VIOLENCIA MACHISTA

"Nunca fui sumisa, por eso me llevé tantos golpes en la cuarentena"

Cinco mujeres que han sido víctimas de violencia machista durante el confinamiento relatan sus experiencias a EL PERIÓDICO

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Nacho Herrero

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Cinco mujeres explican a EL PERIÓDICO el calvario de violencia machista que han vivido durante el confinamiento. Sus historias muestran perfiles bien distintos, porque las agresiones machistas son una lacra que aún pervive en muchos estratos de la sociedad. Las mujeres que han prestado su testimonio han sido agredidas de distintos modos, pero todas ellas han querido dar su voz para contribuir a erradicar estos delitos.

Estas son sus historias, algunas de ellas con nombres ficticios para preservar su anonimato.

Lucía: "Comenzó a cambiar, comenzaron los maltratos, me agredió, sentí miedo y me fui"

Con su nombre verdadero y viviendo un sueño, Lucía llegó a España con su pareja hace dos años. Los detalles no importan, el resumen: ella pagó todo, ninguno tenía papeles y él se puso a ganar dinero. Cuando ella se quedó sin blanca "comenzó a cambiar, comenzaron los maltratos, me agredió, sentí miedo y me fui". Él la buscó y ella volvió. Esa historia, cambiando de escenarios, se repitió cíclicamente, incluso con alguna denuncia de por medio retirada a última hora a ruego del afectado. "Una adicción", resume, que le ha costado golpes, insultos y humillaciones. Y se inunda de lágrimas por el dolor de las últimas. Ella, que en su otra vida fue una mujer fuerte e  independiente, y acabó colonizada y mustia. "Soy una planta a la que le entró un bicho", resume

El fin de semana del decreto del estado de alarma, ambos llegaron a su nuevo destino. "Me había creado la sensación de que lo necesitaba pero yo no estaba segura y de repente me tocó encerrarme con él. Me había metido en la boca del lobo y no sabía cómo salir", recuerda.

Unos días después, el ciclo comenzó de nuevo, esta vez ‘torturándola’ con detalles se encuentros sexuales con otras mujeres. "Me destrozaba, me ponía a llorar, tiritaba, no comía, solo tomaba pastillas para dormir. Cuando no podía más y le gritaba decía que iba a llamar a la Policía y que me iban a deportar. Cuando le decía que no estaba bien lo que me hacía, decía que le estaba amenazando y me golpeó. Cuando le dije que nunca otro hombre me había tratado así de mal me cogió del cuello. Nunca fui sumisa, por eso me llevé tantos golpes en la cuarentena", explica.

Con el paso de las fases de la desescalada, ella vivió las suyas propias y decidió dejarlo y pedir ayuda. Se lo estaba contando a una amiga, mezclando lágrimas y vino, cuando él entró en casa. Cuenta que le intentó quitar el móvil y que ella acabó en el suelo con un enorme moratón en el brazo y rompiendo una botella. Esta vez la llamada de la Policía fue real y fue ella la que se fue detenida. ‘Levántate, deja de montar el numerito y acompáñanos’. El mundo al revés.

Tras una noche en el calabozo se encontró sus maletas hechas pero él se había ido. Volvió a los 10 días y de la pelea del reencuentro esta vez fueron los dos al calabozo. Incapaz aún de salirse de la espiral en la que estaba metida, volvió a la casa que compartían y, anulada, incluso a la cama. ("no me forzó pero no fue con mi consentimiento").  Y otra vez a los golpes. Esta vez se llevó empujones, escupitajos y una patada. "Ahí decidí denunciar y pedir la orden de alejamiento", explica. Y al oírse narrarlo todo se dio cuenta de que no estaba enamorada sino "enferma". Por eso pide a todas las que estén en una situación similar que busquen ayuda. "Porque lo que te hacen no es un error, es algo que no se puede permitir, que no se puede aguantar, que no se puede tolerar", recalca.

Dana: Vivir con miedo físico y virtual

A Dana, que podría haberse llamado así, durante el confinamiento le llegó un aviso. Que si era ella quien estaba intentando acceder a su cuenta de correo y equivocándose de contraseña. No era ella, claro, y tuvo que volver al juzgado porque durante meses, tras denunciar por malos tratos a su expareja, le llegaron mensajes de desconocidos llenos de insultos y amenazas. Eres una tal y una cual. Le has hecho esto y lo otro y encima vas a la Policía. De desgraciada para muy arriba.

Con el intento de asalto virtual, que no fue el único, volvió la ansiedad y el miedo, aunque en realidad, ni la orden de alejamiento que consiguió unas semanas antes, ni la restricción de movimientos por el estado de alarma habían acabado con los temores. "Tienes la tranquilidad de que no se pude acercar, pero por otro lado sabe siempre dónde vas a estar", reflexiona. La ‘nueva normalidad’ ha sido para ella recuperar la versión antigua de sus angustias. El temor a encontrarselo, el que le digan que está rondando por su pueblo, el no saber si va a volver a agredirla.

