de gràcia a las playas

Una noche de botellón por la Barcelona de las restricciones ante el covid-19

zentauroepp54334566 botellon200802135513

zentauroepp54334566 botellon200802135513 / periodico

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"¿Qué quieren, que coja una depresión? Lo siento, no me pienso encerrar en casa llorando". Con este argumento, y escudándose en una crisis que les ha dejado sin blanca, cientos de jóvenes siguen reuniéndose en masivos botellones a pesar de las restricciones por los rebrotes del coronavirus en el área metropolitana de Barcelona.

 La policía se siente desbordada intentando evitar los encuentros de madrugada. "Esto es el juego del gato y del ratón, se mueven de sitio pero irse no se van", reconocen agentes de la Guardia Urbana que tratan de disuadir las múltiples fiestas. Esta es la crónica vivida por dos reporteros de este diario la madrugada del primer domingo de agosto.

Las diez y media de la noche, y la plaza dels Àngels, en el Raval de Barcelona, ya parece una batalla campal. La plaza está vacía, pero decenas de latas de cervezas y varias botellas de ginebra muestran que hace pocos instantes el lugar estaba abarrotado de gente bebiendo. La fiesta no ha terminado. Los jóvenes siguen bailando y bebiendo a escasos metros de distancia, en la plaza de Castilla, donde las mascarillas brillan por su ausencia. "Vino la policía y nos tuvimos que ir corriendo, pero ahora volveremos, a casa no iremos, ya te lo aseguro".

Quien habla es Maily, una joven brasileña que antes de la pandemia trabajaba en un 'call center'. "Nos despidieron a todos, y ahora es imposible encontrar un trabajo". Dice que vive en un "cuchitril" del Raval, donde aguantar las altas temperaturas es "inhumano". "No tengo aire acondicionado, y tampoco me puedo permitir de encender todo el día el ventilador. Menos aún tomar algo en un bar. Está siendo el peor verano de mi vida, pero no me quedaré en casa llorando". 

A los pocos minutos llega el enésimo control policial. Las latas se quedan de nuevo en la calle, y los jóvenes vuelven a esprintar buscando otro lugar donde festejar. "Esto es el juego del gato y el ratón", cuentan los agentes de la Guàrdia Urbana al encontrar la plaza vacía. La misma situación que relatan los agentes se repite en la plaza del Sol de Grácia. Esta es la únca zona del barrio donde el control policial es estable. "Vamos dando vueltas, y los vamos encontrando. Salen corriendo a otro lugar. Y así toda la noche", reconocen los policías ya a las nueve de la noche, cuando aún hay poco movimiento. La plaza de Joanic, las de la Virreina, del Nord o Diamant son solo algunos de los escenarios dónde es habitual encontrar juventud bebiendo a ritmo de reggaetón, especialmente después de que cierren los bares.

Fuera del Apolo

A las once de la noche el Jardín de les Tres Xemeneies, en el Paral·lel, es otro enclave festivo. Gloria, una joven de 26 años graduada en comunicación, aún recuerda las noches de fiesta en el Apolo, cuando el bailoteo no era ilegal. "O salgo de fiesta o cojo una depresión. Ya sé que no debería, pero es que yo estoy aquí para mi salud mental", reconoce la joven mientras toma cerveza junto unos 15 amigos.

Cuenta Gloria que, tras acabar la carrera, se mudó a Berlín a hacer un máster. Regresó a Barcelona y en enero trabajaba de dependienta a media jornada en una tienda de ropa del paseo de Gràcia. "Estoy cobrando 300 euros de paro. No puedo encender el ventilador porque no llego a final de mes. Cada día me encierro en casa y me dan ganas de llorar, yo necesito salir de fiesta", justifica. 

"Nos pusimos a estudiar en plena crisis, encontramos trabajos de mierda y ahora esto. Necesito desconectar y esto es lo único que me puedo permitir", comenta Caterina, que tras perder su empleo ha tenido que regresar a casa de sus padres en Terrassa.

