UN OBSTÁCULO CON SOLUCIÓN

Mi hijo pronuncia mal, ¿qué hago?

Las dificultades del lenguaje en niños y niñas se deben corregir, aunque la mayoría de las familias recurren a logopedas privados ante la falta de recursos públicos

Un niño de cuatro años realiza ejercicios con la boca para aprender a pronunciar bien

Un niño de cuatro años realiza ejercicios con la boca para aprender a pronunciar bien / periodico

Olga Pereda

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Tiene problemas para pronunciar bien. Abusa de la z. La r se le resiste. No distingue mucho entre la d y la l. Omite algunas letras al leer y al hablar. Sus compañeros (y a veces hasta la familia) no le entiende bien. Estamos delante de un niño o niña -probablemente de cuatro, cinco o seis años- que sufre una dificultad en el aprendizaje. Comparado con un menor tartamudo, otro con retraso emocional, síndrome de Down o trastorno del espectro autista, su caso es bastante leve. Son niños perfectamente sanos. Se comunican y comprenden lo que se les dice. De hecho, están empezando a aprender a leer y escribir. Pero necesitan ayuda profesional para corregir esa dificultad. Si no la reciben, podrían tener problemas para desarrollar una correcta capacidad de lectura y escritura y, por lo tanto, tener un bajo rendimiento académico en el futuro.

¿Ofrece la escuela pública esa ayuda? En teoría, sí. La realidad es otra cosa. La falta de recursos hace que la prioridad sean los alumnos y alumnas con problemas más graves, así que muchas familias con hijos que tienen dificultades del habla terminan optando por un logopeda privado, siempre y cuando se lo puedan permitir económicamente (la tarifa ronda los 100 euros al mes). “No debería ser así porque en la escuela tendría que reinar el principio de equidad y la igualdad de oportunidades”, resume Teresa Esperabé, maestra y delegada de CCOO Educació y responsable de Polítiques Educatives.

Otra opción es que el pediatra de la Seguridad Social detecte problemas en el habla y derive al crío a un centro especializado para que se le evalúe. En caso de que constatar que, efectivamente, necesita ayuda profesional hay logopedas adscritos a la Seguridad Social que trabajan con grupos de menores. “Que se le admita o no es cuestión de suerte. Todo depende de los recursos del centro y de si está o no saturado”, admite una pediatra que trabaja en un ambulatorio en Madrid. 

Centros de logopedia

En Catalunya, antes del azote de la crisis económica, había en algunas localidades unos centros de logopedia concertados que eran gratis para las familias. Los colegios derivaban allí a los alumnos con dificultades del habla. “La crisis los barrió y no se han vuelto a abrir”, critica la responsable de CCOO, que hace hincapié en que el presupuesto de la Generalitat para Educación debería ser por ley del 6% y, sin embargo, está en el 2,4%.

Los CREDA -un servicio educativo público con especialistas en logopedia que nació originariamente como un centro de recursos para deficiencias auditivas y luego se extendió a patologías del lenguaje- sí que se mantienen. Catalunya se divide en 10 zonas y sus miembros acuden a los colegios en función de la demanda. No son personal fijo de las escuelas, sino algo así como un servicio itinerante. Los profesionales, evidentemente, dan prioridad a los niños con necesidades más graves del habla y del lenguaje. Es un buen servicio educativo, pero la realidad es que son “pocos y dan pocas horas de clase”, advierte Esperabé. Los profesionales del CREDA también asesoran a familias y maestros para que estos, en la medida de lo posible, ayuden a los alumnos con dificultades del habla y lenguaje. Que los menores consigan progresar depende, en muchas ocasiones, de la buena voluntad y del esfuerzo adicional del maestro porque la realidad es que “no hay recursos suficientes para atender a todos”, insiste Esperabé.

