La legalización del cannabis convierte a Canadá en un gigantesco laboratorio

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Ricardo Mir de Francia

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Días después de que Canadá legalizara el consumo lúdico del cannabis, un equipo de científicos de la universidad quebequesa de McGill publicó los resultados preliminares de un estudio que podría revolucionar el tratamiento del dolor crónico. Utilizando extractos de cannabidiol (CBD), uno de los principios activos más comunes en la marihuana junto al THC, sus investigadores aislaron una dosis efectiva de CBD para paliar el dolor y la ansiedad sin que generase los efectos psicotrópicos y adictivos asociados al THC. El estudio tiene todavía que superar las tres fases clínicas que preceden a la comercialización de cualquier medicamento, pero, de progresar, podría servir para reemplazar eventualmente a los opioides, los potentísimos analgésicos narcóticos que han dejado un reguero de adicción y muerte en Norteamérica. 

“Hay que tomar los resultados con cautela porque necesitamos más estudios clínicos para comprobar si el CBD es lo suficientemente potente en humanos y puede sustituir a los opioides”, dice a EL PERIÓDICO Gabriella Gobbi, la psiquiatra al frente del equipo de investigadores de McGill. Gobbi lleva trabajando con cannabis desde el 2002, tres años después de que Canadá legalizara la marihuana para uso medicinal, pero reconoce que queda mucho por andar para esclarecer sus propiedades terapéuticas y su impacto social. Entre las primeras, hay más ruido que evidencias, más esperanza que efectos plenamente demostrados. No en vano, el consenso médico en Canadá sobre los beneficios del cannabis se reduce solo a tres ámbitos. Para mitigar las crisis de ciertos tipos de epilepsia, para reducir la rigidez muscular en las enfermedades neurodegenerativas y para aumentar el apetito en los enfermos de cáncer y sida. “Todavía sabemos muy poco”, dice la doctora Gobbi, de origen italiano. 

La legalización impulsada por el gobierno de Justin Trudeau ha ampliado el espacio para la investigación, tanto para los ensayos clínicos como para explorar las dimensiones sociales, biológicas o genéticas del cannabis. Hay dinero, energía y margen regulatorio. Pero la nueva regulación también ha convertido a los 38 millones de canadienses en el banco de pruebas de un gran experimento social que hasta ahora solo había emprendido la diminuta Uruguay. La población apoya mayoritariamente la legalización, planteada por Trudeaucomo una alternativa a la “fallida prohibición” que pretende reducir el consumo entre los menores (el más alto del mundo, según UNICEF), arrebatar a las mafias los beneficios del negocio y acabar con el coste social de las condenas por marihuana. 

Las inquietudes médicas

El experimento inquieta a los médicos, muy divididos respecto a la liberalización, según las encuestas. “El principal temor es que el consumo se dispare y que cale la impresión entre los jóvenes de que es una sustancia inofensiva”, explica el doctor Robert Perreault, uno de los principales asesores médicos del gobierno de Quebec en el proceso de legalización. “Los estudios realizados en otras partes no confirman, sin embargo, ninguna de las dos premisas”. La Asociación Médica Canadiense no se ha opuesto formalmente a la legalización, pero como han hecho los psiquiatras o los pediatras ha expresado su preocupación por el impacto de la marihuana en el desarrollo cognitivo de los adolescentes o en las enfermedades mentales. Y ha pedido a Trudeau que ponga la salud de los canadienses por delante de los intereses económicos de la nueva industria. 

El Gobierno se defiende argumentando, entre otras cosas, que la nueva ley ha endurecido hasta los 14 años de cárcel la venta a menores. Provincias como Quebec han prohibido la publicidad del cannabis. Y se preparan campañas de concienciación sobre los riesgos de la droga. “Desde el punto de vista de la salud pública tiene muchas ventajas. Los padres y las escuelas podrán hablar abiertamente del tema y se podrá investigar con más libertad”, opina el doctor Perreault.

Las facilidades para los científicos

Para los científicos se ha abierto plenamente la veda. Hasta ahorales resultaba casi imposible obtener dosis estandarizadas de los compuestos del cannabis, una planta con infinidad de variedades. Y antes de llevarla al laboratorio tenían que obtener una exención en la ley que regulaba los estupefacientes. “Muchos investigadores tenían que esperar hasta dos años para obtener la sustancia. De haber ido al parque, les hubieran bastado 30 segundos para comprársela al camello, pero por los cauces legales se tardaba meses o años en obtenerla, lo que ha entorpecido la investigación”, añade Perreault. 

Pero quizás el mayor obstáculo ha sido la financiación, dadas las complicaciones legales y éticas que el cannabis presentaba. “Ahora hay muchas más empresas productoras y eso ha hecho que crezca notablemente la financiación privada”, asegura la doctora Gobbi. También se ha reactivado el dinero público tras la sequía impuesta por el gobierno conservador de Stephen Harper (2006-2015), quien llegó a definir la marihuana como una droga “infinitamente peor” que el tabaco, en contra del criterio de los expertos. Hay una quincena de estudios en marcha y han aumentado las subvenciones. 

El libre acceso

“Canadá es ahora un enorme laboratorio. Nosotros hacemos experimentos y el mundo nos mira esperando los resultados”, dice la doctora Gobbi. No quiere acabar sin expresar antes una de las paradojas irresueltas del nuevo modelo canadiense, que ha pasado de considerar el cannabis una medicina por prescripción médica a un producto de libre acceso para los adultos. “Si piensas que es una medicina, no puede ser de uso recreativo para todo el mundo”, opina la investigadora. Una de las opciones que se barajan pasa simplemente por eliminar el sistema de cannabis medicinal. Canadá se ha dado cinco años para decidir su suerte.