PRESTIGIOSO GALARDÓN

La teledetección espacial, el gran hermano contra la crisis climática

El catedrático de Física de la Tierra José Antonio Sobrino Rodríguez, premio Jaume I 2019 de protección al medioambiente

El catedrático de Física de la Tierra José Antonio Sobrino Rodríguez, premio Jaume I 2019 de protección al medioambiente / Miguel Lorenzo

Nacho Herrero

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La lucha contra el cambio climático tiene un aliado tan desconocido para el gran público como eficaz: la teledetección. La concienciación sobre la emergencia medioambiental ha puesto el foco en ella y los prestigiosos y suculentos Premios Jaume I reconocen este lunes en València al gallego José Antonio Sobrino Rodríguez como “líder a nivel mundial” en un campo que procesa el torrente de datos de los satélites para, entre otras cosas, evaluar los cambios en la temperatura de la corteza terrestre y del agua, la altura del mar o el estado de los glaciares. 

Catedrático en la Universidad de Valencia, ha desarrollado algunos de los algoritmos más usados para poder convertir toda esa información en un detallado chequeo en tiempo real del planeta y explica a EL PERIÓDICO que el “todos los indicadores apuntan a que existe un calentamiento global y gracias a la teledetección puedes ver la evolución porque tenemos datos de hace 40 años”.

Cuarenta años en alerta

“Los medios y la opinión pública están ahora más interesados pero a nivel del investigación las alarmas son de 1979. Los datos son conocidos. Ha disminuido la capa de hielo en el Ártico, desparecen glaciares y otros se retraen, la altura del nivel del mar aumenta, la temperatura de la tierra y del mar sigue subiendo a una media de 0,02 grados al año, lo que supone dos grados en 100 años aunque en el Mediterráneo el ascenso es dos o tres veces más rápido”, resume.

Todo eso tiene consecuencias. “Un aumento de un grado viene a ser una subida de dos metros del nivel del mar”, pone como ejemplo. Así que insta a las administraciones a “comprar tiempo” hasta que se reduzcan las emisiones de dióxido de carbono y de gases de efecto invernadero creando “barreras arquitectónicas” que contengan esa crecida o “plantando árboles” para que haya una mayor absorción de gases perjudiciales.

“Puede dar la sensación de que solo hablamos de cifras o de que a uno por su situación personal no le va a afectar pero las implicaciones son mayores, porque el sistema es un único sistema y todos vimos en el mismo planeta y no podemos irnos a la habitación del al lado, los gases de efecto invernadero están por igual en todos lados”, advierte.

Contra el negacionismo

Sobrino dice que “no hay que ser apocalíptico” pero en la misma frase asegura que “el calentamiento global ya está matando gente”. Habla por ejemplo de que la “urbanización masificada” que recogen los satélites en determinados puntos “refuerzan las olas de  calor” o que la falta de productividad que hay ya en algunos terrenos “obliga a la gente a emigrar”.

La teledetección ofrece imágenes que ayudan a crear conciencia social de la magnitud del problema y datos que desmontan a los negacionistas de un cambio climático que se une al natural y que produce la humanidad fundamentalmente “por las emisiones por la quema de combustibles fósiles”.

 “Es insostenible decir que no existe. Hay imágenes, hay medidas, hay datos. El científico es el primero que no cree en dogmas y cambia su teoría si no se sostiene pero el problema es que se niega por negar, no se ofrecen datos, no se dan argumentos”, sostiene.

“Queda mucho por investigar pero no podemos esperar a estar seguros de todo al cien por cien porque arriesgaríamos la vida de generadores futuras. Incluso siendo muy escéptico, las medidas van encaminadas a mejorar calidad de vida, es difícil de entender que alguien se oponga salvo porque supone un cambio en el sistema de producción y existen intereses creados”, asume.

La solución, en nuestras manos

El profesor apunta a que en un futuro inmediato al aumento del número de satélites y su evolución multiplicarán la información de la teledetección y que programas como el 'Copernicus' de la UE y la Agencia Espacial Europea los ponen en manos de los gobernantes para que actúen pero también de los ciudadanos. “Se puede informar por ejemplo a una cooperativa de los riegos que necesita un cultivo”, apunta.

En cualquier caso, el mundo desarrollado tiene un liderazgo que asumir.“Hay muchos países que no tienen el poder económico para hacerlo y es una responsabilidad ética de los países industrializados, no podemos exigir sacrificios a quien no puede asumirlos”, recuerda.

El catedrático reconoce que aunque el daño “lo producimos todos, más lo hacen las grandes multinacionales” pero subraya que los gestos individuales o de pequeños colectivos tienen un papel destacado. “Que todos ayudemos nos hace ser partícipes de una forma nueva, cambiar nuestra forma de vida al final genera una presión en esas multinacionales que están mirando a otro lado”, concluye.