Los efectos de la pandemia

La Florida sobrevive en el azote más intenso del covid-19

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las lágrimas le atraviesan el rostro y se cuelan por su mascarilla con solo pensar que puede haberse infectado del coronavirus. "A mi edad, ¿quién me va a contratar?", se pregunta entre sollozos María Alicia Ibujes, una mujer ecuatoriana de 65 años que lleva más de 20 viviendo en el barrio de La Florida de L'Hospitalet de Llobregat. En menos de medio kilómetro cuadrado viven 30.000 personas, y es precisamente allí donde la incidencia acumulada del coronavirus dobla la media de la provincia. Aquí las preocupaciones sanitarias se mezclan con las sociales. Mascarillas hay, pero también desahucios. 

María Alicia Ibujes trabaja cuidando personas mayores en la zona alta de Barcelona, con jornadas de 48 horas seguidas, junto a otra compañera. Tras dos días de ausencias de la segunda cuidadora, descubrió que esta chica se infectó de coronavirus, igual que la abuela a la que atendían, y la hija de esta. Ahora María Alicia está encerrada en casa esperando el resultado de la PCR. Por suerte, ella tiene contrato con una empresa de cuidados a gente mayor. "Pero no se han puesto en contacto conmigo, no sé cuánto van a tardar en pagarme la baja, no sé si la señora que cuido se va a morir y me voy a quedar sin trabajo, si llegaré a pagar el alquiler, la comida, y enviar dinero a mi familia", cuenta desesperada.

Sortear el pago de una vivienda

Su temor es quedarse sin empleo y sin techo. Algo con lo que ya están tragando muchas familias en el barrio. Es el caso de la familia Ureña que ocupa una vivienda para sortear su pago. La madre, camarera de piso en hoteles, perdió el empleo tan solo estallar la pandemia. El padre, recién llegado a España en enero desde República Dominicana, no encuentra ningún trabajo. La hija mayor, de 20 años, también perdió el suyo en el hotel, y todos sus ahorros los dedica para que su pequeño, de 2 añitos, tenga algo que llevarse a la boca. Y el otro hijo menor sigue yendo a la escuela.

"Al no poder pagar los alquileres, la gente se junta con otras familias en un piso para poder ahorrar"

Yolanda Cormín

— Vecina de La Florida

Este jueves, como cada día, su calle estaba a rebosar de familias del barrio. "Es nuestro segundo desahucio, y nos lo han aplazado hasta diciembre", cuenta el padre, Mario Ureña. Su desahucio es uno de tantos. Al menos la plataforma antidesahucios del barrio tenía controlados cinco más durante el día. "No nos vamos a confinar mientras sigan echando a las familias a la calle sin más", se quejaba Alejandro, el portavoz de la plataforma, mientras mandaba a las familias a que fueran al próximo edificio que se iba a desahuciar. "Allí viven dos mujeres solas con sus hijos... sus maridos están en la cárcel", exponía a varios vecinos.

Sin trabajo ni paro

En la misma finca que los Ureña vive Yolanda Cormín. También tiene dos hijos y también está de ocupa. "Nosotros entramos aquí pagando 300 euros por vivir en una habitación. Luego el chico que nos alquilaba se volvió a Marruecos y descubrimos que el piso estaba ocupado", explica. El único que trabaja en casa es el padre, que es repartidor a domicilio para una multinacional. "El material escolar, la ropa de los niños, el recibo del agua, la comida... aun así hay veces que no llegamos a final de mes", expone la madre que ha renunciado a la guardería de su hijo para poder ahorrar, estando ahora sin trabajo ni paro. Aunque Yolanda sabe que hay familias que lo pasan peor que ellos. "Ahora los pisos ocupados están llenos, y los alquileres aquí te cuestan 700 o 800 euros. La gente no lo puede pagar y la única solución que encuentran es juntarse con otras familias en los mismos pisos para poder ahorrar dinero. Al menos así tienen para poder comer", asevera.

"No es un problema de la inmigración ni de malos hábitos, aquí la gente vive como puede... sobrevive"

Inés Espada

— Vecina del barrio de La Florida, 81 años

La pandemia es una preocupación más para estas familias, que luchan día a día para sobrevivir. En los lugares donde se nota la presencia del virus es en las escuelas, donde se han modificado las entradas de los alumnos, y las filas y las distancias recuerdan que las cosas ya no son como antes. "La clase de mis hijos fue de las primeras en confinarse, pero gracias a Dios que no pasó nada", explica Suly Moreno, una madre de tres menores que aguarda en las puertas de la escuela Pau Casals. Ella ha perdido el trabajo, y lo que más le preocupa ahora es que los niños van a clase sin libros. "No tengo dinero para pagarlos y prefiero que puedan comer", asume con los ojos vidriosos. También dejó de trabajar limpiando habitaciones de hotel, y la familia sobrevive con el sueldo del padre, también repartidor y por lo tanto, expuesto al virus.

Sentados en la plazoleta

Cristian, Omar, Jose, Reda y Ayoub se pasan el día sentados en una plazoleta, charlando y enganchados al móvil. Uno de ellos lleva siete meses de ERTE desde que dejó de trabajar ordenando maletas en el aeropuerto de El Prat. Otro, que cobra la mitad del sueldo en negro, está "de vacaciones" tras el cierre de la hostelería. Ayoub es el único que sigue estudiando bachillerato, aunque admite que ha repetido curso. "Las cosas se van a poner muy feas, nos están dejando sin nada", se queja Cristian, el único que aún mantiene el empleo en una fábrica de la Zona Franca. Dicen estar "hartos" de la presión policial en el barrio, aunque entienden que haya jóvenes que, si no tienen alternativas, se dediquen a robar o a los "trapicheos". "Los políticos solo dicen  mentiras, y aquí siempre pringamos los mismos. Yo ya no me creo nada lo del coronavirus", suelta indignado uno de ellos.

Inés Espada se los mira de reojo. A sus 81 años, y nacida en Sevilla, sabe bien que el virus existe. Ha estado ingresada en el hospital y dos de sus amigas y vecinas han muerto tras infectarse. "Lo que sí tengo claro es que esto no es problema de la inmigración ni de malos hábitos, es que aquí la gente vive como puede... sobrevive", dice.

En los bajos de su piso vive una familia entera. Todos trabajan, están bien. Pero la vivienda no tiene cédula de habitabilidad, y no están empadronados allí. Quizá el barrio más denso de Europa lo sea aún más de lo que dicen las cifras oficiales. Y la realidad, y la miseria, se empeñen en poner las cosas aún más difíciles a los sanitarios que quieren cortar unas cadenas de contagio, en un barrio donde ya hay una tasa que supera los 700 infectados por cada 10.000 habitantes.

Suscríbete para seguir leyendo