ciudades desconfinadas

Gandia paladea la antigua normalidad

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Nacho Herrero

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"Baaaares qué lugares....". Son las nueve de la mañana en Gandia y Voro estrena la entrada en la fase 1 cantando y tomándose un café con unos amigos en una terraza. "Había ganas, esto es lo que más he echado de menos. Al final tanto deporte es malo", asegura entre risas. Ha vuelto la alegría, las compras que se pagan con monedas y cierta relajación en las normas. Mandan las mascarillas pero ya se ven los primeros abrazos clandestinos, las primeras palmadas en los hombros.

Las sonrisas de la calle son muecas dentro del bar. "Es la prueba del huevo", cuenta resignado Jose, su dueño. "Hay más incertidumbre que otra cosa. No sabemos cómo va a funcionar solo con la terraza y la gente no tiene claro a qué horas puede venir o si puede venir con niños", explica. Con el interior del local inutilizado al menos hasta final de mes ha pedido duplicar las mesas fuera para poder sacar las que ya tenía. "Pero hay que tener firma digital y está todo colapsado", apunta.

Pese a las trabas, la ciudad más grande de la provincia de Valencia que ha cambiado de etapa en la desescalada del coronavirus, ha amanecido con otra cara. En el Carrer Major, tras casi dos meses con la persiana bajada, Alfonso ha reabierto una relojería que lleva medio siglo marcando la hora de la calle más comercial de la ciudad. 

Él y Tere, la dependienta, están reorganizando la tienda. Hay mamparas por doquier y se ha limitado el espacio en el que pueden estar los clientes y con él su deambular en busca del reloj deseado. "Veremos cómo va el asunto. Yo creo que según vaya la mañana decidiremos si abrimos esta tarde", desliza insegura.

Ganas de comprar

"Espero que la gente tenga ganas de comprar", lanza el jefe. Como si le hubiera oído, el primer cliente entra en la tienda. Apenas han pasado diez minutos y sale de la vitrina el primer reloj ("con energía solar, calendario y agujas", recita Francisco, que parece que lleva seis semanas pensando en el modelo).

En dos minutos se cierra, Alfonso cierra la primera venta desde el 14 de marzo ataviado con una pantalla protectora. Esta mañana son el producto estrella. Las venden desde farmacias a las peluquerías y entre los que están de cara al público van ganando cuota de mercado poco a poco.

Unos metros más allá, Amparo está esperando la suya para abrir la tienda de juguetes en la que trabaja. Barre y friega con una ilusión que seguro que no tenía con esas mismas tareas a principios de marzo. "Se nota que hay un rayo de esperanza, seguro que costará salir adelante pero al menos ya hemos podido abrir", apunta. 

Cuenta que el ánimo en los chats este fin de semana había cambiado por completo. "Otras cuatro amigas mías volvían hoy a trabajar", anuncia. En su caso, han capeado este tiempo con un erte y con el buen funcionamiento de la web. De alguna manera había que entretener a los niños en casa.

A un par de kilómetros de allí, en la zona de playa de esta localidad, las mejores terrazas trabajan casi a destajo mientras se acerca el mediodía. Mesas separadas sí, pero ¿cuánta gente puede compartirla?. Nadie lo tiene muy claro. Sea por las franjas horarias, por la falta de costumbre de dejar pasar el tiempo o por solidaridad con los que esperan, hay buen ritmo en la rotación. Tanto que a veces los nuevos clientes se sientan antes de que se haya limpiado la mesa. Lo de las sillas, igual para el segundo día. Vamos, lo que se hacía hasta que estalló la crisis del covid-19. Pero este lunes parece que la antigua normalidad ha empatado el partido. Habrá que ver qué implicaciones tiene eso para la segunda parte.

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