VUELTA A LA NORMALIDAD

Mil razones para salir zumbando

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Natàlia Farré / Carme Escales

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La nueva normalidad conlleva una de las demandas más anheladas por el ciudadano desde que saltó el estado de alarma: la movilidad entre regiones sanitarias, vamos, el poder circular por toda Catalunya sin restricciones. Desde la medianoche de este jueves será posible. Así que tras tres meses de confinamiento y con un puente y una verbena cerca, la operación salida de Sant Joan se antoja más operación huida que otra cosa. Hay ganas de abandonar el municipio de confinamiento. Motivos hay tantos como individuos. 

Los de Eduard Batista se leen en clave inmobiliaria o de reforma. También de asueto, por supuesto. “Tenemos ganas de ir a la playa, y de que los niños disfruten del sol y del mar”. Los niños son dos, de 7 y 9 años, y lo suyo ha sido una cuarentena de las buenas. Eduard y su mujer, ambos ejecutivos, han podido teletrabajar y adaptar horarios para que siempre hubiera uno de los dos con los pequeños. Cuando las obligaciones laborales han pasado a ser presenciales, han recurrido a los abuelos -"no había canguros”. Además, residen fuera de Barcelona, con lo que sacar a los niños de paseo a un kilómetro del domicilio permitía pisar verde en lugar de asfalto. Así que el tema que más les preocupa y por el que saldrán zumbando este viernes hacia L’Estartit es ver cómo ha quedado su nuevo apartamento. Lo compraron en septiembre y empezaron a preparar las reformas en enero, con calma, para tenerlo a punto para Semana Santa. Pero el covid-19 se cruzó entre sus ilusiones y la realidad. Les pilló con las obras a medias. Estas continuaron cuando la normativa lo permitió pero ellos han tenido que conformarse con hacer el seguimiento telemáticamente. No saben el resultado: “¡Aún no hemos visto el piso!”. Pero sí saben que tendrán que sobrevivir, de momento, sin sofá ni puertas en los armarios: “No han llegado, ni sabemos dónde están, pero estamos convencidos de que tarde o temprano aparecerán”.

Reencuentro sin okupas

La casa que Laura Gámez tiene en el Empordà no está en obras, pero eso no impide que no tenga ganas de dejar Barcelona para instalarse allí. Lleva toda la vida haciéndolo regularmente, sobre todo los fines de semana de primavera y verano, además de vacaciones. Ahora hace mucho que no abre la puerta de su segunda residencia -“parece un siglo”-, por eso ya está preparando las maletas. Es la primera oportunidad en tres meses de asegurarse de que en su casa de l'Empordà, en manos de la familia desde tiempos inmemoriales, no hay okupas: "Es algo por lo que siempre sufres, y más con todo el mundo confinado. Tenemos alarma pero nunca estás tranquilo"-, y es ante todo la primera oportunidad en tres meses de reencontrarse con su hija: "Es mayor y tiene su propia vida, pero la echó mucho de menos”. A Carla el confinamiento le pilló en Roses visitando a su pareja. La empresa para la que trabajaba le dio vacaciones cuando empezó el estado de alarma. Del descanso pasó al paro. La despidieron días antes de que el Gobierno prohibiera los despidos en el decreto de medidas complementarias en el ámbito laboral del 28 de marzo.  “Vamos, una injusticia”.

En clave familiar se mueven también las salidas que harán Meritxell Sabartés e Ingrid Ramon. La primera es enfermera en La Seu d’Urgell. Tiene dos hijas, de 16 y 11 años, que hasta que se declaró el estado de alarma, dejaba con su madre un par de veces por semana. Su progenitora vive en Artesa de Segre y los canguros de abuela eran la excusa perfecta para verse asiduamente desde que, en 1996, Meritxell se fue a vivir a La Seu. Entre los dos municipios hay una  hora de trayecto en coche que el estado de alarma ha prolongado a más de tres meses. Hasta hoy. A las cinco de la tarde de este viernes, cuando Meritxell salga de trabajar, la familia cogerá la carretera para reencontrarse. “Tenemos ganas de verla a ella y a mi hermano, y disfrutar de la compañía familiar”, dice Mertixell. No ha sido fácil y menos últimamente, cuando los vecinos de la La Seu no podían desplazarse a su capital de demarcación, Lleida, pero los andorranos sí podían entrar en La Seu para ir de compras. “El sábado pasado La Seu estaba llena de andorranos y nosotros no podíamos ir a ver a mi madre porque el área sanitaria de La Seu se termina en Oliana. Nos parecía muy injusto”.

Ni Whatsapp ni nada

Algo parecido ha sufrido, Ingrid Ramon,  educadora de perros en Barcelona. Sus padres viven en Pineda de Mar, a medio centenar de kilómetros de ella, en la misma provincia, Barcelona, pero en diferente área sanitaria. Su padre cumplió 89 años durante el confinamiento, pero ella y sus mascotas no pudieron trasladarse a celebrarlo con el agravante de que su progenitor se recupera de un ictus con secuelas que le impiden expresarse con claridad. Así que durante el confinamiento, la comunicación ha sido a través de su madre. “Con 89 años, mi padre ni Whatsapp ni nada, así que llevo más de tres meses sin verle la cara. Por suerte mi madre está bastante bien, aunque se lesionó la rodilla y hasta ahora no le han hecho la resonancia”. Este sábado pondrá rumbo hacia Pineda. Sueña con la paella de verduras y la tortilla de patatas que prepara su madre. El reencuentro pondrá fin a una dura distancia.