MOVILIDAD EN TIEMPOS DEL COVID

Bus y metro: la pandemia que no fue

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Carlos Márquez Daniel

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Lo difícil de las etiquetas sociales y urbanas es conseguir quitarlas. Le pasó a determinados barrios de Barcelona, cuando se les vinculaba con la herorína y la delincuencia y tardaron años, décadas, en suavizar ese sanbenito. Ahora uno de los mitos más comunes es que el transporte público es una mina de virus, un campo de cultivo perfecto para la propagación del covid. Por mucho que se hable de la limpieza o la renovación del aire, basta una foto en hora punta en las redes sociales para fulminar los esfuerzos en pedagogía. Es, la de un vagón con viajeros asardinados, una imagen muy poco acorde con uno de los tres mandamientos de la pandemia: manos, mascarilla y distancia. Y así es cómo bus, tren y metro llevan hoy a la mitad de viajeros que el año pasado, y cómo el vehículo privado recupera el terreno que tanto costó arañarle. Tampoco la política ayudó cuando todo esto empezaba. El ministro de Transportes y Movilidad, José Luis Ábalos, por ejemplo, dijo que el vehículo privado era una buena alternativa para garantizar la distancia entre viajeros. Eran otros tiempos.

Durante la mal llamada gripe española de 1918, en algunas regiones de Estados Unidos llegó a prohibirse que los viajeros del transporte público tosieran o estornudaran. Mucho han cambiado las cosas. Ahora, como mucho, en el metro y el bus no se puede comer. Las enfermedades han saltado continentes por culpa de los mercantes o incluso a través de las tropas que cruzaban fronteras en defensa de una religión o de los caprichos del rey de turno. Es decir: los virus se mueven porque la gente se desplaza. También los animales, claro... Así las cosas, y trasladado el asunto a nuestros días, la sociedad ha llegado a la conclusión, comprensible, por otra parte, de que hay que evitar los transportes colectivos. Sin que ninguna autoridad (competente) lo haya recomendado y sin que ningún estudio lo avale. Y sin olvidar que el transporte público es parte fundamental de la columna vertebral de la movilidad sostenible y es esencial para la recuperación económica. Quizás por eso los operadores públicos, a pesar del bajón de la demanda, han optado por mantener el mismo músculo en cuanto a frecuencia y personal.

Vagones silenciosos

Basta una vuelta para darse cuenta. Viajar en metro ya no es como antes. El suburbano nunca fue Studio 54, pero no se recuerda semejante silencio en el convoy. Escasas conversaciones, cabezas bajadas, absortas en el móvil. "Es una sensación rara. Parece que todos estamos pensando lo mismo pero nadie se atreve a decirlo", sostiene Dolors, usuaria diaria de la línea 1. ¿Y qué es lo que piensan? "No sé, quizás que si cogemos el metro es porque no tenemos más remedio. Pero también es cierto que no conozco a nadie que se haya infectado aquí". Junto a Dolors viaja Alfonso, compañero de trabajo, y la conversación se produce en el andén de la parada de Glòries. Viven cerca y suelen compartir el trayecto hasta L'Hospitalet. Ahora quedan 15 minutos antes. "Porque si vemos que el metro llega muy lleno, esperamos al siguiente. Y una vez dentro, intentamos hablar lo mínimo y, si puede ser, no tocar nada". El uso de la mascarilla, señalan, es masivo. "No te quedas del todo tranquila, pero con el paso del tiempo te vas relajando". 

El ambiente en el metro es ahora de silencio absoluto, con los viajeros intentando no hablar ni tocar nada

Desde TMB y Renfe se recuerda y se insiste en que la limpieza de los trenes se realiza de manera intensiva cada día. En el caso de Rodalies, según señala un portavoz, también hay repaso general en origen y destino de cada línea. En los autobuses se usa ozono para eliminar todo tipo de agentes contaminantes. Para esta tarea, la empresa pública de transportes dispone de 55 cañones distribuidos por las cuatro cocheras. Luego está la ventilación, ya sea con ventanas abiertas, los segundos de puertas abiertas en las estaciones o los sistemas de climatización que renuevan el aire. También, en el caso del metro, se han instalado dispensadores de gel hidroalcóholico en 70 estaciones, con la idea de que todas las de la red tengan más pronto que tarde este producto al alcance de los viajeros. Es de hecho, una de las exigencias del Govern a los operadores. 

El arranque del curso escolar dio cierto impulso al transporte público. Se alcanzaron los 1,3 millones de validaciones, el 61% de la demanda en las mismas fechas del 2019. El cierre de la hostelería, sin embargo, ha hecho perder fuelle a metro y bus, y hoy ese porcentaje es del 55%. En Rodalies están sobre el 53%, cuando con bares y restaurantes abiertos se llegó al 63%. Todo, mientras el vehículo privado ha llegado a superar el 90% de su rendimiento habitual y el número de usuarios de la bici, una de las buenas noticias que la pandemia deja en materia de movilidad sostenible, se ha disparado dentro de los núcleos urbanos. El número de abonados al Bicing, por ejemplo, ha crecido un 13% desde abril. Añadan el teletrabajo y los que han perdido el empleo. La tormenta perfecta.  

Evidencias científicas

Aunque la lógica invita a desconfiar del metro y el bus, por la imposibilidad de mantener la distancia de seguridad, hay evidencias científicas que amortiguan ese pesar. En París, por ejemplo, el rastreo de contactos entre mayo y julio apenas encontró vinculación (un 1%) con el transporte público entre los 386 grupos de infección identificados. Tampoco en Tokio las autoridades sanitarias han hallado relación alguna entre el covid e ir en metro. También es cierto que algo tendrá que ver la bajada del número de viajeros, que en los momentos más crudos superó el 90% en todas las ciudades azotadas por el coronavirus. En Alemania, un informe presentado a finales de agosto sostenía que solo el 0,2% de los casos de coronavirus rastreados estaban relacionados con el transporte, y otro estudio en el Reino Unido concluía que la probabilidad de infectarse en un tren era del 0,01%. 

Al fin y al cabo, todo parece reducirse a una cuestión de confianza enturbiada por las 'fake news'. Todo indica que, si se siguen las recomendaciones, no hay que tenerle miedo al bus o al metro. ¿Pero hay riesgo? Sin duda, pero no hay parcela de la vida contemporánea que no contemple un cierto peligro de contagio. Si hubiera una escala de grados, el transporte público, por lo que dictan ocho meses de experiencia, estaría en la parte baja. Donde está también el mundo de la cultura, que por desgracia, no ha corrido la misma suerte y ha tenido que cerrar hasta nuevo aviso. Las cosas de los mitos y las leyendas.

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