Crisis sanitaria internacional

Beberse la cuarentena

Sanidad responde al incremento en la venta de bebidas alcohólicas advirtiendo sobre los riesgos de empinar el codo en pleno confinamiento

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zentauroepp53076150 a woman wearing a protective mask lines up inside a liquour 200411175342 / REUTERS / JORGE SILVA

Rafael Tapounet

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En su muy recomendable ensayo 'Una borrachera cósmica', el escritor y divulgador británico Mark Forsyth relata que los aztecas tenían un calendario que especificaba los días en que se podía pimplar (por lo general, vinculados a festividades religiosas) y los que no. Cuando los conquistadores españoles llegaron a México, prohibieron el uso del calendario azteca, de manera que la población no tenía modo de saber cuándo tocaba permanecer sobrio y cuándo estaba permitido el trinque. Ante la duda, eligieron beber todos los días (preferiblemente, chicha), con lo que los niveles de alcoholismo alcanzaron una dimensión pandémica.

Pues bien, algo parecido, salvando las oceánicas distancias, parece haber ocurrido en los hogares españoles durante el confinamiento obligado por la crisis del covid-19. Con el desdibujamiento de la semana laboral, arraigadas costumbres de índole alcohólica como las copas del sábado por la noche o el vermut dominical se han extendido al resto de días y, a juzgar por los datos de consumo de estas últimas semanas y por las imágenes compartidas en las redes sociales, han convertido el estado de alarma en algo parecido a un largo aperitivo.

'Vermuteando' a distancia

Según un estudio de la empresa Gelt, una plataforma que utiliza el Big Data para ofrecer descuentos en la compra de productos de alimentación, la venta de cerveza en España en la última semana de marzo creció un 78%, la de vino lo hizo un 63% y la de bebidas alcohólicas de alta graduación, un 37%. A primera vista, estos incrementos podrían atribuirse, sin más, al hecho de que el cierre de bares y restaurantes obliga a los españoles a empinar el codo en casa, pero esta explicación pasa por alto que salir a beber por ahí es, básicamente, una actividad social en la que la priva no es tanto un fin en sí misma como un pretexto para relacionarte con otras personas en un entorno más o menos agradable.

Y, claro, no es el caso, por más que estos días se hayan puesto de moda esas imágenes un poco embarazosas de gente atizándose un vermut y unas olivas mientras ve en la pantalla del ordenador cómo otros amigos hacen lo propio (algunos hasta brindan con la cámara, pobres diablos). Por lo tanto, hay que pensar que tras el aumento de la ingesta domiciliaria de alcohol se esconden también otras razones, y no nos referimos a ese bulo que corrió a primera hora de la crisis de que encurdelarse es una manera de matar los gérmenes.

Estrés colectivo y dipsomanía

El escritor inglés Kingsley Amis, una voz más que autorizada cuando se habla del arte de vaciar copas, publicó un delicioso tratado titulado 'Sobrebeber' en el que, entre otros argumentos a favor del consumo de destilados, recordaba que después de la primera guerra mundial, un equipo de investigadores norteamericanos "llegó a la conclusión de que sin el estímulo aportado por el alcohol, sin la relajación que promueve, la sociedad occidental se habría desmoronado" durante la contienda bélica.

La relación entre las situaciones de estrés colectivo y el incremento del bebercio es estrecha y ha sido ampliamente constatada y documentada a lo largo de la historia. Y, pese a ello, las autoridades sanitarias no dejan de insistir en que recurrir a la botella para aliviar la ansiedad es una idea pésima. Entre otras razones, porque, según han demostrado diversas investigaciones, el consumo de alcohol disminuye el cortisol, la hormona que el cuerpo libera para responder al estrés, prolongando así la sensación de tensión, al tiempo que el estrés puede reducir los efectos placenteros del alcohol y aumentar las ansias de beber más.

No es el único argumento en favor de la abstinencia en tiempos de pandemia. Tal como subraya el doctor Antoni Gual, jefe de la unidad de conductas adictivas del Servicio de Psiquiatría del Hospital Clínic, la bebida "provoca problemas de convivencia que pueden llegar a ser graves, y en situaciones de confinamiento como la actual no ayuda ni un tanto así". Además, el alcohol tiene un efecto inmunosupresor y deja al bebedor, por tanto, más indefenso ante el eventual ataque de cualquier patógeno.

De la advertencia a la ley seca

Hay, como se ve, un montón de razones para intentar atravesar sobrios el páramo de esta crisis sanitaria. Y, sin embargo, en los supermercados españoles, los estantes de la cerveza, el vino y los licores se siguen vaciando a una velocidad podo edificante. Por eso el Ministerio de Sanidad se ha visto forzado a poner en marcha una campaña de concienciación contra el consumo de alcohol, haciendo énfasis en sus efectos negativos para la salud. "Si la cuarentena te causa ansiedad, beber no es una buena solución -advierte el mensaje gubernamental-. Háblalo con tus familiares o amigos, o contacta telefónicamente con tu profesional sanitario de referencia".

El fenómeno, como el propio virus, no conoce fronteras, y países tan dispares como Panamá, Groenlandia, Zimbabue, Tailandia y algunos estados mexicanos ya han implantado la ley seca en sus territorios, justo cuando se cumple un siglo de la aprobación, por parte del Congreso estadounidense, de la célebre 'Ley Volstead', que prohibía la fabricación, venta e importación de bebidas alcohólicas en todo el país y que propició un florecimiento inusitado del crimen organizado y de los bares clandestinos.

En uno de estos, el 'speakeasy' situado en el Old Town Bar Restaurant de la calle 18, en Nueva York, abrevaba con regularidad el escritor y reconocido dipsómano Scott Fitzgerald. "Bebo porque cuando bebo pasan cosas", solía decir el autor de 'El gran Gatsby'. Parece un argumento sugerente para tiempos anodinos. Pero igual estos días nos están pasando ya suficientes cosas como para querer lidiar con más.