CONVIVENCIA CON EL MALTRATADOR

"Un maltratador jamás puede ser un buen padre"

Patricia Fernández Montero sufrió un calvario judicial cuando su madre, tras una descomunal paliza, decidió separarse de su marido, a quien otorgaron la custodia unos meses

Patricia Fernández Montero, cuya madre sufrió violencia machista, en una librería de Madrid.

Patricia Fernández Montero, cuya madre sufrió violencia machista, en una librería de Madrid. / periodico

Olga Pereda

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Patricia Fernández Montero (Madrid, 1998) ya no tiene miedo. Hace años lo sufrió. Y fue aterrador. No solo tuvo pánico a Fernando, nombre falso con el que la joven identifica al maltratador de su madre, sino a todo un sistema judicial y asistencial que jamás la supo cuidar y proteger. Ni a ella ni a su hermano pequeño, David. Su calvario duró 10 años. Patricia resurgió de las cenizas y se convirtió en altavoz de aquellos “en los que nadie piensa y menos aún escucha”: los niños y niñas que sufren en silencio la violencia machista en sus casas. Los menores que ven cómo sus madres son humilladas, apaleadas y aniquiladas. A Patricia le gustaría decirle a todos los jueces, fiscales, abogados y asistentes sociales que “un maltratador jamás puede ser un buen padre”.

Patricia tenía seis años y su hermano cuatro cuando su madre recibió una paliza casi mortal a manos de Fernando. Aquel día, su vida cambió radicalmente. La madre, Sonia Fernández, decidió gritar basta y entonces se desencadenó una cruel guerra en la que solo hubo un culpable, él.

Las víctimas, criminalizadas

Nadie -con excepción de los abuelos maternos- se puso del lado de Sonia y sus hijos. “Hemos avanzado algunas cosas, pero se sigue criminalizando a las víctimas. La visión patriarcal lo inunda todo. Cuando se publican casos, los periodistas siguen entrevistando a vecinos que dicen lo majo y simpático que era el maltratador en cuestión. La gente tiende a pensar que se trata de buenos padres. Y eso alcanza también al mundo judicial”, protesta Patricia, que con 17 años plasmo su historia en un libro, ‘Ya no tengo miedo’ (Editorial Club Universitario).

“Cuando me enteré de que mamá se había separado de Fernando lloré. Pero mi llanto no era de dolor sino de liberación”, confiesa Patricia, que se dio de bruces contra la realidad cuando alguien le menciono las palabras Punto de encuentro, una oficina en la que el sistema le obligaba a ella y a su hermano a recibir la visita de Fernando. El carácter de Patricia cambió. Dejó de tener siete años, una edad en la que la única obligación de un niño es ser feliz. “Mi cerebro siempre estaba en estado de crisis y estrés. Dejé al lado cosas. Me sentía indefensa. Mis prioridades cambiaron y mi único objetivo era sobrevivir”, explica a este diario.

Psicólogos, abogados, asistentes...

Patricia y su hermano se zambulleron en un oscuro mundo de psicólogos, policías, abogados, jueces y agentes sociales. Ninguno confió en ellos. Nadie les creyó. Todos pensaban que Fernando podía haber apaleado a su mujer, sí, pero que seguía teniendo derecho a ser padre. “Mi madre siempre nos decía que nos portáramos bien en el punto de encuentro. Y yo, una vez, dije a un asistente social que solo hacía lo que me decía mi madre. O sea, tratar de portarme bien”. La expresión “hago lo que me dice mi madre” fue la excusa terrible para que un perito judicial decretara SAP (Síndrome de Alienación Parental), situación en la que uno de los dos progenitores intenta poner a los hijos en contra del otro, algo así como un lavado de cerebro, un síndrome que no ha sido reconocido por ninguna asociación profesional ni científica y que, sin embargo, es utilizado en el mundo de la judicatura.

“El SAP es misógino por naturaleza, implica otorgar privilegios al maltratador y quitar derechos a los niños, a los que se les debería asegurar una infancia segura. Asociaciones científicas de prestigio han decretado que no existe, pero se sigue decretando en los juicios. ¿Por qué? Por lo de siempre: vivimos en una sociedad machista donde la víctima es criminalizada. Siempre tienen que ser las víctimas las que demuestren que están diciendo la verdad, cuando debería ser al contrario”.

La custodia, al maltratador

El SAP tuvo una consecuencia fatal: el juez otorgó la custodia a Fernando. “A mi madre le arrebataron a sus hijos. Nadie nos preguntó a nosotros porque se supone que éramos demasiado pequeños. Nadie se paró a pensar en los efectos que eso tendría en dos niños. El juez no nos conocía. Me di cuenta de lo injusto que es el mundo. Me di cuenta de que no teníamos voz y de que estaban jugando con nosotros. Que te separen de tu propia madre y no saber cuándo vas a volver a verla es lo más duro que me ha pasado en la vida. Una experiencia que me marcó y que jamás olvidaré. El dolor fue inmensurable”, narra Patricia en su libro.

Para Patricia y David, la convivencia con Fernando y su pareja fue el infierno. No les atendían. Y apenas les hablaban. La tensión se podía cortar con un cuchillo. Jamás le llamaron padre. Ni papá. Ni siquiera le llamaban por su nombre. Para ellos, su verdadero padre es el novio de su madre, un “gran guerrero” que les enseñó a ser tenaces y que les demostró que una familia -con independencia de los lazos biológicos- se mantiene en pie gracias al amor y no al miedo. Fernando les inspiraba solo eso, miedo.

La Justicia es "inútil"

Después de dos meses, Patricia y David pudieron volver a ver a su madre. Y tiempo después, volvieron a convivir con ella, teniendo que pasar fines de semana “horribles” con Fernando. “La Justicia es inútil”, sentencia la joven en el libro, que, a pesar de todo, tiene un final feliz. Patricia encontró una foto en la que Fernando había escrito una frase que, en realidad, implicaba una confesión como autor de la paliza a Sonia aquel 20 de febrero de 2005. Fue la única (y primera vez) que el maltratador, consciente de que ahora sí corría peligro judicial, decidió dejarles en paz. “Nos abrazamos a mamá. Éramos como guerreros que habían librado la batalla de su vida”.

Patricia tiene hoy 21 años. Su hermano, 18. Ninguno de los dos mantienen contacto alguno con Fernando. Son felices. Patricia estudia Periodismo y Comunicación Audiovisual y ha escrito otro libro de poemas. Preside, junto a su madre, la asociación Avanza sin Miedo, donde los menores víctimas de la violencia machista tienen lo que la sociedad les deniega: voz.