Aquella evacuacion caótica
La memoria y las sirenas
La explosión de esta semana ha activado los recuerdos de todos los que vivieron el atentado de ETA en el rack de Enpetrol (Repsol) la madrugada del 12 de junio de 1987. Más de 20.000 tarraconenses emprendieron, presos del pánico, una huida de horas a ninguna parte. Fue una autoevacuación parcial e improvisada, autogestionada en medio de un caos en el que nadie sabía cómo actuar porque no había protocolos a los que ajustarse. Entre los que han hecho memoria se cuentan los que hace 33 años no eran más que adolescentes que cursaban estudios en régimen de internado en el Complex Educatiu de Tarragona (antigua Universidad Laboral).
Procedentes de totas las comarcas tarraconenses hoy rozan la cincuentena. Miedo, anarquía y desorganización están presentes en sus recuerdos. “Tengo la viva imagen de los estudiantes en calzoncillos, descalzos sin parar de correr”, explica la gandesana Paqui Soro. Marifé Altadill, de Pinell de Brai, no tuvo una noche mejor: “Fue la única vez en mi vida que he pensado que iba a morir. Imaginaba, cuando abandonamos la residencia, los cuerpos de todos mis compañeros de aula calcinados y con el DNI en la mano para ser identificados. Después lo viví como una aventura”. Laura Benaiges, de Tivenys, también hace memoria: “Recuerdo el ruido de una explosión, los gritos de las compañeras internas por los pasillos y la angustia de no saber donde estaba mi hermano hasta que llegamos corriendo a La Pineda”.
Los últimos del campus
Para ilustrar el grado de desconcierto e improvisación de esa noche sirve el testimonio de David Massip, de Prades, Marc Sunyé, de Batea, y César Yuste, de Massalcoreig. Compañeros de habitación, despertaron a la mañana siguiente como si nada hubiera pasado en medio de un campus en el que imperaba un extraño silencio. Sunyé reconstruye: “Dormíamos en la última habitación del pasillo. Si alguien vino a avisarnos no nos enteramos. Por la mañana, a la hora de siempre, nos fuimos a desayunar. Cuando intentábamos entrar en el comedor un profesor nos preguntó qué diantres hacíamos allí. Así fue como nos enteramos de que todos menos nosotros se habían marchado”.
Chicos y chicas de entre 14 y 18 años abandonados a su suerte en medio de un incendio en un complejo petroquímico y huyendo a la carrera de los siete colegios mayores que entonces había en el Complex Educatiu de Tarragona. Esa es una de las fotos de lo que era Tarragona hace treinta y tres años. El centro, por cierto, sigue ubicado en el mismo sitio sin que jamás haya habido un debate serio sobre si ese era y es el enclave idóneo para una instalación educativa de esas características.
Tres décadas después, el accidente en Iqoxe ha puesto de nuevo sobre la mesa las medidas de información y protección de los ciudadanos en caso de emergencia. Desde hace tiempo, los simulacros y actualizaciones del Plaseqta (Plan de Emergencia Exterior del Sector Químico de Tarragona) son recurrentes. Pero ha bastado un incidente grave para abrir de nuevo el debate sobre la seguridad. ¿Debieron sonar las sirenas de confinamiento? ¿Por qué hubo anuncios contradictorios? Optimistas y pesimistas pueden recurrir al vaso que siempre funciona como medida de totas las cosas. Veamos: a diferencia de hace 33 años, suenen o no, ahora hay sirenas de aviso y Twitter. ¿Cómo lo ven? ¿Medio lleno o medio vacío?
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