parto inesperado

Nace un lince boreal en el Pirineo, primera cría en un siglo

Mucho mayor y más imponente que el ibérico, este felino se extinguió en los bosques de estas latitudes y casi incluso en la memoria popular

Nace un lince boreal en el Pirineo, primera cría en un siglo

Nace un lince boreal en el Pirineo, primera cría en un siglo. / periodico

Carles Cols

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Tras 11 años como pareja estable, quién lo iba a decir a estas alturas de la relación, Ui y Liu, macho y hembra del imponente lince boreal y residentes en el centro de recuperación de la fauna MónNatura Pirineus, se han decidido por fin a ser padres. Pero la noticia no es esa, sino que lo inaudito es que por primera vez en más de un siglo ha nacido en Catalunya una cría de esta especie casi olvidada en la cultura rural local, lo cual ya es extraño, porque no es, como el lince ibérico, un gato grande, sino que el lince boreal es un felino inolvidable, cuya visión cuando es adulto quita el hipo, de 30 kilos de peso y 130 centímetros de hocico a la punta de la cola y que, si se lo propone es capaz de cazar un corzo, poca broma.

Nadie sabía que la madre, Liu, estaba preñada. Fue un parto imprevisto. El 28 de mayo, la cría apareció bajo un tronco

El alumbramiento ha sido comunicado ahora, pero la cría nació el pasado 28 de mayo, tal y como explica el director de Territori y Medi Ambient de la Fundació Catalunya La Pedrera, Miquel Rafa. Fue un parto inesperado. A Liu, la madre, que llegó al municipio de Son (Alt Àneu) procedente del Zoo de Lugo en compañía de Ui, no le apreció nadie de MónNatura uno poco más de panza. Es lógico, No era una camada de tres, cuatro o cinco cachorros lo que llevaba en el vientre. Solo uno. Alumbró bajo un tronco y fue allí donde los responsables del centro se llevaron la mayúscula sorpresa. Estaban frente a un animal extinto en libertad en la península desde hace casi un siglo. En Catalunya, el último ejemplar vivo y libre del que hay constancia indiscutible fue cazado en 1930. Su piel moteada fue exhibida en el Ripollès. Desde entonces, la silueta de este carnívoro espectacular no solo se ha difuminado, sino que apenas se recuerda su existencia por estas latitudes, como si jamás hubiera estado, como un fantasma, algo sorprendente, pues Jacint Verdaguer hasta le dedicó unos versos con el sobrenombre que los ganaderos conocían a esta bestia, lobo cerval, o ‘gatillop’ en catalán, o sea, una animal de aspecto felino pero acongojante como lobo.

Tiene los ojos azules, sus características orejas de punta oscura y unas garras ya intimidantes pese a su corta edad. Así es el bebé. Su nacimiento no es la resurrección del tigre de Tasmania, de acuerdo, porque aunque esta es una especie amenazada, hay poblaciones estables en el norte de Europa y en las cordilleras de Asia, pero el simple hecho de que haya nacido un cachorro en el Pirineo, aunque sea en un espacio cercado, pone de nuevo sobre la mesa el debate sobre la reintroducción de este felino en el medio natural.

Tanto respeto infundía antaño que en la cultura popular se le consideraba mitad felino, mitad lobo

Esta es –admite Rafa-- una fruta, sin embargo, aún muy verde. En el 2015 se puso sobre la mesa un plan de reintroducción en la Vall d’Aran, un espacio perfecto para este propósito, ideal para un único macho y dos o tres hembras. Los linces boreales son animales territoriales. Los machos, solitarios empedernidos salvo que ellas estén en celo, dominan una superficie equivalente a todo ese valle. Las hembras son dueñas y señoras de un círculo territorial algo menor. La propuesta, sin embargo, no obtuvo el aval de todos los actores implicados, los ganaderos araneses, por ejemplo, así que cayó al fondo del cajón de las ideas. La errática trayectoria gastronómica del oso Goiat, adicto al costillar de las ovejas de la zona, no ha jugado desde luego a favor de los intereses del lince boreal, reconoce Rafa, y añade que es una lástima, porque en su opinión la cadena trófica del Pirineo tiene eslabones en blanco que convendría rellenar.

Cadena trófica

Faltan depredadores naturales de algunos herbívoros capaces de convertirse en plaga, como las liebres o los corzos, o de carnívoros que, en ausencia de enemigos ancestrales, pueden causar estragos, como los zorros, que en un momento dado pueden poner en riesgo el repunte de la población de urogallos. Que no hay equilibro es obvio. Algún día, opina este medioambientalista, el lince boreal regresará a los bosques porque ese es su lugar, pero ese retorno está lejano, no lo verá el hijo de Ui y Liu, que no conocerá otra forma de vida la cautividad. No le faltará de nada, ni siquiera una simulación de libertad con la caza de pequeños roedores como aliciente o de algún pájaros despistado que se pose en su área de influencia.

“No se puede imponer la reintroducción, qué se le va a hacer, todo el mundo tiene que estar de acuerdo para que sea un éxito”, insiste Rafa. El recelo es comprensible, pero en realidad este no es un felino muy amigo de rondar entornos humanos. No es merodeador de contenedores de basura, como sucede a veces con los zorros. Tampoco es un habitual de los parterres ajardinados urbanos, como el jabalí. El lince boreal es esquivo, no se deja apenas ver, o al menos esa es la experiencia constatada en lugares en que ha sido reintroducido con éxito y sin contratiempos, como el cantón del Jura, en la frontera alpina de Suiza. Tan caro se hace de ver que el lince boreal es, según se mire, el monstruo del lago Ness catalán. Hace pocos años, una cámara fotográfica de captura automática retrató en mitad de un bosque lo que la mitad de los especialistas creen que es efectivamente un ejemplar de esta especie y la otra mitad lo pone en duda. Aquel ‘loquesea’ se rascó el lomo con la cámara y esta hizo la foto. ¿Es posible que fuera un lince boreal? Si así fuera, Rafa solo encuentra como explicación factible que, igual que los lobos han regresado a España tras cruzar media Europa, quién sabe si algún ejemplar de este enorme felino ha migrado desde las zonas del norte de Europa en que felizmente aún vive en libertad.