A diferencia de otros días, el primer sábado de agosto las terrazas están abiertas pasadas la medianoche. "¿Que por qué hacemos botellón en vez de estar en un terraza? Porque con lo que me cuesta un 'gintónic' me tomo cinco latas de cerveza", justifica. El grupo improvisa un brindis, mostrando su aprobación con la joven. Entre ellos Mar, aparejadora en paro que lleva tres meses buscando empleo, y Joan, que explica que en marzo le cancelaron 13 entrevistas de trabajo. 

Abarrotada fiesta en la Barceloneta

Pero la escena dantesca se produce en la playa de la Barceloneta. Neveras, altavoces y mucha fiesta abarrotan la arena a las doce de la noche. Precisamente el momento en que la Guardia Urbana trata de desalojarla. "Si nos ponemos a multar no llegamos, nuestra prioridad es que abandonen la playa para que el servicio de limpieza pueda hacer su trabajo", explica un agente subido en un 'buggy'. Los jóvenes se alejan, y en cuanto el camión ha terminado de pasar por la arena, siguen con la fiesta como si nada. 

"Yo creo que esto de la pandemia es una estrategia para controlarnos a todos", responde Natalia, una camarera sin empleo a la que el alcohol ya le empieza a afectar. No se cree los datos de los muertos que anunciaba Fernando Simón, pero sí conoce a decenas de amigos que, como ella, se han quedado sin ingresos. "A ver, morir nos vamos a morir todos, ¿no? Pues al menos disfrutemos con lo poco que tenemos". Nadie lleva la mascarilla puesta y muchos grupos de amigos juntan sus toallas con otros que acaban de conocer esa misma noche. Es la una de la madrugada y la fiesta ha vuelto como si nada.

A pocos metros de ellas, cuatro chicas bailan sin cesar con música tecno a toda pastilla. "En enero nos compramos billetes a Barcelona para ir al festival de los Monegros. Lo cancelaron, pero decidimos venir igualmente. Esta fiesta en la playa no está nada mal", zanja Sophie, junto a sus amigas francesas. Un grupo de ucranianos, que se sostienen en la arena con cierta dificultad, les lanza halagos desde su toalla. Ellas les sonríen. "Esto de la distancia social esta sobrevalorado, ¿no?", suelta otra chica a carcajada limpia. 

Superadas las tres de la madrugada, las playas de la Mar Bella y del Bogatell están igual de abarrotadas. Eli, José, Genís y Gerard practican el 'perreo' con un cubata en la mano, la música bien alta y el maletero del coche que les sirve de barra del bar en el párking de la playa. 

"Hemos decidido alejarnos de la muchedumbre. Esto es más seguro ¿no?".  Uno vive en Granollers, otro es de Barcelona, y dos más han bajado a la ciudad buscando fiesta desde Osona. "Te confieso que ya hacíamos lo mismo cuando estábamos en fase uno, y de momento nadie nos ha multado", dice José entre risas. El de Granollers se ha quedado sin prácticas de la universidad y el de Barcelona, sin el empleo veraniego que quería. Los de Vic se ven en el paro cuando acabe el verano. "Solo nos queda esto, no nos vamos a encerrar en casa, somos jóvenes y nos merecemos un verano, o algo que se le parezca". 

Descontrol en las terrazas

"Ha llegado un punto en el que nadie sabe qué tiene que hacer, y en cuanto nos ven con los chalecos todos los bares nos preguntan si tienen que cerrar a las 12. Yo ya no sé qué decir", comentan Miquel y Álbar, dos agentes cívicos en la plaza del Sol de Gràcia. Los agentes confirman el desasosiego de los restauradores. Primero el Govern impuso restricciones y obligaba a los bares a cerrar a medianoche. Luego el juez lo desestimó. Y así durante una semana.

"Yo sé que si cierro a medianoche dejo de ingresar 600 euros", responde Endika Pikabea, encargado del bar Pika Bea, en el Raval de Barcelona. "Para mí el marero ya es lo de menos, porque preguntamos a la policía y listos, lo que no entiendo es que podamos tener la terraza llena a las once de la noche y no a la una de la madrugada", señala el restaurador.

"Si mantenemos las medidas de seguridad, deberíamos poder abrir", agrega. Lo que tiene clarísimo es que hay un grupo de gente que no va a ir a consumir y se va a quedar bebiendo en la calle. "Es la opción barata, hay muchos que no se pueden permitir otra cosa".

Suscríbete para seguir leyendo