El romance juvenil entre dos amigos de clase se transformó en pocos meses y ella se lamenta de no haberlo visto venir. De no haber entendido por dónde iban algunos mensajes sutiles sobre lo guapa que se había vestido y, sobre todo, de haber dejado pasar una vez que él se volvió "loco" en el coche tras una discusión, repartiendo en marcha golpes entre el volante y el salpicadero, rozando el accidente, para acabar sujetándola a la fuerza.

El perdón a ese ataque de ira dio paso a una escalada de control. Primero la revisión de los mensajes de su teléfono, después las agresivas acusaciones de tontear con amigos y más adelante los gritos en mitad de la calle para que dejara a sus amigas para irse con él.

Cuando lo dejaron fue aún mucho peor. Llegó el bombardeo de mensajes y llamadas, casi cien en un mismo días entre las dos, y dos asaltos, esta vez físicos. El primero, saltando la verja de su casa para insultarla ("ojalá te  mueras desgraciada") y empujarla. El segundo, bloqueándola sin dejarla salir de su domicilio durante horas. Ese día supo que no podía ocultar lo que le estaba pasando y que tenía que ir a la Policía.

Con esa pesada mochila, acabando aún de digerir el impacto que le supuso asumir que era víctima de violencia de género, de entender que lo que veía por la tele ahora le pasaba a ella, ahora piensa en cómo rehacer una vida que era como cualquier otra pero ya no lo es y no se sabe hasta cuándo.

Con la orden de alejamiento, a ella le llegó un dispositivo para avisar en caso de emergencia y una recomendación de que cambiara de número de teléfono y que se saliera de las redes sociales. A eso se resiste, enfadada por ser ella quien tenga que esconderse, pero ya ha decidido cambiar sus estudios y se plantea mudarse a otra ciudad.

María: Insultos y amenazas en la batalla por la custodia

María no es María pero tampoco es la mujer que era hace dos años cuando se separó. Tiene trabajo, su casa propia y es independiente económicamente. "Y a mí ahora ya no me controla nadie", afirma segura. Pero, incluso desde esa fortaleza, la pandemia le llevó a revivir escenas de violencia y maltrato de las que no consigue escapar desde que decidió separarse.

"Me controlaba, venía a mi pueblo o mandaba gente. Aún hoy sigue haciéndolo, buscando bronca con mi pareja. Un día por la noche, yo estaba sola y varios de ellos me rodearon en el coche. Otro día mandó a su madre a quitarme a la niña. Yo la tenía cogida y empezó a tirar de ella", señala. La escena pasó de los gritos a los golpes con la menor en el centro de la batalla pero la Guardia Civil despachó el asunto como una "pelea familiar".

Esta vez, dos días después de decretarse el estado de alarma, su expareja se plantó en la puerta de su casa y le exigió a gritos llevarse a la niña para tener su visita semanal. La impresora del BOE echaba humo pero nadie decía qué pasaba con los hijos de los divorciados más allá de algunos jueces que empezaron a decir que, ante las restricciones de movimientos, si no había acuerdo, se quedaran con quien estaban.

 "Cuando le dije que la niña no se iba se puso como un loco. Me amenazó diciendo que iba a venir la Guardia Civil y que, si no, volvería él. Otra vez me dio el ataque de ansiedad, me daba miedo que me estuviera esperándome fuera. Me tuve que ir a otro piso y decirle a mi madre que se encerrara", recuerda.

Ofrecerle la posibilidad de realizar videollamadas no mejoró la situación."Llamaba, pero para insultarme delante de ella. ‘Me cagó en tus muertos, puta’, decía", explica aún alterada. Ahora le reclama tener a la niña una ristra de días seguidos para recuperar esos los perdidos.

Fue cuando se quedó embarazada cuando cambió su relación. "Ya no podía salir, ni tener redes sociales ni llevar escote o trabajar. ‘Tú a cuidar de la nena, que es lo que te toca’, me ordenaba", explica. Cuando a él lo detuvieron por un trapicheo, sí que se lo permitió para poder pagar al abogado. Pero con sus condiciones. "Me registraba la mochila por si llevaba raya de ojos o no podía ir con leggins", apunta. Un segundo embarazo con aborto incluido empeoró todo aún más, cuenta tratando de meter hacia adentro las lágrimas, y finalmente ‘huyó’ a la casa de su madre. Ahora a partir de septiembre, pese a los antecedentes de él, pasarán a custodia compartida.

