INVESTIGACIÓN POLICIAL

Condenado en el doble crimen de Santa Coloma por una técnica que interpretó las manchas de sangre

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Guillem Sànchez

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La mañana del domingo 4 de septiembre del 2016Santa Coloma de Gramenet se sacó las legañas con dos cadáveres tendidos en el rellano de un bloque de viviendas. Eran dos hombres dominicanos: Kelvin, el más corpulento, estaba recostado al inicio de una escalera; Yassel, tumbado en el suelo. De la escena del doble crimen nacía un rastro de sangre que descendía hasta la planta inferior, salía por la puerta principal, tomaba el pasaje de Irlanda, cruzaba por delante de un supermercado Condis, subía por la calle de Verdaguer y se detenía frente al número 121 de esa vía. Los Mossos d’Esquadra, siguiendo ese rastro, hallaron a Ramón, único superviviente de aquella pelea.

Varios testigos relataron a la policía que esa mañana habían visto –atónitos– a Ramón andando ese trayecto junto a un perro y hablando por teléfono. Chorreando sangre, con la correa en una mano y el móvil en la otra. Al ser detenido, Ramón supo enseguida que el rastro de sangre había permitido vincularlo con los dos cadáveres. Ignoraba hasta qué punto de nuevo la sangre iba a permitir demostrar que había matado a Yassel.

Dosier voluminoso

Para desmontar la coartada de Ramón, los Mossos recurrieron a la hematología forense reconstructiva, una técnica que permite deducir cómo se ha cometido un crimen a partir del examen pormenorizado de las manchas de sangre. El dosier que contiene el resultado del análisis del piso en el que fallecieron Kelvin y Yassel es grueso, parece el tomo de una enciclopedia, y lo guarda la Unitat Central d’Inspecció Ocular (UCIO), una especialidad de la policía científica ubicada en el complejo central de Sabadell.

El agente Ubaldo lo abre y, página a página, comienza la detallada explicación de cómo las manchas de sangre cuentan cosas que los asesinos desearían ocultar. Hay gotas gravitacionales –como las de un cuchillo que gotea–, con proyecciones –que por su forma indican que poseían energía cinética y revelan desde dónde fueron propulsadas– y manchas de contacto –como las que dejas con las zapatillas tras pisar un charco y seguir andando–.

La coartada de Ramón

Ramón, tras ser arrestado, defendió su inocencia arguyendo que ese día Kelvin le había pedido que lo acompañara al piso de Yassel, donde este segundo alojaba una plantación clandestina de marihuana. Que los tres entraron juntos al domicilio, cruzaron el vestíbulo y el pasillo, y al llegar al comedor Kelvin y Yassel se enzarzaron en una violenta pelea. Que Kelvin y Yassel se mataron mutuamente y él pudo escapar. 

Pero el Grupo de Homicidios de la Región Policial Metropolitana Norte descubrió que mentía. Entre otras cosas porque el registro de llamadas telefónicas previas indicaba que quienes tenían relación eran Ramon y Yassel y que, por lo tanto, era Kelvin, un tipo fuerte, quien ese día acompañaba a Ramon y no al revés –ambos eran cuñados–. A pesar de ese parentesco, Ramón no había llamado a la policía ni a una ambulancia para socorrer a su familiar al salir del piso. 

Los investigadores intuyeron pronto que los hechos eran estos: Yassel mató a Kelvin y después Ramón mató a Yassel. El problema es que no podían demostrarlo. Por eso Ramón salió en libertad a los pocos días. La fiscalía encargó el informe de las manchas de sangre, que hicieron Ubaldo y sus compañeros de la UCIO, bajo la supervisión del subinspector Antón, con la colaboración del Institut de Medicina Legal i de Ciències Forenses de Catalunya (IMLCFC).

Las pruebas

Para probar que Ramón, el único que salió con vida de aquel piso, estaba mintiendo ha resultado crucial este trabajo conjunto de investigadores, agentes de la científica y médicos forenses que se ha elaborado durante tres meses. Ubaldo cuenta que la parte de la UCIO comenzó segmentando una escena del crimen dantesca y confusa en tres partes: vestíbulo, pasillo y comedor. Después identificaron, gracias al análisis en el laboratorio, a cuál de los tres implicados pertenecía cada mancha de sangre. Finalmente, aplicando la vieja trigonometría del matemático Pitágoras, que permite deducir el "ángulo de incidencia" de cada mancha, extrajeron una secuencia de los hechos que bastaba para evidenciar no solo que Ramón mentía, sino también que había sido él quien había matado a Yassel.  

Ramón había dicho que los tres se enzarzaron en una pelea en el comedor. Pero la sangre indicaba que Kelvin nunca llegó a entrar en el comedor, ni siquiera pisó el pasillo. Fue atacado por Yassel en el vestíbulo, le rebanó el cuello en cuanto entró en el piso. La autopsia practicada al cadáver de Kelvin concordaba. Y tenía sentido: Yassel atacó primero al más fuerte de los dos y después, solo después, comenzó una pelea con Ramón que sí llegó al pasillo y al comedor. Mientras Kelvin salió y se quedó sentado en la escalera, donde falleció, Yassel y Ramón se liaron a cuchilladas por toda la casa.

Para demostrar que Ramón había matado a Yassel resultó decisivo un rastro de sangre en el pasillo que indicaba que Yassel había intenado huir hacia el exterior y que por detrás Ramón lo había apuñalado por la espalda. De nuevo, el examen forense al cuerpo de Yassel ratificaba la conclusión. Un jurado de la Audiencia Provincial de Barcelona ha condenado recientemente a Ramón por el homicidio de Yassel.