EL PERFIL DE LOS MENORES NO ACOMPAÑADOS

Los pequeños Ulises

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Carlos Márquez Daniel

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Seres humanos con otra cultura, otro idioma, otra situación familiar y otras necesidades. En definitiva, personas que de entrada no encajan y que requieren de una integración sustentada en dos premisas tan imprescindibles como complementarias: su predisposición y un buen plan de acogida. La inmigración pude ser voluntaria o forzada, pero en cualquier caso, arrastra un poso psicológico a menudo difícil de abordar. Eso es lo que sucede con los menores no acompañados, esos jóvenes que a diario se enfrentan a la brecha entre el sueño y la realidad.

Joaquim Corral, psicólogo y exdirector de la Fundació Serveis Socials Sant Pere Claver, ha trabajado durante años con este colectivo. Pero antes de entrar en el perfil de los chavales, urge a “actuar primero en el país de origen para que ahí se conozca cuál es la realidad de Europa”. “Se les dice que aquí hay trabajo para todos, que te encuentras a Messi caminando por la calle, que esta es la tierra de las oportunidades”. Esperan todas las facilidades del mundo, y se encuentran con leyes y estigmas sociales que les hunden en la “frustración”. Un desengaño que no pueden compartir con la familia que han dejado en su país, porque en ellos han depositado parte de su supervivencia. Eso es un plus de responsabilidad, y a una edad en la que Occidente suele decidir entre qué serie mirar en Netflix, a qué hora quedar con los amigos o qué rama educativa elegir, si la artística o la tecnológica. “Por eso -prosigue Corral- mandan fotos a casa como si todo fuera bien”. La presión de no defraudar la confianza les lleva “a aparentar que todo va bien”. Básicamente, esconden el fracaso.

Estrés y duelo migratorio

El psiquiatra Joseba Achotegui, una de las personas que más ha estudiado la psique del movimiento migratorio, considera que existe un factor de riesgo debido a dos variables principales: “El estrés y el duelo migratorio”. Tal y como explica en un artículo escrito en la revista Mente y cerebro, migrar “no constituye per se una causa de trastorno psíquico”. Son las circunstancias lo que hace que estos menores deriven hacia situaciones traumáticas. La adolescencia en sí ya es un factor estresante. A eso hay que sumarle la experiencia dramática del viaje desde el país de origen hasta España, muchas veces jugándose la vida, primero en el mar, y luego en la carretera. En el lugar de destino, donde afloran todas las frustraciones, subyacen el miedo y la angustia de dormir en la calle, la inseguridad y la soledad, a lo que se suma la falta de apoyo parental, de un referente, de un faro moral y adulto que señale el camino. “Por eso muchos menores se refugian en la droga, es la manera de olvidarse de que esto no es ni mucho menos como ellos pensaban”, apunta Corral.

Todo ello puede derivar, tal y como describe el doctor Achotegui en un “estrés crónico y múltiple”, conocido como síndrome de Ulises, “el príncipe destronado que, sin ver el final a su situación, mantiene viva la lucha por salir adelante y reencontrarse con sus seres queridos”. Los principales rasgos de este síndrome se distinguen en la inmensa mayoría de los menores no acompañados: la ausencia de oportunidades, la separación de la familia, la lucha por la supervivencia, el miedo a la expulsión, la amenaza de las mafias o la indefensión por carecer o desconocer los derechos propios.

Mohamed, un hombre de 41 años, residente en el Raval, que llegó a Barcelona en los bajos de un camión siendo menor de edad, lamenta la mala imagen que se tiene de estos chavales. "Falta empatía. Solo nos quedamos con los delitos, que son lamentables, pero nadie se pregunta qué les empuja a atracar a una persona, porque esa es la clave".