COLECTIVOS VULNERABLES

La crisis social abierta por la pandemia recrudece la pobreza infantil

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Helena López / Elisenda Colell

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Hablen con la mirada puesta en Sant Roc, La Mina, La Florida, el Raval todos coinciden en que se insiste mucho en la idea de la brecha digital, cuando la verdadera brecha, la que marca y marcará la vida de miles de niños crecidos en entornos empobrecidos, es la social. Una brecha que ya existía, siempre existió, pero que el encierro por la pandemia está incrementando de manera alarmante. "Estos días se han producido situaciones surrealistas, como enviar ordenadores a casas de niños sin electricidad". El clarificador ejemplo lo ponen Clara Maristany y Laura Casares, profesoras de P-4 y de quinto de primaria del Institut Escola Trinitat Nova. Los profesionales de este centro de máxima complejidad de la capital catalana, además de la gestión y seguimiento de las 400 tarjetas comedor de los niños becados antes del confinamiento para evitar que los reincidentes retrasos en el ingreso dejara a ninguno de sus alumnos sin un plato en la mesa, durante estas semanas, ya meses, han tramitado otras casi 150 ayudas extraordinarias. "Los cuatro euros por día y niño de la tarjeta comedor no cubren las necesidades alimentarias de toda la familia. No es solo comer, es desayunar y cenar", señala Joan Artigal, director del instituto-escuela. 

"Tenemos muchas familias que jamás habían pedido ayuda a los servicios sociales y ahora lo están haciendo. Y hablamos solo de comida. No quiero pensar qué pasará a corto plazo con la vivienda. El nivel de dificultad social se está agudizando", prosigue el profesor, quien recuerda que el 20 de junio terminan las becas comedor, gestionadas por Educació, y todas esas ayudas esenciales se derivarán hacia servicios sociales, donde se está haciendo "un embudo descomunal". "Todas las personas que no tienen papeles no pueden acceder a ninguna ayuda del Gobierno, a lo único que pueden acogerse es a las ayudas de emergencia de los servicios sociales, y en los servicios sociales ahora mismo para los nuevos casos solo se están dando ayudas para la alimentación", añade.

"Muchos de nuestros niños ya vivían en lugares insalubres antes de la pandemia y la situación irá a peor"

Eva Ledesma

— Casal Infants Badalona

El relato que hace de la situación de Eva Ledesma, directora territorial del Casal dels Infants en los barrios de Llefià y Sant Roc, en Badalona, es muy similar. De las 450 familias con las que trabajan, con las que llevan más de 70 días contactando a diario, el 40% vivía de la economía sumergida y el 45% se ha quedado sin trabajo. "Desde el Casal dels Infants se han tenido que dar 121 ayudas económicas para alimentación e higiene, algo que hasta ahora nunca habíamos hecho. Nuestra función era otra, pero nos hemos tenido que reinventar ante una emergencia sin precedentes, con unos servicios sociales desbordadísimos. Y el día que esto acabe, para estas familias no acabará. Empezará. Estos niños ahora pasan las 24 horas del día en casa y eso les marcará. El factor socializador era clave para ellos. Pasaban muchas horas en el colegio, en el centro abierto... Veían otras cosas. Hay muchas familias confinadas en viviendas insalubres. y esta situación va a ir a peor. Los desahucios ahora han parado, pero volverán", advierte.

Las secuelas del encierro en estos niños preocupa también a Cristina Jaumandreu, educadora emocional del IE Trinitat Nova. "Hay críos están creciendo con preocupaciones de adulto, como cómo pagar el alquiler o la compra semanal", señala Jaumandreu, quien jamás se hubiera imaginado decirle a una alumna que por qué no se pinta la raya del ojo "como en el 'insti', que estaba muy guapa". "Si un niño de cuarto de ESO busca un trabajo este verano porque su familia ha perdido los ingresos y en septiembre siguen igual, este niño no va a seguir estudiando porque no va a poder dejar ese trabajo. Y a los niños que les costaba el hábito de ir a la escuela, después de seis meses les costará mucho más", reflexiona.

"Las familias que vivían de los mercadillos y se quedaron sin ingresos de un día para otro"

Marta del Campo

— Directora del IE La Mina

A las profesoras Maristany y Casares les duele que esa brecha social que todos los profesionales subrayan la estén ayudando a incrementar el resto colegios, incluso públicos. "Que las escuelas estén avanzando materia está haciendo que la desigualdad crezca, que los niños a los que les es imposible hacerlo se queden todavía un poco más atrás", apuntan. Un ascensor social ya de por sí defectuoso que esta crisis ha descalabrado.

"No te preocupes, estamos todos bien"

Marta se emociona con los mensajes de voz que le envía Iván de madres del colegio diciéndole agradecidas que no se preocupe, que están bien. Marta del Campo es la directora del Institut Escola La Mina e Iván Cortés, el promotor escolar del centro, quien cerró un acuerdo con el mercado municipal del Besòs y está repartiendo personalmente por las casas de los alumnos vales de compra. Están bien, le dicen, pero "sin poder ir a emplear es complejo llenar la nevera". Muchas de las familias de la escuela vivían de la economía sumergida, de ir a vender con el carrito o de hacer mercados, y se quedaron sin ingresos de un día para el otro. Desde la comisión social del centro detectaron las necesidades de las familias y se pusieron a pensar en cómo ayudarlas. "Todo el equipo se ha implicado muchísimo. El contacto con las familias es constante. Lo están haciendo vía whatsapp, con sus teléfonos personales, para llegar a todo el mundo", reivindica con orgullo la directora. 

El citado acuerdo con el mercado fue una de las ideas que surgió de la inteligencia colectiva que mueve el IE La Mina. Otra, en este caso liderada por el coordinador pedagógico y el técnico de integración  -y aquí liderar no es solo buscar los recursos, sino también salir a la calle con la mascarilla a llevarla a cabo- es repartir comidas ya preparadas. Lo hacen a través del proyecto World Central Kitchen del cocinero José Andrés. La veraniega mañana de este martes en la puerta de la escuela -hoy tímidamente abierta por primera vez en semanas para las preinscripciones escolares- repartieron 87 menús. Una acción, la del reparto, que va mucho más allá de lo alimentario. La entrega sirve para ver a sus alumnos -algunos acompañan a sus familias o, los mayores, incluso van ellos-y asegurarse de cómo están, su mayor preocupación.

Aprender en una chabola  

Vive dentro una rulot, en un descampado de Barcelona con sus cuatro hijos: es madre soltera. Tiene móvil, pero con muy poco internet contratado, así que en menos de una semana se queda sin la posibilidad de hacer videollamadas con los profesores de los niños o de descargarse documentos para hacer los deberes. Otros padres no han visto un ordenador en su vida y se confiesan incapaces de ayudar a sus hijos a hacer los deberes. Y los pocos que pueden acceder a hacer videollamadas se niegan porque no quieren que sus compañeros de clase vean los deplorables sitios en los que viven. Pantallas que no existen en las clases digitales, las de los 215 niños que viven el encierro del coronavirus en chabolas o naves industriales de Barcelona, en algunos casos apoyados por maestros y voluntarios, muy buena voluntad, pero sin medios. 

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