El regreso gradual a los bares
Tarragona se agarra a las terrazas para vencer la extrañeza de la fase 1
Guillem Sánchez
Redactor
Periodista de sucesos. Antes trabajé como redactor de sociedad en la Agència Catalana de Notícies (ACN).
Profesor asociado en la Facultat de Comunicació i Relacions Internacionals Blanquerna.
Libros Publicados: 'El Estafador' (Editorial Península) y 'Crónica del Caso Maristas' (Ediciones B).
Guillem Sànchez
Tarragona ha comenzado a desprecintarse bajo un sol prometedor. Pero la primera gran ciudad catalana en cambiar a la fase 1 seguía oliendo a confinamiento. Ciudadanos con máscaras y guantes, demasiadas persianas todavía bajadas y en el aire la misma sensación de irrealidad que instauró el estado de alarma. El único brote verde estaba en terrazas como las de la Rambla Nova o las de las plazas Mossèn Cinto Verdaguer o de la Font. Escenarios de situaciones extrañas, como la de alguien que se acerca a una mesa y coge a mano desnuda un mechero ajeno y su dueño, incapaz de reaccionar, opta por regalárselo. Pero también de reencuentros de personas que se echaban mucho de menos.
Gemma (20 años), Edu (20 años), Andrea (20 años) y Andrea (22 años) se han reunido al fin alrededor de una mesa recién desconfinada. Con los mismos nervios y la misma risa floja "de una primera cita", sin abrazarse, sin tocarse, pero locos de ganas de mirarse por fin a los ojos y de charlar agarrados a una cerveza. Andrea –la de 22 años–ha vivido el infierno de los geriátricos con doce fallecimientos en su residencia, Andrea –la de 20 años, la única que aún no trabaja– ha capeado el caos de las clases telemáticas, Edu ha tenido que colgar su traje de zombi porque Port Aventura sigue cerrado y Gemma ha sufrido la crisis de los enfermos y de las muertes por coronavirus en el hospital de Santa Tecla.
Su debut en el mundo laboral ha coincidido con un episodio social insólito y han tenido que contárselo a través de videollamadas, un sucedáneo insulso para amigos acostumbrados a verse casi todos los días desde que los unió su paso por el colegio de El Carme. "Anoche pasé nervios porque sabía que hoy los vería", admite Andrea. "Lo del teléfono no compensaba, solo cara a cara percibes las emociones", explica Edu. "Da rabia no poder tocarnos pero hemos cumplido, ahora y durante el confinamiento, digan lo que digan, los jóvenes lo hemos respetado", reivindica Gemma.
Sin el entusiasmo de esa edad pero con el mismo empeño que las hormigas, decenas de comerciantes han afrontado también este lunes las primeras ventas bajo las reglas del Covid-19. Remei es encargada de la tienda de ropa Xarol. Solo tiene una talla por pieza. Cada vez que un cliente se pruebe una prenda esta debe quedarse 48 horas arrestada en el sótano para prevenir el contagio antes de regresar a la vista del público. Si una mala tarde coinciden tres compradoras indecisas pueden dejarla dos días sin género. Remei ni así se viene abajo. Como Gabriel, al frente de un negocio de electrodomésticos, que confía en que el mes de ventaja que los pequeños comercios les sacan a las grandes superficies entreguen un balón de oxígeno. O como Carlos, un tatuador que también ve el lado bueno de las cosas. "Las peluquerías lo tienen peor porque son muchos: aquí los clientes solo entran de uno en uno y lo tengo todo preparado para evitar infecciones". Día 1 de la fase 1. Ciudad valerosa, ambiente descafeinado.
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