OPORTUNIDADES DE LA FP

La formación profesional de cercanías

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Carlos Márquez Daniel

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En tiempos de crisis climática se habla a menudo de los productos de proximidad, de las bondades de la materia prima adquirida a la vuelta de la esquina frente a todo aquello que deja una tremenda huella ambiental con transportes transoceánicos en barco o avión. la cercanía es un concepto que genera confianza. Casi como algo familiar, también aplicable a la educación, sobre todo aquella que más bebe y vive de la experiencia y la práctica. La formación profesional es quizás el mejor ejemplo de adaptación y aprovechamiento del terreno. Y como muestra, lo que sucede en El Prat de Llobregat. Las salidas profesionales en este municipio del área metropolitana de Barcelona son infinitas, pero si hay algo que le caracteriza es el aeropuerto y el parque agrario; los aviones y los campos. Los primeros requieren reparación y mantenimiento, los segundos necesitan quien los cultive. El hambre y las ganas de comer. 

El imponente hangar de Iberia y la finca de Can Comas están separadas por apenas 3,5 kilómetros. En el primero se están formando los futuros especialistas en mantenimiento aeromecánico Harshdeep Singh y Francesc Llobell, alumnos del Instituto Illa dels Banyols. En la masía aprende el aspirante a campesino Guillem Moran, estudiante del Instituto Les Salines. No se conocen, pero todos ellos forman parte de la extensa red catalana de formación profesional (cerca de 122.000 matriculados). Un recordatorio antes de entrar al detalle: las ofertas de empleo para graduados de FP superan ya a las destinadas a los universitarios.

Empezaremos en el campo. Además de Guillem, en Can Comas, finca que ejerce de centro de información y gestión del parque agrario del Baix Llobregat, reciben Laila Chaabi, profesora, y el director de Les Salines, Miguel Ángel Noval. Este joven de Sant Andreu (Barcelona), de 19 años, cuenta que de pequeño solía ir al pueblo de los abuelos, en Castilla la Mancha. "Ahí, en un diminuto huerto que entonces me parecía enorme, empecé a sentir que me gustaba la tierra". No hay muchos chavales de su edad que quieran ser payeses, por eso cuando lo comentó en clase, durante la secundaria, obtuvo una risotada por respuesta. "Les pareció raro y por eso se partieron, pero también porque la gente cree que el campo es fácil, cuando en realidad es mucho más complejo y sobre todo más duro de lo que parece". Empezó con un grado medio de Producción Agroecológica y ahora está terminando el superior de Paisajismo y Medio Rural. Pasa dos días en el parque agrario, donde disponen de un par de aulas y de una buena parcela para practicar, y los otros tres en el instituto, situado en El Prat.

Ganarse la vida

Laila lleva siete años trabajando las tierras familiares de Cal Pastera, una masía de mediados del siglo XVIII en la que ahora vive con sus padres tras abandonar el Eixample. Se ha puesto a dar clases este año, entre otras cosas, porque le es imposible vivier solo de lo que siembra. Más aún teniendo en cuenta que apuesa por la agricultura ecológica. Pero la experiencia parece cundirle. "Muchos vienen sin tener claro qué quieren, otros se han apuntado porque es mejor que no hacer nada, y alguno, como Guillem, tiene muy claro cuál es su futuro". El joven sonríe y baja la cabeza: "Dentro de 10 años me veo con tierras propias, trabajando sin productos químicos, intentando ganarme la vida". Se ha planteado estudiar una ingeneriería, pero no tiene claro que le aporte un plus diferencial de cara al mercado laboral. La profesora no escatima dosis de realidad en sus explicaciones. Le basta con compartir su rutina diaria. "Como se suele decir, trabajamos de sol a sol. En primavera y verano, a las cinco y media de la mañana ya estoy en el campo, y algunos días puedo terminar a las diez de la noche. En invierno, de ocho a cinco de la tarde, para seguir luego con el trabajo de almacén y administración, facturas, papeleo...". Cuando les cuenta lo que hay, muchos llegan a la conclusión de que esto no es lo suyo. Y lo dejan. Guillem asiente, porque de su clase de 25, unos 15 lo dejaron para "buscar un trabajo menos cansado y mejor pagado".

"Cuando en secundaria dije que quería ser 'pagès' se rieron de mí. La gente piensa que esto es fácil y es muho más complejo de lo que parece"

Guillem Moran

— Estudiante de FP

Miguel Ángel lleva cuatro años al frente del instituto. Informático de formación, le tocó realizar una inmersión acelerada en el campo. Admite que los cursos en los que se ha especializado Les Salines "no son, a primera vista, muy llamativos para los jóvenes". Cuenta que la inmensa mayoría se ponen a trabajar cuando terminan los estudios, que son una minoría los que apuestan por seguir formándose en la universidad. Y que es cierto que existe abandono pero que el trabajo con los tutores permite recolocar a los que lo dejan en otros cursos. Otro reto es la incorporación de la mujer en la agricultura. En Can Comas solo hay una chica, Andrea, que antes quería ser diseñadora gráfica y ahora está decidida a apostar por el paisajismo. "No me veo en el campo, pero sí en la rama más forestal y estética vinculada a la naturaleza".

"Esto es lo que quiero"

El paisaje es completamente distinto en la ladera del aeropuerto, donde realizan prácticas Harshdeep y Francesc. El hangar de mantenimiento de Iberia, inaugurado en octubre del 2010, se convierte cada mañana en su aula. Y los tipos que arreglan motores de aviones como quien cambia una bombilla fundida en casa, en sus profesores. El primero de ellos, de 20 años y nacido en la India, tiene como objetivo conseguir la licencia de la Agencia Europea de Seguridad Aérea (EASA, en sus siglas en inglés) que permite certificar el estado de aeronaves. Del Instituto Illa dels Banyols, si todo va bien saldrá con dos títulos en tres años: Mantenimiento Aeromécanico y Mantenimiento de Aviónica. De 9 a 13 horas están en el aeropuerto, y por las tardes, hasta las nueve de la noche, en el aula. A casa, una residencia de estudiantes en Barcelona, en el distrito de Les Corts, no llega hasta las diez y media. Pero ni una queja. "Porque siempre me han gustado los aviones y tengo claro que esto es lo que quiero". 

El caso de Francesc es distinto. Con 33 años, de Barcelona pero viviendo en Terrassa, ha trabajado durante una década en la restauración. "La cocina quema mucho y tenía claro que no quería inguna salida de manual. Como los coches me encantan, decidí que sería un mayor desafío los aviones. Y aquí estoy". A su alrededor, turbinas y tripas de aparatos de la firma Airbus de una conocida aerolínea, pero también trabajadores que empezaron como ellos, con una L de aprendiz en la espalda que con el tiempo pudieron cambiar por un contrato. Paco es el responsable de formación del hangar, el encargado de que las 460 horas de trabajo sobre el terreno les capaciten para entrar con garantía en el mercado laboral. Se sincera al explicar que quedarse a trabajar aquí "depende del mercado, de las plazas que se vayan creando". Este especialista (37 años en la empresa) huye del debate entre universidad y formación profesional, pero la experiencia le dice que el contacto directo con las empresas "te da una serie de conocimientos que no pueden compararse con las horas en el aula".