Del geriátrico al Gran Hotel: huida del confinamiento

La mujer, de 84 años, quería eludir las restricciones del covid impuestas en su residencia de ancianos

Teresa A. Fernández y Jorge Clemente, en la piscina del Gran Hotel del Sella de Ribadesella.

Teresa A. Fernández y Jorge Clemente, en la piscina del Gran Hotel del Sella de Ribadesella. / periodico

Carlos Lamuño

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Nadie le iba a quitar un viaje con el que llevaba soñando más de un año. La ciática la había postrado en la cama durante el verano de 2019, pero este no. Ni el<strong> covid</strong>. El <strong>confinamiento</strong> fue una época de dolor. Y María Teresa A. Fernández quería asomarse a la ventana del Gran Hotel del Sella de Ribadesella. Para desquitarse, para olvidar.

Desde su residencia de ancianos en Bilbao no se veía el mar. Para pasear, lo hacían por la azotea. Un espacio amplio, pero no tanto como el paseo de Santa Marina. No tan "limpio" como el cielo sobre los Picos de Europa. Algo que, cuenta, "una va apreciando más con los años". Ella lo aprecia muchísimo, no en vano tiene 84. Y, a sus ojos, como en el Oriente no está "en ningún sitio".

Ir a Ribadesella estaba planeado. Dos años de espera son muchos para alguien que supera los ochenta y a quien el tiempo ya le pasa "más rápido".

Era 20 de julio y la prensa anunciaba un decreto que iba a confinar las residencias. Otra vez a dar vueltas por la azotea. Y otro verano sin el Sella, sin los Picos, sin la playa. La mujer, que es soltera, habló con sus sobrinos. "¿Vamos o no vamos?" se preguntaban unos a otros. El decreto entraba en vigor el día 23 y había poco tiempo de margen. Y la anciana, "bilbaína de pura cepa", le echó agallas. Convenció a una sobrina, hizo las maletas y se instaló en una de las habitaciones del Gran Hotel. Según lo planeado, el 3 de agosto debía estar de vuelta en la residencia.

Pero a mediados de septiembre sigue en Asturias. María Teresa extiende una toalla sobre una de las butacas del salón. No quiere que el agua del mar que todavía humedece su vestido de flores pueda estropear la tapicería. "Yo de aquí no me marcho. Aunque ya quieran echarme", deja caer con humor. A su lado, el director del hotel, Jorge Clemente, se apresura a desmentirla. La complicidad entre ambos es evidente desde el primer momento. Ambos bilbaínos y, ambos, de momento, afincados en la villa riosellana. Porque a María Teresa solo le queda empadronarse.

Cuando un camarero al que ya conoce por el nombre le trae un "bitter kas" comienza a contar su historia. Trabajó muchos años en una naviera y no quiere publicar su primer apellido porque "son gente muy discreta". Al principio, confiesa, no quería "salir en el periódico". Que luego la gente "habla y habla". Y eso no le gusta.

Pérdidas dolorosas

A la residencia, cuenta, fue por voluntad propia. Pero no quería perder su independencia cuando restringieron las salidas. "No soy dependiente", explica, aunque deja en el aire un "todavía...". Otra vez tiene que intervenir el director para apostillar que, a María Teresa, "le queda mucha cuerda". Se nota. Solo cuando habla de su familia y las pérdidas que ha tenido por culpa de la enfermedad se echa años encima de tristeza. Su hermana, a la que estaba muy unida, se murió de cáncer poco antes de empezar la pandemia. Y el marido de esta, por culpa del virus. La familia no tuvo tiempo de recuperarse de los golpes. Por eso, María Teresa quería "cambiar de aires", venir a Ribadesella, disfrutar de la playa, del mar y de un hotel que ya siente como "una segunda casa".

Aquí, cuenta "se siente segura". No tiene "el bullicio de Bilbao". Ni siquiera en agosto cuando se declaró la alerta en el Oriente, que dice "no entender muy bien".

Cruza la puerta para salir a un paseo de la playa casi desierto. Solo un joven en skate se cruza en su camino, pero ella solo ve el mar: "Una delicia". Le queda poco para volver a Bilbao. "Hacia el veinticinco". Pero todavía no lo tiene muy claro, aunque sabe que tiene que pasar por la residencia por cuestiones médicas. No se ha ido y ya quiere regresar. En cuanto pueda. "En Nochevieja no, porque no tienen cotillón", se queja con malicia sana. Pero volverá. Ya está planeado. A María Teresa nadie le quita un viaje.

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