La lucha contra la discriminación

Madres contra el racismo

Esther Duaigües, Fatiha elMouali, Montse Félez y Àngels Arnau, de la entidad Madres contra el Racismo

Esther Duaigües, Fatiha elMouali, Montse Félez y Àngels Arnau, de la entidad Madres contra el Racismo / periodico

Gemma Tramullas

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Que son unas exageradas, que tienen la piel muy fina, que no hay para tanto… Estas son algunas de las respuestas que obtienen las madres cuando acuden a la escuela para exponer experiencias de racismo relatadas por sus hijos. El colectivo Madres contra el Racismo se creó precisamente cuando varias mujeres con hijos racializados y escolarizados en distintos centros se dieron cuenta de que sus experiencias eran similares. Más allá de actitudes puntuales, se enfrentaban a un racismo estructural que, según ellas, la escuela no reconoce o, en el mejor de los casos, minimiza. Y decidieron pasar a la acción.

“No nos hemos asociado para defender los derechos de nuestros hijos e hijas, sino para que todos los niños y niñas racializados tengan la oportunidad de vivir como los demás –explica Fatiha el Mouali–. No nos sentimos víctimas, sino responsables.  Estamos poniendo sobre la mesa una realidad que vivimos de primera mano e intentamos concienciar a la sociedad de lo que representa vivir en una sociedad con ideología blanca”.

Primeros logros

Fatiha el Mouali, Montse Félez, Àngels Arnau y Esther Duaigües forman la junta de la nueva entidad y entre ellas tienen siete hijos. Su primer acto oficial se celebró el mes pasado, pero algunas ya formaban parte del colectivo Madres Blancas con Hijos Negros y desde hace tiempo venían recogiendo pruebas de sus denuncias. Entre otros objetivos, ya han conseguido que una editorial se comprometa a modificar el contenido de un libro infantil que incluye el oficio de “esclavo de color” y que el Museu Egipci de Barcelona modifique una animación en la que los antiguos egipcios se representaban con rasgos blancos.

"Antes creía que yo no era racista; descubrí que lo era a través de mi hija», reconoce Esther Duaigües

El lenguaje es clave en este debate y hay dos conceptos que vale la pena aclarar antes de seguir adelante. Uno es el de persona 'racializada', término que describe a alguien perteneciente a una minoría, pero que tiene una carga política: una persona racializada es aquella que es señalada y jerarquizada no solo por su raza (entendida no biológicamente, sino como construcción social), sino por su religión, su origen o su cultura. Otra palabra es 'blanquitud', que se refiere al sistema de privilegios y de pensamiento basado en el color de la piel.

"Picaduras de mosquito"

Cuando en clase se refieren a tu hija como “la negra”, en lugar de por su nombre. Cuando ves que tu hijo tiene capacidad para estudiar pero sus profesores dan por hecho que nunca podrá llegar a la universidad por su aspecto o sus apellidos. O cuando un niño de 4 años dice señalando a tu hijo: “¿A que no parece moro?”. Estas “pequeñas picaduras de mosquito”, como las llama Esther Duaigües, se producen día tras y día van haciendo mella.

Cuesta que estas mujeres pongan nombre a sus sentimientos, porque no quieren presentarse como víctimas. Pero a base de insistir finalmente mencionan tres: rabia, culpabilidad y agradecimiento. “Como persona blanca que decidió adoptar a una niña de piel negra en Mali lo primero que sentí fue rabia, por no haberme dado cuenta antes de lo que pasaba –dice Duaigües--. Antes creía que yo no era racista; descubrí que lo era a través de mi hija, casi desde el minuto cero. Inmediatamente me sentí culpable por haberla puesto en esta situación”.

Montse Félez explica por qué se sienten también agradecidas: “Sin mis hijas seguramente no hubiera descubierto lo que significa la blanquitud y por eso les estoy agradecida.  Sí, hay dolor, pero no lo cambiaría por nada del mundo, porque no sé si ahora soy mejor persona pero seguro que sí soy un poco más consciente”.

Sigue siendo un tabú

Mientras en las escuelas abundan los talleres de género, el racismo sigue siendo tabú, a excepción de algunas sesiones organizadas en primera persona por las entidades Espai de l’Immigrant i el Sindicat de Manters. A veces, ni siquiera los propios menores afectados saben ponerle nombre a su malestar porque nunca les han hablado del tema.

Según el antropólogo Carles Serra, “después de muchos años de lucha de las feministas, que inicialmente también estaban solas, hemos llegado a un cierto consenso social de que vivimos en una sociedad patriarcal y las instituciones han pasado a combatir la desigualdad y sobre todo la violencia de género”. En cambio, prosigue, “parece que la lucha contra el racismo solo esté en manos de las oenegés, porque el racismo aún no ha ganado un consenso en la sociedad”.

Víctimas a diario

Serra lleva 20 años investigando la identidad, el racismo y la violencia en el ámbito escolar y afirma que lo que más cuesta es “hacernos cargo de lo que representa para una persona ser víctima del racismo de manera cotidiana”. A este dolor se suma la insensibilidad de algunos profesionales que nunca han vivido estas situaciones en su piel y que las niegan o minimizan.

"Es un tema muy delicado para los profesores, por eso se sienten atacados», afirma Fatiha el Mouali

“Es un tema muy sensible para los profesores porque, al estar educados para transmitir valores, ellos consideran que es imposible que sean racistas –afirma El Mouali–. Por eso se sienten atacados y su respuesta es, a menudo, agresiva. Lo que más me duele es que estas reacciones vengan de mujeres, porque venimos de una historia de discriminación y deberían ser más comprensivas”.

Las Madres contra el Racismo consideran que el primer paso para avanzar hacia una sociedad más madura es “reconocer el racismo que hay dentro de cada uno de nosotros” y, a continuación, escuchar y reconocer el dolor del otro sin sentirse atacado. Ya no están tan solas. En octubre pasado, un juzgado condenó a la Comunidad de Madrid a indemnizar a una familia cuya hija sufrió acoso escolar y agresiones racistas en un colegio público. La sentencia vio probado que la escuela “trató de relativizar el problema como cosas de niños”. 

La presión social obliga a hacer cambios

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