CONFINADAS EN SOLEDAD

"Hemos recuperado las llamadas, necesitas oír la voz, poder hablar"

Cuatro mujeres que están pasando la cuarentena sin compañía explican cómo lo están viviendo

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Helena López

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Mientras se realiza la primera de estas entrevistas por videoconferencia, a tres, se cocinan dos pasteles, hay pruebas gráficas de ello, quizá más tarde. Esta conversación ha sido motivo también del aplazamiento de una sesión de gimnasia 'online' compartida, que ha pasado de las cuatro a las cinco (aunque hacerse, se hizo, hay también pruebas, aunque estas no las verán, no han pasado la censura de las protagonistas). Hablan Isabel y Sílvia, dos mujeres de 37 años que están pasando estos días de encierro obligado solas, cada una en su pequeño piso. La primera, en un barrio trabajador de una ciudad del extrarradio barcelonés. La segunda, en un barrio de la misma condición, pero en un pueblo mediano del Vallès. Ambas son mujeres independientes, como lo es Ana, barcelonesa de 38 recién cumplidos, quien habla también por Skype, o Valentina, de 25, quien justo se independizó hace un mes. "Se me ha juntado todo. Me costó muchísimo encontrar piso. Por el precio que yo me podía permitir o era un cuchitril o era una estafa; hasta que al final encontré este. Es pequeño y apenas sin luz, pero me daba igual, la luz, yo no estoy en todo el día en casa. Estaba…", explica la joven, quien lo único que ve al asomarse a su ventana es un muro con la pintura desconchada a poco menos de un metro. "Y es una pena, porque veo todas esas iniciativas que están saliendo de salir al balcón a hacer cosas y yo tengo mucho que aportar al mundo de la farándula, pero claro, aquí no puedo, ¿quién me va a ver?", bromea. El humor, el gran salvador en estos días de encierro involuntario. "A mí Twitter me da la vida", añade Isabel, quien lleva encerrada sola en su piso desde el 12 de marzo.

 "Me gusta vivir sola, hasta ahora nunca me había sentido sola, pero es que ahora lo estoy", cuenta Valentina. Entre las cosas que lleva peor de esta soledad sobrevenida es saber que sus padres y su hermana están tan cerca –a solo 20 minutos- y no poder verles. "Me ha podido la responsabilidad. Yo podía haber cogido y llevarle el portátil a casa de mis padres y encerrarme allí, pero cuando se decretó el estado de alarma yo llevaba días arriba y abajo por Barcelona y no quise ponerles en peligro, son población de riesgo", argumenta. Lo mismo le pasa con su pareja, quien también está haciendo la cuarentena solo en Francia. "Lo hablamos antes de que cerraran las fronteras, pero decidimos hacerlo bien", expone. La otra cosa que lleva fatal –haciendo honor a su espíritu farandulero- es no poder participar en las mil y una quedadas virtuales que hacen sus amigos para participar en todo tipo de retos porque tiene que teletrabajar. "Cuando yo termino, a las diez de la noche, y podría ponerme, ellos ya no pueden porque están con sus parejas o familia y ahí es cuando me doy cuenta de que yo estoy sola", lamenta.    

Isabel también teletrabaja, aunque en su caso en horario de mañana, con lo que durante las tardes sí se apunta a toda iniciativa virtual (de un karaoke a una clase de aerobic) con sus amigos y familiares. "Algo bonito de esta situación es que en estos días estoy hablando con gente con la que hacía mucho tiempo que no hablaba, y estamos recuperando las llamadas, nada de escribirnos, queremos escucharnos. De hecho queremos vernos, más que llamadas, estos días lo que están a la orden del día son las videollamadas. Cuando pasas tanto tiempo sola sientes la necesidad de ver la cara de la gente", señala. En su caso, lo que lleva peor es que su madre, de 68 años y enferma oncológica, con quien mantiene una estrecha y preciosa relación, no tiene internet en el móvil, con lo que no puede verla ni así. Un día cuando bajó a comprar la saludó desde la calle, confiesa.

Eso, y el miedo a la situación. Sílvia, desde la ventanita de la izquierda de la vídeollamada, asiente. Para aportar elementos positivos, destaca que esta crisis ha hecho que una de sus primas regrese al chat familiar para animar entre todos a otra de sus primas, en Inglaterra y también sola. "Y, como a mi madre le preocupa mucho la comida, en el grupo que tenemos con mi madre y mi hermano, cada día nos mandamos fotos de lo que comemos. Ahí me doy cuenta de que soy la que lleva peor los horarios", relata esta activista social, una de las dinamizadoras de los aplausos diarios a los sanitarios en su plaza.

Vermut a cuatro

Ana coincide con Sílvia y con Isabel que la tecnología lo hace todo más sencillo. "El fin de semana hicimos un vermut a cuatro y fue divertido, estuvimos dos horas conectados, hablando y riendo", cuenta. Aunque no todo son risas. "Hace un rato me ha dado un poco de bajón, porque hablaba con un amigo que es autónomo y que no sabe si podrá pagar el alquiler", relata. Ella tiene un trabajo en el que es viable teletrabajar y teletrabaja, "pero si la situación se alarga mucho, no se sabe cómo acabaremos todos". "Para intentar no pensar, intento leer, pero estos días me cuesta concentrarme", concluye. Todas están igual. Suerte que siempre quedarán los memes absurdos. Reír por no llorar.