Los premios

Vendaval de millones en Catalunya

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Carlos Márquez Daniel

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José Allueva fue la persona que decidió qué número de lotería debía comprar el Centro Aragonés El Cachirulo de Reus. En Salou le dieron cinco opciones y se quedó con el 26.590. Azar, y muy buena suerte. Pero para que este aragonés señalara ese décimo, antes tuvieron que pasar muchas otras cosas. Esta es la crónica de cómo la casualidad, pero también la historia, han convertido la ciudad tarraconense en una mina de pequeños millonarios. Y de cómo toda esa fortuna ha dejado en Catalunya la mayor lluvia de premios desde el 2008. Ni más ni menos que 450 millones de euros, 320 de los cuales se quedan en esta ciudad de 103.000 habitantes.

El local de los aragoneses de Reus está situado cerca de la plaza de la Llibertat, donde se ha instalado una feria de Navidad con artículos de temporada, atracciones y una pista de hielo en un ambiente primaveral que irritaría sobremanera a Greta Thunberg. La policía local ha cortado la calle Ample por el trajín de curiosos, agraciados y periodistas. El Cachirulo tiene a su alrededor una carnicería, una gestoría, una panadería, una bodega y una tienda de ropa infantil. Allueva es el presidente de esta entidad, que cuenta con algo más de 200 socios. Cada año, como hacen prácticamente todas las asociaciones sociales, deportivas y culturales por estas fechas, imprimen las participaciones del número de lotería elegido. Salieron 3.200 participaciones de cinco euros, cuatro por cada uno de los 800 décimos de las 80 series que les mandó la Administración de Lotería de Salou que les dispensó el material. Se gastaron 16.000 euros, que no es poca cosa, y la idea era arañar un euro por número para sufragar las cosas del centro.

"No somos supersticiosos"

“Lo elegí yo porque para eso soy el presidente, y siempre es distinto, no somos supersticiosos”, explica José, mientras un grupo de veteranos afortunados entona la jota ‘Los labradores’, que viene a ser ‘Els segadors’ de Aragón. Luego, aprovechando que una tele entra en directo,  cantan un villancico. Forman parte de la coral del centro, donde también se baila, se canta, se pasan las tardes con los juegos de mesa y se celebran las fiestas patronales del Pilar y san Jorge. Víctor es uno de los tenores. Tiene tres participaciones (240.000 euros, descontado ya el cepillado público) y dice que su familia no es muy de loterías. Sus dos hijos, de hecho, no compraron. Llegó a Reus precedente de Allepuz (Teruel) en 1975 con 25 años. Vino para tres años por un trabajo en Correos y se quedó. Hicieron un intento de volver en los 80, pero los chavales, que entonces eran adolescentes, les dijeron que ni hablar.

Cuenta Víctor que todos los aragoneses reconvertidos en ‘reusencs’ mantiene la casa en su tierra de origen. “Es nuestra segunda residencia, pero en la mayoría de los casos está más cuidada que la de aquí”. El trabajo y la cercanía trajeron a la ciudad a multitud de maños jóvenes. Solían venir sin familia, así que muchos se han casado con catalanas o acabaron por traerse a la pareja. Coinciden en que no hubo una oleada concentrada en una década, como sí pasó en Barcelona entre los años 50 y 70 con los andaluces que con la casa por montera se subían al tren conocido como ‘el Sevillano’ para buscar trabajo en Catalunya. Aquí ha sido más bien un flujo constante que se inició en los años 60 y que se detuvo a finales del siglo pasado.

“Veníamos por la industria, pero también viajaban médicos y abogados que no veían la manera de ganarse la vida”, relata la zaragozana Mariángeles Català. Lleva 30 años en Reus, donde su marido siempre ha regentado una carnicería en el mercado. No detalla cuánto les ha tocado, y aunque están felices, no es una alegría completa porque perdieron a uno de sus tres hijos en un accidente. “Lo mataron”, concreta ella. “Si me hubiera tocado hace 30 años…, ahora casi que me da igual”.

¿Un nuevo local?

Honorio, el marido, cuenta que dentro del centro aragonés guardan una pilarica. Medirá unos 40 centímetros y cada año hay una persona distinta que se encarga de cuidarla. Se las llama camareras de la virgen, y tanto le pasan un trapo como le cambian las flores. Sobre el local, que es de alquiler desde que se instalaron aquí, hace 45 años, avanza el presidente que quizás proponga una derrama a los nuevos ricos para comprar uno propio. “Hombre, algo tendrán que aportar, ¿no?”. Ya pagan una cuota anual de entre 60 y 70 euros, pero un poco de esfuerzo colectivo daría, por ejemplo, y de entrada, para renovar las letras del cartel de la entrada, donde el nombre de ‘El Cachirulo’ no brilla como debiera.

Dolors, vecina de la cercana calle de la Victòria, se lamenta por no haber comprar participaciones del centro, cosa que, sostiene, hacía cada año. Se lamenta pero se alegra “porque la Roser, que tiene dos hijas y un nieto de dos meses y vive al lado de la farmacia, tenía tres y le vendrán muy bien”. Comparte que hay una familia, los Hidalgo, que son ciento y la madre y resulta que les ha tocado a todos. “Lo he visto en el Instagram”.

Mañana, cabeza fría

A José, también le ha caído un buen volquete de euros que no concreta“Hombre, soy el presidente, imagínate que no hubiera comprado”. Dice que el centro lo iniciaron un grupo de amigos aragoneses que se encontraban cada día para merendar; que para nada hablan de integración en Reus porque forman parte de la ciudad, y que está deseando que lleguen las fiestas patronales del 2020 para que se vea “un poco más de alegría que de costumbre”. Harán la misa de siempre y el festival en el teatro. “Y quizás nos traemos a Estopa”, bromea Manuel, otro agraciado.

Mientras cantan, un joven que viene en nombre de una entidad bancaria reparte tarjetas de visita. “Hoy es día de celebración, pero mañana tocará mantener la cabeza fría”. Y les cuenta cosas sobre planes de inversión mientras se ofrece para hacerles fotos con los móviles. El azar se explica a veces a través de la historia. Y el dinero nunca descansa.