TRADICIONES POR ERRADICAR

El drama de la ablación: "De pequeña preguntaba cuándo me tocaría"

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Marta Alcázar

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Aissatou Diallo nació en Guinea Conakry hace 43 años, un lugar donde la mutilación genital femenina (MGF) se aplica al 97% de las mujeres. Es el segundo país del mundo -el otro es Somalia- donde se mutila prácticamente a toda la población femenina. Pero Diallo se considera una afortunada: “Mis padres me hicieron daño sin saberlo pero también me protegieron. Yo no tengo la mutilación tipo 3, como muchas mujeres de mi país y me la practicaron en un centro médico”, explica sin querer desvelar la tipología de la suya pero dejando entrever que fue de las menos invasivas.

La mutilación tipo 3 supone la extirpación de todos los genitales externos y el estrechamiento de la abertura vaginal mediante una sutura. Diallo conoce a varias mujeres con esta infibulación: “Tienen un miedo aterrador a que el marido quiera tener relaciones sexuales porque les duele mucho. Me explican que se sienten vacías por dentro porque descubren que existen sensaciones que ellas nunca podrán tener”, lamenta. El mayor riesgo, según Diallo, está en las zonas rurales: “Cortan con la misma cuchilla y tapan la herida con tierra. Imagina cuántos problemas pueden surgir”, explica la ahora activista contra la MGF.

De premio, una vaca

No siempre estuvo en contra de la ablación: “Cuando era pequeña le preguntaba a mi madre cuándo me tocaría. Mis amigas del colegio me rechazaban porque no era pura”, recuerda. Le tocó a los 8 años: “Es un dolor que nunca se olvida. Apretaba fuerte los dientes para no llorar porque a las niñas les dicen que a la que llora no le regalarán una vaca. Y así es”, relata. Cambió de opinión más adelante: “En el instituto aprendí que había mujeres no mutiladas. Luego conocí a una doctora que no mutilaba a sus hijas y nos explicó los motivos. Mis amigas y yo empezamos a cuestionarlo”, reconoce. La hija de Diallo, que ahora tiene 21 años, no ha sido mutilada.

Diallo reside en Barcelona desde hace 15 años. Trabaja como educadora en un centro de menores no acompañados llegados de África y se dedica a la sensibilización contra la ablación desde su fundación Ahkama: “Preparamos a las recién llegadas para su primera visita al médico. No están acostrumbradas a hablar de ello y entran en shock cuando el doctor les habla de la ablación”, relata. ¿Y cómo asisten a las charlas de un tema tabú? “Anunciamos charlas sobre salud e higiene. Si pusiéramos ablación no vendría nadie”, reconoce. Diallo sostiene que hay mucho trabajo por hacer en su país: “En la capital, son las enfermeras quienes mutilan y conocen los efectos. Por desgracia es algo que da dinero”, comenta. Diallo ha apadrinado a varias niñas en África bajo la condición de que no sean mutiladas.

“Los hombres estamos detrás”

“En Gambia nadie habla de esto. Yo mismo pensaba que era cosa de mujeres pero no conocía el problema” afirma Alfred Sanyang, natural del país de África Occidental, tras haber asistido a una formación para hombres. “Dicen que es cosa de mujeres pero los hombres estamos detrás. Al final son nuestras mujeres, nuestras madres y nuestras hermanas. Si un familiar no está bien, nosotros sufrimos”, explica. Sanyang es de la etnia jola y aunque las mujeres de su familia no han sido mutiladas, en su país la práctica alcanza al 80% de la población femenina

“Lo hacen musulmanes y cristianos. Los hombres quieren casarse con mujeres vírgenes y yo me pregunto por qué la mujer sí y el hombre no”, denuncia en un perfecto catalán tras residir 12 años en Girona. Ahora tiene 35, trabaja en la industria cárnica y se ha convertido en formador de otros hombres para erradicar la ablación en su continente: “Hemos hablado con médicos, con imanes que niegan que la ablación esté en el Corán y hemos escuchado cómo algunas mujeres con mutilación tipo 3 explican su dolor cuando las cosen y las vuelven a abrir para el matrimonio” explica.

Su primera charla como formador ha sido en Cassà de la Selva: “Entre los hombres hay mucha ignorancia. Al oír a los testimonios algunos lloran”, explica y afirma que la mayoría cambian de opinión. Aun así, cree que queda trabajo por delante: “Los hombres tienen la voz en Gambia. Si se implican, sus familias les harán caso y acabaremos con todo esto. Es triste pero es así”, lamenta.