LAS PANDEMIAS DE BCN

El año en que Barcelona se cerró por una grave epidemia de fiebre amarilla

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Gemma Tramullas

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Tras hora y media persiguiendo las huellas de los efectos de virus y bacterias por las calles del Raval y el Gòtic, el grupo que participa en la ruta cultural La Barcelona de las epidemias: una historia de lucha y superación llega a la última parada del trayecto: el paseo de Colom. Esta vía, tan poco acogedora para el peatón, resulta una excelente atalaya para asomarse a la ciudad del verano de 1821, escenario de uno de los peores episodios de fiebre amarilla en la Península. Su gestión sanitaria y política guarda curiosas semejanzas con la pandemia del covid-19.

Tal fue la gravedad del brote que, durante 92 días, la capital política y administrativa de Catalunya fue Esparraguera, a donde se trasladó el Gobierno en pleno huyendo del foco de contagio. El Ayuntamiento, por su parte, se mudó a Pedralbes buscando aire puro. Un cordón militar aislaba a la población dentro de las atestadas murallas medievales, donde morían como moscas. Finalmente, las protestas obligaron a ampliarlo y permitieron a los barceloneses refugiarse en Montjuïc i Collserola, previo pago de 20 reales por el derecho a cruzar la muralla.

Inicialmente, las partes más afectadas de la ciudad fueron el puerto y sus aledaños,  que estaban hechos un pestilente lodazal a causa de la deficiente red de cloacas y el taponamiento del Rec Comtal. El 26 de septiembre, el diario londinense 'The Times' informaba: Mueren 60 personas al día en la Barceloneta, un suburbio de Barcelona. Otras fuentes hablan de 350 óbitos diarios.

Comenzó en agosto

"La epidemia empezó en agosto y empezó a remitir en octubre –explica la incansable guía Marga Arnedo--. Se calcula que murieron entre 18.000 y 20.000 personas, una sexta parte de la población de la ciudad". En la fase más avanzada de la enfermedad, los afectados vomitaban sangre coagulada, lo que popularmente llevó a conocerla como "vómito negro". También se la conocía como "plaga americana", porque se había detectado en una nave que procedía de Cuba, donde la afección era endémica. 

Como en toda nueva epidemia, incluida la pandemia del covid-19, inicialmente hubo disparidad de criterios médicos y de medidas políticas, que en este caso alcanzaron cotas de agria polémica. De un lado, los galenos que defendían el origen exótico de la enfermedad y su naturaleza contagiosa por contacto; de otro, los que aseguraban que el origen no estaba en los barcos que procedían de las Antillas sino en la tormenta perfecta creada por la insalubridad del puerto y unas determinadas condiciones climatológicas.

Estos últimos consideraban que el confinamiento de los ciudadanos era una medida cruel y contraproducente. Un bando de la Junta Superior de Sanidad de Cataluña les dio la razón, pero sin hacer autocrítica: 'Inspeccionando a los enfermos más sospechosos y adquiriendo todos los datos convenientes (…) resulta de estos dictámenes que la enfermedad no ha presentado carácter contagioso. Sin embargo se siguen adoptando las medidas que reclama la conservación de la salud pública'.

La epidemia resultó ser estacional y desapareció, tal como había llegado, en diciembre. La experiencia sirvió para revisar la legislación sanitaria vigente y se iniciaron los trámites para elaborar una nueva ley orgánica de salud pública. En 1870 se detectó otro brote en Barcelona, pero para entonces ya se había derribado la muralla y el Eixample estaba en pleno desarrollo. Ya no hizo falta aislar a la población. En 1881, un médico cubano descubrió que el virus lo transmitía un tipo de mosquito.

Las barracas de Montjuïc

La guía Marga Arnedo muestra al grupo una ilustración de las 400 barracas que se construyeron precariamente en Montjuïc para alojar a miles de personas que huían de la ciudad amurallada. Su nombre oficial era Campamento Sanitario de la Constitución, aunque el ingenio popular pronto lo rebautizó como "la ciutat d’en Nyoca", una expresión que aludía al batiburrillo de gentes y a su precariedad. El pasado 4 de abril, con el covid-19 en pleno apogeo, el Ayuntamiento abría un pabellón para hombres sin techo en la Fira, muy cerca de donde estuvo la ciutat d’en Nyoca.

En 1937 se descubrió la vacuna contra la fiebre amarilla, que actualmente causa unas 30.000 muertes al año. El virus es endémico en zonas tropicales del Centro y Sudamérica y también en África, que registra el 90% de los casos. En el cementerio de Poblenou se yergue una lápida dedicada a todos los profesionales médicos que perdieron la vida en la Barcelona de 1821 tratando de ayudar a los enfermos.

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