Casos severos

Fuentes del CREDA explican que los niños con trastornos de salud graves quedan excluidos (espectro autista, Down…) porque se consideran otro tipo de perfil. También quedan fuera los que tienen trastornos suaves del lenguaje, como las dislalias (no pronunciar bien determinados fonemas). Los profesionales del CREDA se centran en los casos severos. La demanda es altísima y no hay capacidad para acoger todas las solicitudes. Además, los niños pueden necesitar esa ayuda durante un curso escolar, dos o más. Hasta que un alumno no recibe el alta por parte del logopeda este no puede coger más menores. Hay críos que avanzan rápido y otros no tanto porque, entre otras causas, no reciben estimulación en casa, pasan mucho tiempo solos o delante de la televisión.

Todas las escuelas públicas intentan ser inclusivas, así que en Catalunya también existen las llamadas aulas SIEI, con un máximo de 10 alumnos. El problema es que la prioridad son los menores con necesidades especiales (no tanto con dificultades). Una niña sorda tiene, evidentemente, preferencia ante un niño, por ejemplo, que no pronuncia bien la z o la s.

No hay logopedas en el cole

En el resto de España la situación es similar. Los colegios públicos carecen de logopedas en plantilla. Algunos concertados tienen, pero las familias han de contratarles aparte, como ocurre con las actividades extraescolares. Lo que sí hay en los colegios públicos son profesores de pedagogía terapéutica y profesores de audición y lenguaje. Estos son personal educativo y no sanitario, como ocurre con los logopedas. 

El Consejo General de Colegios de Logopedas explica que la falta de logopedas en la escuela pública es una de sus principales preocupaciones y reivindicaciones. “Hemos tenido reuniones con las consejerías y con el ministerio de Educación, pero, de momento, la respuesta sigue siendo negativa a facilitar el acceso de los logopedas a ejercer en el ámbito educativo”, explica Mireia Sala, presidenta del Consejo

“Reivindicamos nuestra presencia en la escuela pública porque los alumnos con dificultades de comunicación y lenguaje necesitan atención logopédica. En la actualidad, los maestros especialistas en audición y lenguaje acaban cumpliendo funciones propias de un profesional sanitario logopeda, sin tener las competencias necesarias. Es grave que, en muchas ocasiones, a estos maestros se les llame logopedas. Se crea confusión en las familias”, añade Sala. En su opinión, la acción coordinada de logopedas y maestros especialistas en audición y lenguaje “garantizaría el derecho de los alumnos con necesidades específicas a alcanzar las competencias educativas en igualdad de condiciones que el resto”. 

El número de maestros en audición y lenguaje (así como los de pedagogía terapéutica) depende de la cantidad de niños que tengan necesidades o dificultades. Estos suelen formar pequeños grupos y dan clases algunos días a la semana. Una vez más, las horas y la inclusión de niños en estas aulas depende de los recursos que haya. Y, como siempre, los casos graves tienen prioridad. Es decir, los menores con retraso madurativo o algún tipo de discapacidad o trastorno auditivo o visual, explica Rodrigo Seoane, miembro de la federación estatal de CCOO.

Trabajar más en la prevención

El sindicato está convencido de la importancia vital que supone prevenir futuros problemas en los estudiantes. Por eso, reclama la presencia de más profesionales para que acudan a las clases de manera regular y trabajen con todos los alumnos. “Un trastorno específico de la lectura (dislexia) puede ser algo severo y nos podemos encontrar con que ese niño o niña es incapaz de leer en cuarto de Primaria. Cuanto antes se trabaje sobre ello, mejor”, explica Seoane, que destaca que cada vez hay más alumnos con algún tipo de necesidad educativa, ya sea trastornos de la lectura, del cálculo o de ortografía. La prevención, de hecho, es fundamental. Algunas guarderías organizan encuentros con logopedas para resolver las dudas de los padres. Las sesiones, con niños incluidos, son una vía para constatar de manera profesional si el crío tiene alguna dificultad con el lenguaje o no. 

