SEGUNDO ANIVERSARIO

"La recepción del 'Aquarius' fue un acto de propaganda"

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zentauroepp53783494 valencia aquarius200617132738 / Miguel Lorenzo

Nacho Herrero

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Hace dos años Moses Von Kallon, un joven de Sierra Leona, descendió (agotado, ilusionado y expectante) por la pasarela del 'Aquarius' de la onegé Open Arms y se encontró con una enorme operación de bienvenida retransmitida en directo por cientos de medios de comunicación desde el Puerto de València.

Era el 17 de junio de 2018 y como él, lo hicieron otras 628 personas a las que varias ONG habían recogido frente a las costas de Libia y que se quedaron al pairo cuando Italia y Malta les negaron la entrada. El Gobierno de España se ofreció para acogerlos y hoy se sienten olvidados.

"Hubo muchas promesas del Gobierno cuando estábamos en el mar. No vinimos nosotros aquí, hubo una invitación del presidente, Pedro Sánchez, y de su gobierno. Mucha gente vino a decirnos ‘bienvenidos, somos familia’", recuerda Von Kallon. Pero el tiempo ha cambiado su visión de aquella recepción. "Fue una acto de propaganda política", sentencia en una charla con EL PERIÓDICO.

Pese a todo no pierden la esperanza y este miércoles posaron con réplicas de la camiseta con la que uno de ellos bajó de aquel barco mostrando su confianza en España. Aquella fue la primera gran decisión del recién estrenado Gobierno, como Sánchez contó en ‘Manual de resistencia’, un libro en el que aseguraba que salvar esas vidas hacía que valiera "la pena dedicarse a la política" y en el que recordaba el reconocimiento internacional que tuvo el país.

Pero la bienvenida se quedó ahí denuncian los refugiados. "Si haces promesas tienes que cumplirlas. El Gobierno quiso que todo el mundo supiera que España tenía humanidad. Nos invitaron y se olvidaron. Nadie invita a alguien a su casa para que duerma en la calle", critica Von Kallon. Y eso ya pasa.

Protección denegada

Según explicaron en una rueda de prensa, de los 551 que se quedaron en España (78 se fueron a Francia), 374 formalizaron su solicitud de protección pero aunque en seis meses se debían haber resuelto a finales de mayo apenas había 66 resoluciones y 49 eran negativas. Nueve se han archivado y ocho se han aceptado.

Von Kallon tiene claro que en otros casos no habría sido así. "¿Por qué se han olvidado de nosotros?", se pregunta para deslizar una posible respuesta "¿porque somos negros de África?". Con su mejorado español afirma que "si ese barco hubiera llevado inmigrantes europeos o americanos blancos, creo todas las promesas se habrían cumplido el primer mes".

"Nosotros no tenemos poder", asume antes de recordar que "nadie pide dónde nacer, ni el color de su piel" pero que "nacemos todos como personas dignas, nadie ha nacido para ser inmigrante sino para ser libre". Por eso pide que quien no pueda acceder al asilo lo haga a otra protección humanitaria.

Vidas precarias

A quien le han denegado la protección le retiran también la ‘tarjeta roja’ que tienen en virtud de esa petición y que hace que puedan residir y trabajar legalmente pero que tienen que renovar cada seis meses lo que frena a muchos empresarios a la hora de contratarles. Sin ese documento pasan a ser irregulares y les deja fuera de ayudas.

"Hay gente que ya está en la calle. Eso para las mujeres puede suponer empujarlas a la prostitución. Intentamos ayudarnos entre nosotros", explica.

Von Kallon esquiva los motivos que le llevaron a salir de su país. "Es muy difícil hablar de ello. Nunca pensé que tendría que salir, estudiaba economía en la universidad, pero había una guerra y hay veces que no tiene otras opción", dibuja.

Ha trabajado en el campo, en la construcción y ahora recogiendo ropa de contenedores. "Da para el alquiler y comer", resume. "Nuestra vida es como si estuviéramos todavía en medio del océano. No sabemos hacia dónde vamos ni si vamos a sobrevivir", aseguraron en el manifiesto que leyeron.

Integración acelarada

A las dificultades de la precariedad se une no tener familia o amigos, los recuerdos que les persiguen ("no puedo olvidar lo que pasamos en Libia") y estar lejos de casa. "Estaba aquí cuando se murió mi hermana pequeña. Al principio no pude ni llorar, no tenía con quién hablar. Estaba solo y tenía que seguir estudiando español", recuerda.

El programa de acogida en el que entraron y que les permitió aprender el idioma y empezar a integrarse se acabó a los dieciocho meses de su llegada. "Es muy poco tiempo. No sabes un idioma que tienes que conocer para trabajar pero para integrarte necesitas entender también la cultura", explica.

Sus críticas al olvido gubernativo, tras agradecer su acogida, se convierten en elogios a todas las personas que les ayudan, desde trabajadores sociales a miembros de oenegés. "Lo hacen no por dinero sino por ser personas. Es lo que se necesita en el mundo, gente que trabaja por humanidad", afirma.