fenómeno social complejo

El ataque a un piso ocupado por migrantes revela una crisis de convivencia en Premià

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Guillem Sànchez

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El asalto a una casa de jóvenes migrantes en Premià de Mar (Maresme) ha puesto de nuevo el foco sobre un problema social complejo que supone una amenaza grave para la convivencia. "Esto no va de racistas o antiracistas", avisa Sara, una vecina preocupada por la situación que se vive en el pueblo. Según fuentes policiales, existe una minoría de extutelados por la Generalitat –a quienes nadie contrata ni alquila un piso– que han optado por reunirse en grupos para ocupar domicilios ilegalmente y sobrevivir con la delincuencia. Estos delitos generan inseguridad y pueden espolear actitudes racistas o acabar avivando respuestas violentas como la de este domingo. Los Mossos d’Esquadra han abierto una investigación para tratar de averiguar el origen de lo ocurrido y resolver cómo los asaltantes llegaron a coordinar una acción que implicó a 50 personas.

Hay dudas razonables sobre si los inductores del ataque seguían todavía allí cuando la policía catalana tomó el control de la situación, más de una hora después. Son razonables porque al primer grupo –en el foco de la investigación policial– se le unió otro, integrado por vecinos de Premià –entre los que se encontraban los dueños del bar Singer, ubicado no lejos del lugar–. De Premià son los dos primeros detenidos por agredir a uno de los agentes en la cabeza. En función de cómo evolucionen las pesquisas, subrayan fuentes policiales, se optará por tratar la acción como un delito de móvil racista o descartarlo. La investigación prevé identificar y detener a varios de los participantes durante las próximas horas o días.

Las mismas fuentes policiales añaden que las víctimas de esta acción violenta –los inquilinos que ocupaban el piso asaltado– han protagonizado diversos robos en la zona. No está claro que sean también los autores de una agresión sexual sufrida por una mujer la pasada semana, algo que varios de los vecinos que secundaron el ataque dan por hecho. Esa es otra parte del problema: las cadenas de informaciones no contrastadas que circulan por grupos de WhatsappTelegram o Facebook, cuyos integrantes parecían en las últimas semanas dispuestos a montar patrullas ciudadanas para tomarse la justicia por su mano.

El asalto

Poco antes de las 11 de la noche del domingo, un grupo de unas 50 personas irrumpió violentamente en un domicilio ocupado por "presuntos delincuentes", en palabras del alcalde de Premià, Miguel Ángel Méndez. Lanzaron piedras contra el balcón, treparon por la fachada principal y lograron entrar y llenar el interior del inmueble con la espuma de un extintor. Uno de los jóvenes migrantes resultó herido. 

La acometida dejó temblando a una comunidad de vecinos que llevaba meses asustada por los ocupas y que este lunes sigue atónita: el asalto logró lo que las autoridades no habían hecho, que se fueran. Han sido realojados temporalmente en un hotel de otra población. Pero ni siquiera para estos vecinos lo que hicieron los asaltantes es tolerable. "Es una mala solución pero ha acabado siendo tristemente la única solución", resumía Mario. "A mí me amenazaron con violar a mi mujer mientras estuviera en el trabajo y han protagonizado robos y hurtos en el pueblo", enumeraba. Trabajador del SEM, a Mario le tocó en una ocasión acudir al piso de los vecinos con quien estaba enfrentado en la escalera para atenderlos después de una discusión. "Se peleaban entre ellos cada dos por tres, incluso con navaja".

Los Mossos recibieron el aviso a las 22.45 horas. Cuando las primeras patrullas llegaron al número 239 de la Gran Via de Lluís Companys se toparon con el asedio al piso. Pidieron refuerzos y la rotonda frente a la que está ubicado este bloque recibió una avalancha de dotaciones de seguridad ciudadana y de orden público, también de la policía local y de los Bombers de la Generalitat –el humo blanco del extintor hizo creer a más de uno que había fuego–. Sobre la medianoche, pudieron controlar la situación. No resultó sencillo porque varios de los atacantes se enfrentaron con agentes. Hubo cinco mossos heridos leves.

"Me asusté muchísimo", admite Fina, una mujer de 80 años que ha vivido durante más de un año pared con pared con los ocupas. "Les tenía mucho miedo, solo los saludaba si ellos me saludaban y si tenía que salir pero veía por la mirilla que estaban en el rellano, esperaba a que se fueran", recuerda. La mujer de Mario bajó a rescatarla durante el asedio para que se refugiara en su domicilio. "Golpes, ruido, gritos", explica Fina todavía presa de la confusión. 

El piso ocupado era propiedad de un hombre que tuvo que cederlo al no poder afrontar los pagos de la hipoteca. Lo compró un dueño que jamás ha residido en esta finca y que este lunes abría las puertas a la prensa para mostrar el estado en el que se encuentra el inmueble: el suelo lleno de polvo de extintor, armarios de la cocina destrozados, basura por los suelos y colchones sin sábanas sobre los que dormían los jóvenes. En los últimos cuatro años ha habido una fuerte rotación de inquilinos. Los actuales, los más problemáticos, se instalaron hace un año y han llegado a compartirlo entre seis o siete compañeros. Ahora eran dos o tres. 

Lo ocurrido en Premià interpela al resto de poblaciones del Maresme, escenario de diversos conatos de violencia para tratar de contener los robos violentos por parte de jóvenes extutelados que delinquen –una minoría pero conflictiva–. "Si cumplen los 18 años y nadie les va a alquilar un piso ni les va a dar un trabajo, acaban ocupando y robando. No los justifico, solo trato de explicar lo que está pasando", resumía un policía de la zona, que avisa de que la solución no es traer más Mossos.