Viaje al corredor playero catalán (3)

Salou, del río de visitantes a la cola del hambre

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zentauroepp55546307 salou201026113340 / Miguel Lorenzo

Nacho Herrero

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En Salou saben de colas. De abril a noviembre las había para subir a las atracciones de Port Aventura, para entrar a los restaurantes y para acceder a los garitos de moda. Con los turistas ya en sus casas, llegaba la segunda cola, la del paro. Menos alegre pero asumida. A principios de noviembre los trabajadores temporales, es decir casi todos, acudían a solicitar las prestaciones a las que tuvieran derecho. Con ellas aguantaban hasta que la rueda volvía a arrancar en primavera. Pero ahora ha llegado la tercera cola, la del hambre.

"Esas colas de antes en la oficina de empleo son las mismas que ahora tenemos aquí pero para coger comida", explica Marina Peláez, la responsable local de Cruz Roja en el Parc de la Ciutat, mientras organiza con mano derecha e izquierda una de las entregas mensuales de comida que han tenido que poner en marcha.

Jodie es inglesa, tiene 32 años y por primera vez ha tenido que acudir a una entidad benéfica para que le den comida. Llegó hace 14 años y ahora, con dos hijos que mantener y una traumática separación en marcha, apenas ha podido trabajar unas semanas en los últimos doce meses

"Nunca pensé que tendría que venir aquí. Todos los veranos he trabajado y los últimos ocho en el mismo restaurante. En esos meses ahorraba y luego aguantaba con alguna cosita. Pero ahora no sé lo que va a pasar", explica con los ojos brillantes. Su caso, tristemente, es sólo uno más. "Muchos de mis amigos están en situaciones muy parecidas", asegura.

Peláez reconoce que la cosa está complicada y que se pondrá peor. Esperan una avalancha de nuevos usuarios en los próximos dos meses. Gente que nunca se habría imaginado tener que recurrir a ellos para comer, que llega cargada de vergüenza y sale con cajas de comida y lágrimas en los ojos.

Rafa abrió un pequeño local en el centro del pueblo en diciembre con todos sus ahorros y con tres hijos que mantener. Desde desayunos hasta cenas y todo lo de en medio. Ahora hace cafés para llevar. Y ya. "Era el proyecto de mi vida y se ha ido todo a la ruina. Aguanto porque el dueño del local se está portando muy bien pero si esto sigue así en diciembre nos vamos a pique", augura.

"Somos muy conscientes de lo que se nos viene encima. Que mucha gente no haya podido trabajar nos lleva a tener que cumplir con lo más esencial, por ejemplo con dar comida", explica la concejala de servicios sociales Estela Baeza. De una manera u otra, un 70 u 80% de la población depende del turismo.

El propio ayuntamiento, además de sus convenios con Cruz Roja, Cáritas y Eluzai, ha abierto su propio punto municipal de entrega de alimentos, además de aumentar las partidas para ayudar con los recibos. En primavera, explica, costó mucho montar todo este circuito de ayudas y ahora hay que "apuntalarlo" porque vienen "problemas grandes". Como que se acaben los ERTE en los que han podido entrar muchos pese al escuálido verano.

La zona turística de Salou es un desierto estos días y ya lo era antes del decreto que cerró bares y restaurantes porque muchos ya habían bajado la persiana y otros tantos no la habían llegado a subir.

Manolo tiene un restaurante en la céntrica plaza de Europa. Un lugar privilegiado en Salou por el que un local como el suyo puede tener que pagar un alquiler anual de unos cuarenta mil euros. Sus clientes son esencialmente británicos pero este año no han venido y desde que cerró sus puertas al acabar la pasada temporada a finales de octubre apenas ha estado abierto unas semanas.

"Lo intentamos, entre otras cosas para poder dar de alta a la gente y cuando un viernes de junio vimos que hacíamos 90 euros de caja y al día siguiente 200 siendo siete u ocho personas trabajando vimos que nos íbamos a pique", explica consternado. Su local no es una excepción son muchos los que han abierto y han tenido que cerrar.

Tirando de ahorros

Con ese panorama no ha podido pagar el alquiler y tiene una conversación pendiente con el dueño. "Tengo 62 años y voy tirando de los ahorros que había hecho y que tenían que cubrirme cuando me jubilara pero ya flojean. Si esto sigue así no sé qué haré. No sé si alguien me contrataría de camarero, aunque intentarlo lo intentaría”, apunta.

El marido de Alexandra, cuenta ella tras recoger una caja con la que no conseguirán alimentarse un mes ellos y sus dos hijos, apenas ha podido trabajar cinco días en todo el verano. Su hermano, que le ayuda a cargar y lo mismo hace de barman que trabaja en el puerto de Tarragona, cero días. Así que se ha venido con ellos a un piso cuyo alquiler ya no pagan a compartir miseria. "No tenemos nada", aseguran. No cuesta creerles.