LOS EFECTOS DE LA PANDEMIA

Calella vuelve a 1953

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Carlos Márquez Daniel

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El pasado mes de febrero, pocas semanas antes de que todo cambiara, el Ayuntamiento de Calella inauguró una interpretación artística del pueblo obra de Pilarín Bayés. Puede verse en la calle de la Església, la más comercial del municipio. Este 'auca', con los trazos tan reconocibles de la veterana ilustradora, revisa y repasa todos los símbolos del lugar: el forastero alemán, la tejedora de un pasado fabril, los niños en la playa, las viñas, los ‘castellers’, los ‘gegants’, las personas mayores, los pescadores, la Volta a Catalunya, el Ironman (un triatlón a lo bestia), las escuelas y los nombres de algunos hijos predilectos, como Vicenç Ferrer, Margarida Flaquer de Vall o Concepció Organ. Era una Calella imperfecta, seguro, pero previsible dentro de un orden. Hoy, ocho meses después, nadie discute el alma de la pieza, pero muchas de las figuras se han desdibujado. El turismo internacional se ha desvanecido y todo ha ido cayendo como un castillo de naipes, hasta el punto de que una de cada 10 familias ya ha solicitado ayuda a Cáritas en estos últimos meses. 

Para entender el contexto es necesario remontarse brevemente a 1953, cuando un grupo de alemanes recaló en la localidad, se enamoró del lugar y brotó una relación de amor y negocio que ya nunca se rompería. El textil, tan arraigado en el Maresme, iba perdiendo músculo y en cambio afloraba un nuevo sector, el del turismo, que se iría convirtiendo, gracias a la relación con tour operadores, en la punta de lanza de la economía local. Quizás ahora entiendan mejor eso de la ‘Calella de los alemanes’. Seis años después de aquel flechazo, en 1959, la familia de Joaquim Auladell abrió su primer hotel en el pueblo. Hoy regentan cinco establecimientos y él ejerce de CEO de la empresa, Kaktus Hotels

"Tengo reservas para Navidad. Me preguntan si abriré y yo respondo 'sí'. Si dudas, todo puede caer. Luego ya veremos qué deciden los gobiernos, el de aquí y los del resto de Europa"

Joaquim Auladell

— CEO Kaktus Hotels

Nos recibe en un edificio con 201 habitaciones al que el año pasado, para escalar hasta las cinco estrellas, le inyectaron una inversión millonaria. La cocina, el comedor, el gastrobar..., todo está cubierto con sábanas. El año, cuenta, pintaba muy bien. En enero viajó a Madrid para participar de Fitur, la feria del turismo que no te puedes perder si te dedicas a esto. "Iba a ser una temporada mejor que la anterior, con todo vendido". La pandemia les pilló a pocos días del primer pelotazo del año gracias a la Volta a Catalunya, cuya primera etapa tenía origen y final en Calella. En el Hotel Florida tenían una reserva de petanqueros franceses para finales de marzo. Nada. Luego venía Semana Santa, y en el horizonte, el 'jackpot' del verano.

En el caso de esta pequeña cadena familiar, el 60% de los clientes son de origen ruso. Abrieron el 10 de julio y volvieron a cerrar el 13 de septiembre, con una ocupación media del 10%. "Hemos tenido visitante de proximidad. Todo ha sido muy triste, con las actividades muy limitadas, con mascarilla por todas partes. Económicamente, en relación al gasto de personal y proveedores, hemos hecho las paces, pero si sumo los impuestos indirectos de IBI, basursa y demás, hemos perdido dinero". La incertidumbre es lo que más inquieta al gremio. Cuenta Joaquim que ya lo tienen todo vendido de cara a la Navidad. "Me preguntan si abriremos y lo les digo que 'sí', sin vacilar. Si muestras dudas, te lo cancelan todo. Pero luego ya veremos cómo estamos o qué decisiones toman los gobiernos de aquí o del resto de Europa. La verdad es que veo muy difícil arrancar hasta junio del año que viene. Y aunque muchos hablan de recuperación en el 2022, yo creo que hasta el 2023 no podremos hablar de año normal". 

El número de familias atendidas por Cáritas no ha dejado de crecer desde que empezó la pandemia

El hecho de depender tanto del forastero ha generado una caída generalizada de los ingresos en Calella. A gente como Joaquim, pero también, y eso es lo grave, a sus trabajadores y a las familias que mantienen. Josep Vidal es el responsable del servicio de alimentos de Cáritas en el pueblo. Reparten comida los miércoles, jueves y viernes de 17 a 20 horas y a día de hoy están atendiendo a 838 familias, lo que supone un incremento del 71% respecto al año pasado. Josep fue contable de un hotel durante 24 años, así que le gusta poner cifras a las cosas para entenderlas y poder explicarlas. En estos meses de pandemia, el 11,5% de la población de Calella ha pasado por Cáritas, un porcentaje que en circunstancias normales no pasaba del 7%. "Y ten en cuenta que mucha gente aún cobra del erte y del paro, así que más pronto que tarde, la cosa irá a mucho peor".

Las familias vienen cada 14 días y se llevan un carro con aceite, leche, arroz, sardinas, atún, huevos, pollo, pescado, galletes, fruta, legumbres y productos lacteos. Muchos le cuentan a Josep que jamás habían imaginado que un día tendrían que acudir a una entidad del tercer sector para salir adelante. "Mucha gente asocia Cáritas con la inmigración. Eso es un prejuicio y un error, hay muchas familias de aquí de toda la vida. Pero la verdad es que da igual su procedencia". La cifra de atendidos no ha bajado en ningún momento durante la pandemia. "No ha hecho más que crecer, pero de momento tenemos recursos suficientes del Banco de Alimentos, de la Unión Europea y del ayuntamiento". Calella ya no tiene visitantes, y de algún modo, pese a que ya no es la misma, vuelve a ser aquel pueblo sin forasteros que despende de sí mismo. Vuelve a ser la Calella de 1953.

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