Coronavirus

Leganés, la zona cero de la zona cero

El Hospital Universitario Severo Ochoa de la ciudad madrileña, entre el riesgo de colapso total por exceso de enfermos y la solidaridad de sus vecinos

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undefined52935318 madrid 26 03 2020 coronavirus traslado de fallecidos en e200326203712 / JOSÉ LUIS ROCA

Juan José Fernández

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Por alguna razón la gente se va poniendo peor por las tardes. "Por eso las noches en las urgencias son tan duras", relata Elena, joven y ojerosa auxiliar de enfermería del Hospital Universitario Severo Ochoa de Leganés, de esas que ven a sus compañeros con una franja colorada en la cara, la de unas gafas de ferretería que les han tocado en suerte para proteger sus ojos del coronavirus. "Es lo que hay", resume.

La noche pasada, el negro espacio que dista entre el fin del miércoles y el despuntar de este jueves, 331 personas llegaron pidiendo ayuda al "hospi" de Leganés. Fue tal el aluvión que, cuentan trabajadores del centro, hubo que sentar a 90 en sillas de plástico, porque no había donde tumbarlos como no fuera el santo suelo.

Madrid, la primavera más triste

Madrid, la primavera más triste. / JOSÉ LUIS ROCA

Trescientas treinta y una personas con fiebre, toses, mareos, diarrea, disnea o la creencia de tenerla es mucho en un noche, demasiado para un hospital que fue pensado para 400 camas, y que ya tiene 600 ocupadas.

Muchos ancianos

La terrible pandemia del coronavirus impacta con fuerza en el Severo Ochoa como en ningún otro centro sanitario de la Comunidad de Madrid. El Hospital de Leganés es zona cero de la zona cero porque es la clínica de referencia de la ciudad con más jubilados de España. Si el total nacional de personas mayores de 65 años por cien habitantes fue del 19,40 en 2019, en Leganés el porcentajes es del 21,1, cuatro puntos más, también, que la media madrileña.

Hubo un tiempo en que Leganés era una joven ciudad obrera del sur; hoy es una conurbación de 200.000 vecinos, 44.000 de ellos viejos, que habitan abigarradas colmenas de ladrillo en el centro, y simétricos adosados en la periferia. Y el coronavirus se ceba con los vecinos mayores.

"Esa es una de las razones del impacto especial en este hospital –explica Jorge Rivera, portavoz del Severo Ochoa-. Aquí, la media de edad de los pacientes es de entre 60 y 65 años, y hay muchos muy mayores".

El hospital de Leganés nació en 1987, durante una época prometedora, a un año solo de la entrada de España en la entonces llamada CEE. Y fue al menos durante un decenio la flamante novedad de la sanidad en Madrid. Ahora, con 33 años de edad, rodado y currado, afronta la peor crisis de su historia.

En realidad es la peor de la historia de todos y cada uno en esa ciudad, en la que los vecinos cumplen el segundo día de una doble cuestación popular para ayudar a su hospital, la balsa a la que se agarran. Doscientos mil euros puso el Club Deportivo Leganés, "el Lega" para los amigos. Y otros 200.000 ha soltado el Ayuntamiento, que gobierna el socialista Santiago Llorente.

Pero hay otro tipo de ayudas, microayudas, que hace la gente a nivel particular. Una partida de gafas rojas de deporte llegaron a los pasillos de las urgencias hace cuatro días, y en la mañana de este jueves se presentaron dos policías nacionales a traer ocho protectores faciales que hacen ellos artesanalmente.

"Ahora lo que más necesitamos son batas impermeables", suspira Jorge Rivera después de repetir ya cansadamente la letanía de las carencias del centro: "Mascarillas, guantes, batas, gafas… y respiradores".

Amanecer con lleno total

Después de la tremenda noche del 25 de marzo, el 26 amaneció con 260 pacientes en Ingresos, el triple de la capacidad de esa área del Hospital. Ciento cincuenta esperaban a primera hora de la tarde una cama en planta. Por la tarde de este jueves ya eran 600 los pacientes ingresados en el hospital, y 320 de ellos en diversas dependencias de Urgencias y la UCI.

Por esa razón el hospital deriva pacientes. Unos van a hoteles medicalizados, de forma que por primera vez se alojan en un cinco estrellas, pero no precisamente de vacaciones. Otros van a otros hospitales, en ambulancias que cruzan Madrid llevando una carga de angustia tras el portón. Otros, en furgones amarillos, viajan al Pabellón 5 de Ifema, el hospital de campaña montado con ayuda del Ejército.

A ciertas horas del día, según van cayendo los turnos, hay un trajín de bus llevando al personal desde el hotel B&B Madrid Getafe, uno de esos moteles modernos para comerciales viajeros, hoy reconvertido en dormitorio seguro para que los sanitarios no pongan en riesgo a sus familias.

La línea del autobús empieza junto a la A42, la carretera de Toledo, otrora atascada y ahora vacía, casi espectral a media mañana, y sigue por el Hospital Universitario de Getafe, para recalar en Leganés. Más allá, a apenas 2.000 metros, queda el pabellón deportivo Carlos Sastre, que el Ayuntamiento está habilitando para acoger 70 camas como extensión del hospital, ampliables a 150.

El Severo Ochoa desborda su servicio de UCI hacia "la REA", la zona de reanimación en la que en otro tiempo se recuperaban los operados. Y también por todo el gimnasio de los rehabilitadores, ahora sin descoyuntados que tratar. "Todo el hospital está ya dedicado al Covid-19", explica Rivera.

Centro noticioso

Su centro de trabajo se ha convertido en escenario de noticias, no solo por su propio lleno total. Entre los ingresos de la tarde del miércoles, está registrado el de Manuel Francisco Serrano, el cabo de Tráfico de la Guardia Civil al que arrolló un coche con cuatro quinquis en la carretera de Toledo.

En una habitación del edificio se recupera de una rotura abierta de pierna y un traumatismo craneoencefálico tan fuerte que le dejó sin respiración. Sus compañeros creían que no salía de esta.

De este mismo hospital se fugaron el pasado 23, pillando un taxi, dos enfermos ya diagnosticados que esparcieron sus virus en la huída. La Policía Nacional tuvo que reconstruir trabajosamente todos sus pasos hasta localizarlos, atraparlos y volverlos a ingresar.

Fue una salida peligrosa, pero corta y por la puerta principal. Las más largas, permanentes en realidad, son por la puerta de atrás. Se llaman "éxitus" en el argot médico; o sea, la muerte. Por una trasera aledaña del complejo hospitalario, bajo un cartel azul y blanco en el que se lee "Mortuorio", segrega esta epidemia su cotidiano, tremendo y triste goteo de ataúdes.