El género importa

Save the Children países en guerra

Save the Children países en guerra / Save the Children

ALICIA IBARRA GÁMEZ. SAVE THE CHILDREN

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“Mi familia solo podía pagar el transporte de uno de nosotros y mi padre y mi madre decidieron que fuera yo”. Sara, de 14 años, se vio obligada a huir del conflicto en Burundi completamente sola. “Fue un viaje muy difícil. Un grupo caminábamos hacia la frontera con Ruanda cuando nos encontramos con unos hombres armados. Nos eligieron a unos cuantos y nos dijeron que teníamos que pagarles. Como no teníamos dinero, nos llevaron al bosque”. Sara fue víctima de una violación grupal con tan solo 14 años. Como resultado, quedó embarazada.

Este es solo un ejemplo de cómo la guerra afecta a la vida de millones de menores, especialmente de las niñas; unos conflictos armados que se están intensificando y que son cada vez más peligrosos para la infancia. Sólo en 2018 hubo aproximadamente 25.500 violaciones graves contra niñas y niños que viven en países en guerra –muerte, mutilación, violencia sexual, secuestro, ataques contra escuelas y hospitales, reclutamiento, y negación del acceso a la ayuda humanitaria- en zonas de conflicto, una cifra que se ha triplicado desde 2010 convirtiéndose en el dato más alto de la historia. Así lo explica el último informe de Save the Children <em>No a la guerra contra la infancia 2020: el género importa</em>, que incluye por primera vez un análisis con enfoque de género sobre qué tipo de violencia sufren los niños y niñas en los conflictos. Uno de los titulares del estudio, y que demuestra lo mucho que el género importa, es que 9 de cada 10 casos de violencia sexual verificados involucraron a niñas, mientras que los niños son mayoritariamente asesinados o reclutados.

Al igual que Sara, Samira, de 15 años, sufrió violencia extrema por culpa de los conflictos. En 2016 fue secuestrada junto con su madre y sus hermanas en la provincia de Sinyar, Irak. Pasó un tiempo en cautiverio y luego fue vendida a unas personas que la golpearon y agredieron sexualmente. Después fue obligada a casarse con un combatiente de Daesh. No tardó demasiado tiempo en quedarse embaraza y dio a luz a una niña. Tenía solo 13 años. Cuando su esposo murió en un bombardeo de la coalición, Samira huyó con su hija hasta llegar al campamento de Mabrouka, en el noreste de Siria. Allí, Save the Children le proporcionó asistencia médica, así como apoyo psicosocial y asesoramiento sobre crianza. “No quería dejar que mi hija viviera sin una madre, o que viviera la vida que yo he vivido. Quería poder ofrecerle los derechos que a mí me han negado de niña”, cuenta Samira en el informe.

Estas terroríficas historias son el pan de cada día de millones de niñas y adolescentes que ven cómo sus cuerpos son usados como arma de guerra. En el imaginario colectivo están las imágenes de las 276 niñas secuestradas por Boko Haram en abril de 2014 en el norte de Nigeria. Las jóvenes que han logrado escapar cuentan las horribles violaciones sufridas y todavía, a día de hoy, más de 100 siguen en cautiverio. Sorprendentemente, apenas hay cifras registradas de esta violencia sexual: entre 2005 y finales de 2018, solo hubo unos 20.000 casos verificados contra menores de edad en países en conflicto. Este bajo índice de denuncia posiblemente se deba al estigma que esta violencia contra las niñas lleva asociado y a la complejidad de visibilizar situaciones que suelen ocurrir en la esfera privada.

No obstante, las consecuencias de esta violencia sexual en la vida de las niñas son enormes. Tanto las secuelas físicas -incontinencia urinaria y anal, pérdida del placer sexual o exposición a enfermedades de transmisión sexual como el VIH-, como los traumas psicológicos son de por vida. Tras la violación, las niñas suelen percibirse a sí mismas o ser percibidas por los demás como deshonradas o impuras por culpa de los estereotipos de género y, después de haber sido víctimas de la violencia, son rechazadas por sus familias y comunidades. Por ello, muchas son obligadas a casarse con su agresor. Cuando se producen estas violaciones las niñas también están inevitablemente expuestas al embarazo temprano. Una encuesta realizada en 2015 en la provincia de Kivu del Sur, en la República Democrática del Congo, consultó a mujeres cuyos hijos e hijas fueron concebidos como fruto de la violencia sexual: dos de cada tres expresaron que a menudo, cuando miran a sus hijos, ven a su agresor o recuerdan la agresión. República Democrática del Congo y Somalia son dos de los lugares con más casos de violencia sexual contra las niñas en todo el mundo.

¿Se ponen los líderes políticos en el lugar de estas niñas? ¿Se imaginan lo que es ser secuestrada, violada sistemáticamente y rechazada? Si lo hicieran tomarían medidas para que no pase más. Actuarían contra los Estados, grupos armados y fuerzas militares que incumplen las leyes y tratados internacionales de protección de la infancia. Dejarían de mirar para otro lado y no venderían armas a países en guerra. Aumentarían la financiación que se destina a que la infancia víctima se recupere. No dejarían que niños y niñas se muriesen de hambre por el bloqueo de la ayuda humanitaria. Sin embargo, todo esto sigue pasando mientras el mundo permanece inmóvil.

En concreto, España debe seguir teniendo un papel positivo a nivel global para la protección de la infancia y dejar de exportar armas a países en guerra como Yemen.

El género importa y lo hace aún más en situaciones extremas, como son los conflictos armados. Durante las guerras, la desigualdad y los prejuicios sociales hacen que las niñas, por cuestiones de sexo y edad, sean más vulnerables y estén enormemente expuestas a la violencia. Ellas, las niñas, tienen necesidades específicas y están expuestas a otros peligros que los niños. Durante los conflictos armados suelen estar recluidas dentro de casa y sin acceso a la educación o la sanidad. En este ámbito privado también se produce la violencia sexual. Los líderes mundiales deben tener en cuenta esta premisa, que a menudo pasa desapercibida en los planes de protección de la infancia y de ayuda humanitaria.

Esto es lo que pide Save the Children con la campaña internacional #NoALaGuerraContraLaInfancia Porque Sara y Samira podrían ser María y Laura, lo único que las diferencia es vivir en un país en guerra. Es enormemente injusto que la vida y la infancia de millones de niñas como ellas haya quedado reducida a cenizas por las bombas. ¿En qué momento aceptamos como sociedad que esto cambiase? Todos los niños y niñas deberían estar protegidos en los conflictos armados y dejar de ser un objetivo.