa nos ha demostrado que es la única manera de poder sobrevivir

Vale, lo voy a confesar. Durante el confinamiento sucedieron dos cosas. Agradecí a los Dioses del Olimpo que mis mayores y mi menor de edad a cargo fuesen mayorcitos, y no esas pulgas saltarinas de antaño. Se gestionaban solos. Tanto que pasaban de mí y no lo llevé bien. Se pasaban el día pegados a las pantallas, encerrados en su habitación-cápsula. Hasta que entendí que era su manera de vivirlo y de conectar con sus amigos. Les permití cierto desmadre a cambio de socializar durante las comidas. La clave es el pacto, con ellos o contigo mismo. Hay veces que las pantallas nos ayudan. Sabemos que a lo mejor deberían estar haciendo un puzle educativo, pero no hay más remedio que hacer la cena y no hay nada más que los distraiga. Tampoco hay que menospreciar el enganche adictivo, especialmente con los más pequeños de 0 a 3 años. De nuevo, sentido común.

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