DESCENDIENTES DEL ÚLTIMO EMPERADOR

La monarquía prusiana reclama a Alemania la devolución de sus propiedades confiscadas hace un siglo

La destronada dinastía Hohenzollern, que apoyó abiertamente a Hitler, exige ahora al Estado compensaciones económicas y seguir viviendo en los que fueron sus palacios

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Carles Planas Bou

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A pesar de que en Alemania la monarquía hace más de un siglo que fue abolida sus herederos no dejan de dar guerra. Este verano el país ha conocido al detalle las exigencias de la familia Hohenzollern, descendientes del último emperador prusiano, que reclaman al Estado la devolución de todas sus propiedades y una indemnización millonaria como compensación.

Sus demandas no son nuevas. Desde hace ya cinco años los abogados de Jorge Federico, príncipe de Prusia y tataranieto de Guillermo II, negocian con el gobierno federal de Angela Merkel y las autoridades públicas de Berlín y Brandeburgo —donde se sitúa el territorio histórico de la familia— en la que es una complicada batalla legal con posiciones “muy alejadas”.

Hasta 101 años después de ser destronados, los herederos de la dinastía Hohenzollern exigen ahora el retorno de todo el patrimonio que les fue expropiado durante distintos tramos del siglo pasado. Hace escasos días la Fundación del Patrimonio Cultural Prusiano alertó de que hasta 5.000 obras de arte expuestas en sus museos están en juego.

Patrimonio incalculable

Entre ese patrimonio de valor incalculable que reclaman hay pinturas, esculturas y libros pero también castillos y palacios en los que pretenden volver a instalarse de forma gratuita. Así, los Hohenzollern reclaman el derecho a vivir en residencias de ensueño como villa Liegniz o los palacios de Lindstedt y Cecilienhof, todos situados en Potsdam.

Éste último es conocido por acoger en 1945 la conferencia de Potsdam, en la que el presidente estadounidense Harry S. Truman, el soviético Iósif Stalin y a los primeros ministros británicos Winston Churchill y Clement Attlee acordaron como repartirse Europa tras la Segunda Guerra Mundial.

Las exigencias de los descendientes de lo que una vez fue una de las familias aristocráticas más poderosas de Europa ha despertado la indignación de la izquierda alemana (Die Linke), que ha lanzado una petición nacional en contra de ellas.

Un siglo sin monarquía

Alemania enterró definitivamente su nobleza el 9 de noviembre de 1918. Hundido tras su humillante derrota en la Primera Guerra Mundial, el otrora poderoso imperio alemán vivió entonces una fuerte revolución social. Las clases populares se sublevaron contra las élites que les habían llevado al desastre y ese mismo día Guillermo II abdicó. Tras meses de batallas callejeras, traiciones y reuniones en despachos el 11 de agosto de 1919 se rubricó la Constitución que transformó el país en una república, la de Weimar.

Tras abandonar el trono el monarca perdió el apoyo de los militares y se exilió a los Paíse

s Bajos. Sus bienes fueron confiscados en 1918, pero en 1926 Weimar se los devolvió parcialmente. La familia utilizó hasta veintisiete vagones de un tren para transportar propiedades entre las que había coches e incluso un barco. En 1945 volvieron a ser confiscadas por los soviéticos y tras la caída del Telón de Acero pasaron a manos alemanas.

Pasado oscuro

El resurgir de los herederos del trono prusiano ha sido especialmente indignante por su manchado historial. Su último soberano, Guillermo II, es considerado uno de los principales artífices de la Primera Guerra Mundial. Aunque el conflicto se desencadenó por el asesinato del heredero del trono austrohúngaro, Francisco Fernando, a manos de un terrorista serbio, los historiadores coinciden en señalar que el apoyo del Káiser a Viena fue decisivo para que el imperio le declarase la guerra a Rusia. Tras esa agresión diplomática las otras potencias del continente fueron arrastradas a una contienda que dejaría 10 millones de muertos.

Por eso el rey depuesto fue acusado de “suprema ofensa contra la moralidad internacional” por el Tratado de Versalles de 1919, que exigió sin éxito su enjuiciamiento. Guillermo II culpó a judíos y masones de la guerra. Así, no es de extrañar que poco después tanto él como su hijo, el príncipe Guillermo de Prusia, apoyasen de Adolf Hitler. Desde el exilio vieron en el antisemitismo y la voluntad expansionista del líder nazi dos de sus objetivos frustrados.

Ambos creían que el partido nazi reinstauraría la monarquía pero ni los gerifaltes del Reich ni su población querían el regreso de quien les había llevado a su peor derrota militar. Hitler, de hecho, los menospreciaba. Cuando las ejecuciones se convirtieron en norma en las calles alemanas Guillermo II se distanció y criticó al ‘Führer’ pero entrada la guerra volvió a aplaudirle. En 1942 murió de una embolia pulmonar.