LA RUTA DE LAS EPIDEMIAS (5)

El aviso de la gripe de 1918

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Gemma Tramullas

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Si hubiera que elegir un solo espacio que sintetice los últimos dos siglos de historia de Barcelona este sería el edificio de la Casa de la Caritat. Es aquí, concretamente en el Pati de les Dones del CCCB y con el sonido de fondo de las coreografías que ensayan los jóvenes de la comunidad filipina, donde la ruta cultural <em>La Barcelona de las epidemias: una historia de lucha y superación</em> hace un alto para narrar el paso de la gripe de 1918 por la ciudad. Una inmersión en este devastador episodio revela situaciones idénticas a las que se han producido un siglo después con el covid-19.

Entre 1802 y 1956, la Casa de la Caritat era una entidad benéfica que alojaba mendigos, huérfanos y personas con trastornos mentales. Desde 1832 también tenía la concesión del servicio funerario para trasladar los cadáveres al cementerio, de ahí su protagonismo en este quinto capítulo de la serie sobre las epidemias de Barcelona. En 1918, sus instalaciones se convertirían en una improvisada morgue.

La primera ola de la pandemia de gripe atacó Madrid en mayo y la segunda se encarnizó con Barcelona a partir del otoño. Uno de cada tres barceloneses, en una urbe con 640.000 almas, cayó enfermo: "Era una cepa muy potente y misteriosa, que empezaba con un estornudo y se llevaba a la gente en 48 horas –explica la guía de la ruta, Marga Arnedo, que perdió a sus bisabuelos por la infección--. Hubo 6.000 muertos, aunque las cifras son poco precisas. Pero hay un dato seguro: el 9 de octubre se registraron 900 defunciones".

Aunque Barcelona tenía una larga experiencia en epidemias --incluida una de gripe en 1890--, y que era de sobras conocido que la clave para controlarlas es detectar y aislar los primeros casos, las autoridades reaccionaron muy tarde. Se celebraron unas fiestas de la Mercè multudinarias --que recuerdan al 8-M de la primera fase del covid-19--,  y el 1 de octubre el gobernador declaró que solo había algún caso aislado y pidió a la prensa que hiciera el favor de no alarmar al personal.

Mientras, las clases adineradas emprendían la huida de la ciudad, donde aquella misma semana se produjeron 600 defunciones. Las administraciones central y local se acusaban mutuamente de no hacer nada y sus cifras de óbitos no cuadraban. La guerra más allá de los Pirineos, una sanidad deficiente, una higiene deplorable, la falta de vacunas y antibióticos y la convulsa situación política estatal, regional y local (en 1917 Barcelona tuvo 4 alcaldes) contribuían al caos. Pero había otros motivos para explicar la tardanza en tomar medidas.

En un artículo publicado en esa mina de información que es 'Gimbernat: Revista d’Història de la Medicina i de les Ciències de la Salut', el doctor Xavier Granero apunta razones que suenan más familiares. Por un lado, "nuestra ancestral improvisación" y, por otro, los intereses privados: "Los grandes almacenes de la ciudad (El siglo, El Barato, Ca’n Damians) estaban de rebajas, se proyectaban dos películas de gran éxito (…) y los teatros llenaban con las representaciones de 'Lo Ferrer de tall' de Pitarra y 'Terra Baixa' de Guimerà (…). Los colegios privados tampoco querían cerrar".

La Mancomunitat de Catalunya se desgañitaba intentando llegar a la población con anuncios como este del Servei d’Estudis Sanitaris: "Essent un fet comprovat a Catalunya que agafen i escampen la malatia especialment les persones que viatgen, les que van als llocs de grans reunions, com envelats, mercats, teatres, cinemes, escoles, esglésies, etc… les Autoritats haurien de pendre les mesures oportunes per evitar les aglomeracions i mantenir nets, airejats i assolellats els llocs públics".

Pero cuando las autoridades quisieron reaccionar ya era tarde. Ante la acumulación de cuerpos sin sepultar en la Casa de la Caritat, el alcalde les impuso una multa y les dio 12 horas para facilitar un ataúd y concertar el entierro. Asimismo, un importante bando municipal ordenó la construcción de un WC por vivienda, en lugar de por rellano como era habitual, y dio un plazo de 15 días para instalar agua corriente en las casas.

El ayuntamiento estaba arruinado y hubo que organizar una suscripción pública (La Marató del siglo pasado) que recaudó 654.629 pesetas, un dineral para la época, para atender a 9.000 familias. En aquella época no existía ni seguro de paro ni subsidio de enfermedad, dos mejoras que se acabaron aprobando gracias a la presión popular.

La pandemia empezó a remitir en noviembre y el día 11 reabrieron las escuelas y la universidad. Hubo una tercera ola en enero, mucho menos letal, y la infección acabó evaporándose dejando una hecatombe demográfica de entre 50 y 100 millones de muertos.

Mañana, último capítulo de la serie: el sida.

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