Marta: "No me dejaba salir ni a comprar"

"A principios de marzo, viendo lo que pasaba en Italia y lo que se acercaba, nos autoconfinamos pero llegó un momento en el que no me dejaba salir ni a comprar. Era solo él quien tenía ese privilegio", cuenta Marta, que en verdad no se llama así. El ‘secuestro’ no fue el único maltrato de esas semanas. "Teníamos discusiones constantes, incluso con forcejeos y la mala siempre era yo. Un día grabé unos audios para pedirle a mi padre para que me sacara de allí. Él me cogió el teléfono, se encerró en el baño para borrarlos y cuando intenté entrar me atrapó la pierna con la puerta y no la soltaba", explica. Luego llegaron las peticiones de perdón y entre una y otra, dejada caer, una frase: "al final te voy a hacer daño".

La violencia venía de lejos. "No me ha dado una paliza pero me ha maltratado, me decía que era una mierda y que él no podía trabajar porque yo no podía con los niños. Me llegó a decir que era una maltratadora de niños", cuenta.

Pero, en el confinamiento, en una de esas discusiones él le dijo que se fuera de casa pero que los dos niños se quedaban. Al rato, que se los llevara y entonces no dudó. Llenó las maletas y salieron corriendo pero al día siguiente recibió una llamada. ‘Me estás impidiendo ver a mis hijos’’, le espetó. Entonces decidió pedir ayuda y su interlocutora no lo dudó: aunque no se lo quisiera creer era una mujer maltratada y debía denunciar. "Fue un jarro de agua fría porque estaba tan manipulada que pensaba que la loca era yo", admite. Pero también asegura que si no hubiera marcado el 016 habría vuelto con él, una vez más.

"Me había echado 15 ó 20 veces de casa pero a los dos o tres días aparecía rogándome que volviera. Me llegó a dar una patada en la barriga estando embarazada de siete meses pero yo lo justificaba todo, pensaba que era porque estábamos mal puntualmente o por el dinero. Tenía el trauma del divorcio de mis padres y no me atreví", se lamenta mientras se tapa la cara.

Cuenta los días que lleva sin él y sonríe, porque no han sido fáciles pero la otra alternativa era mucho peor. "Al principio te ves en la nada, sin recursos, ni casa y con los niños. Sin saber cómo tirar hacia delante. Tengo mucha ansiedad pero también he recuperado las ganas de vivir porque antes de lo que tenía ganas era de tirarme a las vías… y lo intenté", desliza rápido. Ahora siente que no esta sola. "Te jode cuando te recuerdan que te lo estaban avisando, pero es que es verdad", acepta.

Noelia: El abrazo que asfixia

"Dormía en una tienda de campaña y me veía dentro de un sarcófago. Yo he pasado de todo en esta vida y aun así no dejaba de pensar en suicidarme, de meter la cabeza en una bolsa de plástico, de tener una ‘muerte dulce’ pensando al menos que dejaba una pensión a mis hijos". Noelia escoge con tino cada palabra, también cada cifra, como los 169 euros de los que dispone al mes cuando no trabaja.

Pasa de los cuarenta y viene de una familia con dinero. "Machista y fascista", precisa. Vivió el maltrato de su padre a su madre, algo que le dejó "secuelas muy hondas pero también invisibles por fuera". Lo suyo, analiza ella misma, es "una indefensión aprendida, tiendes a bajar los brazos, a ser comprensiva y benevolente con las personas malas".

Sus dos primeras parejas, incluido el padre de sus hijos, la maltrataron y acabó enganchada a un antiguo amigo. Alguien de pocas relaciones, muy posesivo y con vocación de falso salvador, describe. "Siempre quiere ayudarte, siempre aparece pero para que dependas de él. Para abrazarte pero para meterte debajo de su sobaco y asfixiarte", relata gráfica.

Así ocurrió hace unos meses, cuando le salió mal su intento de alejarse de él. Finalmente volvió a su piso, teóricamente ya no como pareja. De un día para otro, él lo vendió para pagar unas deudas. "Era febrero hacía frío y nos encontramos en la calle. Me dijo que podía irme con él a una casucha de campo, sin luz ni agua", explica. Allí les pilló el estado de alarma y sus movimientos se restringieron a ir a por agua. "En el lavadero, con un euro casi tienes 30 litros para lavarte", informa. El aire libre, lejos de todo y de todos, acabó de ahogarla. Sus muchos achaques físicos no ayudaron.

"Sentí que me moría por dentro. Me he sentido prostituida por mi misma. He vivido situaciones humillantes, de sentir vergüenza de mí", explica. Por una vez, no entra al detalle. "Pensé incluso en prostituirme en la calle pero también pensé que más valía malo conocido", desliza.

Dándole vueltas a lo de la bolsa, decidió invertir sus últimos ahorros en mudarse a una pensión "y si me tenía que ir, que fuera allí". Pero, y aún se sorprende, el guión cambió de repente. El dueño le ofreció empezar a limpiar allí y ahora parece que en pocos días podrá empezar a trabajar en una contrata municipal. Incluso ha encontrado un hueco en un piso de emancipación. "A ver…", dice entre ilusionada y desconfiada.

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