Resignación en las aulas

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Gemma Tramullas

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Pasado y presente confluían ayer en el edificio histórico de la Universitat de Barcelona (UB). En noviembre de 1918, la institución tuvo que suspender las clases a causa de la pandemia mortal de gripe; ayer, coincidiendo con el anuncio de la suspensión temporal de clases teóricas presenciales para reducir la movilidad y atajar el covid-19, el catedrático de Salud Pública Antoni Trilla impartía entre estas mismas paredes la lección inaugural del curso con una conferencia titulada 'Epidèmies, pandèmies i lliçons.' 

El modelo híbrido de docencia (virtual y presencial) diseñado tras la primera ola ya había diezmado los campus universitarios, especialmente los de letras, y los pocos estudiantes que deambulaban ayer por los jardines y patios del edificio histórico de la UB se mostraban resignados ante el aumento de restricciones. Tres alumnos de primero de Estudios Ingleses y Lingüística lamentaban no poder vivir la experiencia universitaria: "Ya solo teníamos una de cada tres clases presenciales, pero yo venía igualmente aquí a conectarme a las clases en línea porque me concentro mucho más que en casa –explicaba Sergio-. Ahora ni eso".

En el patio de Ciencias, Quim, de tercero de Ingeniería Informática, explicaba que ya hacía un 60% de las clases virtuales desde inicio de curso y que para él hacerlo todo desde casa supone una ventaja: "Soy de Igualada y no tengo que perder tres horas yendo y viniendo". En cambio, Adrià de Filología colgaba su indignación en Tik Tok: "¡Encima de que no hay clases presenciales en segundo, tercero y ni siquiera en cuarto, ahora nos piden que no vayamos a la uni!".

El sindicato SEPC y la plataforma Fem-la Pública denunciaban, entre otras cosas, la nula participación de los estudiantes en las decisiones, la degradación de la educación pública y casuísticas más concretas como el hecho de que muchos estudiantes han comprado abonos de transporte que no podrán utilizar.

En la Universitat Politècnica de Catalunya la consigna era empezar el curso de manera presencial y dando prioridad a las clases prácticas, por lo que pudiera pasar. "El primer día nos dijimos buenos días y pasamos inmediatamente a las prácticas -explica Josep Gili, profesor de Geomática en Ingeniería Civil-. Estos grados son muy experimentales y las prácticas son insustituibles. No se puede llegar a ser chef viendo vídeos de cocina en YouTube".

Las imprescindibles

Tras el descalabro de la primavera pasada, las universidades han conseguido que, pese a la virtualización de las clases teóricas durante los próximos 15 días, se mantega la presencialidad de las lecciones en laboratorios y espacios técnicos, que suponen un 30% del contenido académico en los grados tecnocientíficos.

Cada centro, públicos y privados, ha decidido qué clases prácticas son imprescindibles. En la Universitat Autònoma de Barcelona continuarán todas las clases prácticas que requieran presencialidad. En la Universitat Pompeu Fabra, que ya  tenía muy limitada la presencialidad, también se han cerrado los espacios de estudio en las bibliotecas. Cristina Gelpí, vicerrectora para proyectos de docencia, defendía la presencialidad pero atribuía el rigor de la institución a una "voluntad de ejemplaridad" y recordaba que "las universidades son espacios seguros pero hay que reducir la movilidad".

En la Escola Superior de Cinema y Audiovisuals de Catalunya, en cambio, continuarán con el mismo modelo que tenían de clases teóricas en línea y prácticas en el aula.

Una exposición virtual en la Universitat de Barcelona aporta documentos históricos sobre los efectos de la gripe de 1918 en la vida académica, entre ellos el acta de 29 de noviembre en la que, tras la suspensión temporal de las clases, la institución decretaba el cierre. Durante dos meses, los alumnos se quedaron sin ningún tipo de clase. Uno de ellos fue Josep Pla, que estaba en el último curso de Derecho y que, a pesar de todo, logró licenciarse ese mismo año.

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