De la guerra en Afganistán a la miseria en la India

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Noemí Jabois

A Maryam (nombre ficticio) la casaron con un talibán. Violencia, conflicto y maltrato se convirtieron en sinónimos de su día a día en Afganistán. Hoy espera a ser reconocida como refugiada en la India, donde libra su propia guerra contra la mendicidad y la incapacidad de alimentar a sus dos hijos.

La vida de esta joven divorciada no es muy distinta a la de los otros 1.304 solicitantes de asilo y 10.395 refugiados afganos registrados por la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) en la India, que no es signataria de la Convención sobre Refugiados de 1951 ni del Protocolo de 1967.

Lágrimas y más lágrimas ruedan por las mejillas de Maryam, de 31 años, cuando relata a Efe el maltrato que sufrió a manos de la familia de su marido talibán en una aldea de la conflictiva Kunduz (norte de Afganistán), donde llegó a perder la consciencia después de que parientes políticos la golpeasen con una piedra en la cabeza.

Su marido solía irse con los insurgentes y regresar tres o cuatro días más tarde con un grupo de unos 15, a veces hasta una veintena de ellos. La joven era obligada a cocinar para todos aquellos hombres barbudos de abultados turbantes, aspecto rudo y fusiles de asalto AK-47 al hombro.

Finalmente, hace dos años y medio, logró divorciarse y huir a la vecina India con sus dos pequeños de 3 y 4 años.

Los primeros doce meses fueron "bien" gracias a la ayuda de un hermano, pero cuando éste no pudo apoyarla más la situación llevó a Maryam a mendigar, limpiar casas cuando tenía suerte e incluso a entregar temporalmente a sus hijos a ACNUR por no ser capaz de alimentarles.

Los tres viven hoy en una diminuta habitación de un piso compartido en el barrio delhí de Boghal, un mini-Kabul lleno de mujeres con hijab, hombres ataviados con camisa y pantalones holgados afganos, el popular "salwar kameez", y vendedores ambulantes del tradicional pan afgano, el "naan".

La familia de Maryam vive en un tercer piso, sin acceso a una cocina, aire acondicionado o un baño, lavándose como pueden en el balcón.

"La única cosa que me pertenece es eso de ahí", explica mientras señala a una pequeña pila de ropa saliendo desordenada de una maleta.

Sólo quiere, dice mientras detiene una pelea infantil entre sus hijos, que ACNUR la apoye y que los niños puedan ir a la escuela "como el resto de la gente".

Y es que si bien los sijs e hindúes afganos tienden a ser reconocidos y después de unos años de residencia reciben incluso la nacionalidad india, los musulmanes y cristianos se ven atrapados durante años en un limbo burocrático de ilegalidad y sufrimiento.

Desde la invasión soviética de Afganistán en 1979 hasta hoy, muchos huyen sólo para enfrentarse al desempleo, la inexistencia de ayudas para el acceso a la sanidad o una vida sin ir a la escuela, ya que el carné de refugiado de ACNUR no es reconocido por la Policía y las autoridades.

"No podemos ni comprar una tarjeta sim con este carné de refugiados y no podemos alquilar una casa", alerta a Efe el líder de la comunidad refugiada afgana en Nueva Delhi, Shirshah Heravi.

Entre sorbos de té afgano y bocados de dulce de dátil, explica cómo la mayoría llegan con una visa de corta duración, se registran con ACNUR, esperan hasta dos años por una entrevista y otro año por una respuesta. Luego viene el proceso de apelación si la petición es rechazada, otros tres años de espera.

Una negativa de ACNUR supone volver a Afganistán.

Antes de tener que regresar a las bombas, la violencia sectaria y los ataques armados, algunos optan por acabar con su vida. Ha habido incluso algún caso de inmolación frente a la oficina de ACNUR, recuerda Heravi.

"En 2013 y 2014, tuvimos un montón de casos de ahorcados en sus habitaciones. Abren el ventilador del techo, donde hay un ángulo para colgar el aparato, de ahí se cuelgan a sí mismos", explicó el líder comunitario.

Desde la Red Legal de Derechos Humanos (HRLN), colaboradora de ACNUR, Fazal Abdali reconoce a Efe que el mayor problema es que la India no es signataria de las convenciones internacionales en la materia y carece de leyes sobre refugiados, lo que impide que trabajen legalmente.

Resume la situación como una suerte de "persecución económica".

Por supuesto, sus vidas serían más fáciles en una nación adherida a la Convención sobre Refugiados de 1951, pero "la India es un país vecino y mucha gente no se puede permitir ir a Canadá desde Afganistán", en palabras de Abdali.

En los últimos meses, los talibanes y Estados Unidos han mantenido varias rondas de diálogo, dando esperanzas de que se produzca un diálogo también con el Gobierno afgano.

"Incluso si es exitoso, no podríamos volver. Los refugiados están preocupados por muchas cosas porque en los últimos 17 años hemos tenido algunos logros como derechos para las mujeres, civiles y sociales. No sabemos qué pasará si los talibanes llegan al poder", concluyó Heravi.