Al igual que sus compañeros de sindicato en Catalunya, Seoane está convencido de que en muchas ocasiones el progreso de los alumnos depende de la voluntad de los maestros. “Los profesores están desbordados. Necesitamos que los poderes públicos inviertan más en Educación. Que haya profesores de refuerzo o que se trabaje en las aulas por proyectos solo es posible con más presupuesto. La inclusión educativa con garantías supone más recursos y más profesores especializados”, concluye.

¿Cuándo me debo preocupar?

La presidenta del Consejo General de Colegios de Logopedas, Mireia Sala, explica que a los tres años un niño o niña debería ser capaz de estructurar bien frases de tres o más elementos y utilizar verbos. Sería una señal de alerta que no hiciera preguntas o que no se interesara por cuentos o historias. Entre los tres y los cuatro debería usar oraciones complejas y ser capaz de comprender y producir un amplio repertorio de vocabulario. La mayoría de sonidos deberían estar bien pronunciados. Entre los cuatro y los cinco debería ser capaz de estructurar el lenguaje correctamente y de jugar con él a través de adivinanzas o chistes. Sería una señal de alerta si no fuera capaz de pronunciar correctamente todos los sonidos de forma aislada. También si no presenta una deglución madura, si no respira por la nariz con la boca cerrada o si su voz fuera ronca.

Tres ejemplos de niños

Alfonso, con casi cuatro años, solo tenía una persona que le entendía perfectamente: su madre. “Pronunciaba la mayor parte de palabras muy mal. Yo era la única que sabía lo que quería decir”, explica Laura. El crío fue creciendo y se fue encerrando en sí mismo. Ser consciente de que no hablaba bien le convirtió en un ser extremadamente inseguro y tímido. “Un día, la profesora me comentó que Alfonso quizá iba a necesitar ayuda profesional. Confié en su criterio y me puse a buscar logopedas. Contratamos una privada cerca de casa. La terapia nos costaba unos 100 euros al mes. En los seis primeros meses notamos muchísimos avances. Él la llamaba la profesora del juego, aunque yo le expliqué que era una profesional que le iba a ayudar a hablar mejor. Después de dos años ya tiene el alta. Mi hijo no es el que era. Estamos muy contentos porque creo que le hemos evitado futuras frustraciones”, explica Laura.

Alfonso va a un colegio concertado de Madrid. En su clase -tercer curso de Infantil- son 28 alumnos. De ellos, seis han acudido o están acudiendo a un logopeda. “Es algo mucho más frecuente de lo que pensamos”, añade la madre de Alfonso.

Eva es otra mamá de la misma clase. El problema de su hijo, que acaba de cumplir seis años, era bastante más leve que el de Alfonso. También fue la maestra la primera en percatarse de la dificultad del lenguaje y en advertir a la familia sobre el abuso que Daniel hacía de la z. “Acudimos a luna logopeda privada y ahí estuvimos unos meses, pero después la pediatra de la Seguridad Social nos envío a un centro especializado, donde certificaron que mi hijo necesitaba ayuda. Nos admitieron. Y fue una alegría económica porque así nos ahorrábamos 100 euros mensuales. Daniel ha ido durante dos años. Las clases no eran individuales sino en grupo, con otros niños y niñas con problemas similares. Ya tenemos el alta y creo que hemos hecho lo mejor para Daniel”.

Laura y Eva confiaron ciegamente cuando la maestra les comentó las dificultades de sus críos. No fue el caso de otra mamá del mismo colegio, Luisa, que siempre achacó la mala pronunciación de su hijo a la edad. “Es de finales de año, así que pensé que ya tendría tiempo de madurar y avanzar. Es evidente que un niño pequeño habla mal o regular, así que no le dimos importancia”. Con tes años ya cumplidos, la profesora insistió. Les comentó que, a largo plazo, Miguel podría tener problemas a la hora de escribir y leer. “Ahí fue cuando nos preocupamos. Y decidimos contratar a la logopeda del colegio. La terapia nos cuesta 130 euros al mes. Pero su mejora es evidente. Él considera esas clases un juego. Está encantado. Y nosotros también”, concluye Luisa.

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