hacer frente a la pandemia

A las barricadas

El pequeño comercio tira de ingenio para protegerse contra el coronavirus

Nacho Herrero

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Hay mucha vida más allá de las grandes superficies que con gran pericia, un buen puñado de informes técnicos sobre las mesas de sus directivos y muchos recursos han instalado barreras físicas y protocolos varios para tratar de frenar la expansión del coronavirus. Están la kiosquera, el frutero, la farmacéutica y muchos otros que se han tenido que buscar la vida como buenamente han podido.

Todos ellos son ahora esenciales por decreto pero no hay anexo que de madrugada les diga cómo deben protegerse del COVID 19. Están, por tanto, en manos de su ingenio (y el de sus amigos y el no siempre fiable de Internet) para alzar sus propias barricadas y proteger su salud, la de sus clientes y lo que queda de sus negocios.

A Sefa y a su madre, por ejemplo, al poco de empezar esta crisis y ante la falta de mascarillas una amiga les prestó tres metros de plástico para tapizar en vertical su kiosco. “Funciona muy bien pero como todas las mañanas lo limpio con lejía por dentro y por fuera cada vez veo más borroso”, cuenta muerta de risa.

La improvisada mampara, que llegó mucho antes que las perfectas y homologadas de los supermercados, debería frenar el virus pero lo que seguro que para son las malas vibraciones. Para asegurar lo primero haría falta una prueba en laboratorio que por motivos obvios no está a su alcance. Para garantizar lo segundo basta con charrar un rato más con ella.

Su alegría es contagiosa, tal vez por eso esté dentro del grupo de los que no pueden quedarse en casa. “Por lo visto somos de primera necesidad - asume entre honestas carcajadas-, yo creo que sobre todo para pagar los impuestos. A final de mes los autónomos y el día 20 el IVA y los módulos”, recuenta sin que le asome la tristeza.

No será por la recaudación prevista porque, con esto del coronavirus, afirma que la gente se acerca para comprar el periódico y poco más. El caso es tener una excusa legal para salir de casa. Como mucho, se llevan unos crucigramas. “Salvo los miércoles que siguen viniendo a por las revistas del corazón”, apunta. Hay cosas con las que no puede ni una pandemia mundial y el cotilleo es una.

A por lo que ya no entra casi nadie es a por papas y chucherías. “Habíamos comprado un cargamento pensando en las Fallas y ahora tengo todo mi salón lleno de cajas de patatas fritas”, desvela. “De hambre no nos vamos a morir, eso está claro”, reflexiona con su optimismo a cuestas. Tampoco es momento ahora de ponerse exquisito con la pirámide alimentaria.

También en algunas farmacias han optado por estas protecciones. “Los clientes así están más tranquilos”, cuenta Teresa, que coincide en que lo importante no es sólo el ingenio sino la constancia. “Lo limpiamos un par de veces al día, fregamos suelo y mostradores”, repasa.

Pero no sólo los medicamentos están ahora ultra protegidos. Este nuevo interiorismo se extiende incluso a las charcuterías, que ya lo tenían todo al vacío. Con tanto plástico sujetado de aquella manera parece que vayamos a darle una capa de pintura general al mundo. Falta le haría.

A la fuerza, todos somos conscientes de que nos debe separar un metro y medio de otras personas y de los mostradores. Así lo cuenta Emilio, que pudo poner la impersonal cinta aislante en el suelo frente a su parada del mercado pero prefirió montar una barrera de cajas de madera mucho más visible e infinitamente más alegre. Sobre todo porque la va decorando. “Estéticamente queda mejor, queda bonita y además le quitamos un poco de hierro al tema”, apunta. Al coronavirus, barreras y buena cara.