EL PROBLEMA DE LA VIVIENDA

Aumento alarmante en Barcelona de los 'pisos patera' por el precio del alquiler y los desahucios

El regreso de los pisos patera

En este piso del Poble-sec viven amontonadas diez personas. La limpeza es imposible. / FERRAN NADEU (VÍDEO: FERRAN NADEU - ELISENDA PONS)

Elisenda Colell

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Generalitat definió en 2012 los hacinamientos -o pisos patera- aquellas viviendas cuyas habitaciones cuentan con menos de 5 metros cuadrados por persona. El fenómeno ya afecta el 12% de la población total de Cataluña, según publicaba la semana pasada Cáritas de Barcelona en una encuesta sobre Integración y Necesidades Sociales elaborada por la Fundación Foessa. Un porcentaje que se eleva a la mitad (el 49,6%) de la población nacida fuera de la Unión Europea. "Cada vez detectamos más casos" afirma la directora del Casal dels InfantsRosa Balaguer. La oenegé que atiende niños y adolescentes de familias vulnerables en el Raval, Badalona o Santa Coloma, ve como cada vez más familias se están amontonando en pisos alrededor del Área Metropolitana.

"Los pisos patera se han convertido en la única solución que han encontrado las familias para no quedarse en la calle ante la burbuja de los alquileres y la falta vivienda social", destaca Balaguer. Una situación que también constatan desde la Asociación Educativa Itaca, que ofrece refuerzo escolar a 200  niños que viven en los barrios de Torrassa Collblanc en l’Hospitalet de Llobregat. "No damos abasto con tantos desahucios", lamenta la subdirectora de la entidad, Lidia González que avisa: "En los pisos sobreocupados los niños no pueden jugar ni hacer los deberes, se están vulnerando sus derechos humanos, alguien tiene que parar esta rueda". Según ambas entidades, el hacinamiento repercute en el desarrollo mental y emocional de los niños. "Vemos tristeza y angustia en sus ojos cuando vienen al centro", afirma González.

La responsable de vivienda del Col·legi de Treball SocialGemma Barba, añade que muchas de estas familias tampoco tienen alternativa, porque su acceso a una vivienda social está vetado. "Vivir en una infravivienda no es motivo para acceder a un piso de emergencia social, solo se pueden registrar aquellos que tienen una orden para ser desahuciados", explica. "Estas familias se han vuelto invisibles, y los Servicios Sociales no podemos ofrecerles nada", explica esta trabajadora social que trabaja en la Oficina de Habitatge de Esplugues de Llobregat.

Los niños que viven en estos pisos están privados del juego en casa

"En los inicios del 2000, los pisos patera estaban habitados por inmigrantes acabados de llegar, manteros y personas en situación irregular. Ahora ya no es así. La gente no tiene para pagarse un piso, da igual de donde vengas", comenta Ababacar Thiakh, miembro del grupo de vivienda la federación de Entidades de Acción Social (ECAS) y uno de los impulsores de la cooperativa Diomcoop, que ayuda a salir de la exclusión social a personas que ejercen la venta ambulante. Si bien es cierto que las personas migrantes tienen más difícil acceder a una vivienda, y en general, a una renta alta, ahora los pisos sobreocupados se han normalizado también entre las personas nacidas en Cataluña. "Necesitamos resolver urgentemente el problema de la vivienda", asegura.

 La presidenta de la Taula del Tercer SectorFrancina Alzina, ve con "preocupación" una situación, que dice, "implica inseguridad, mucho sufrimiento y va en contra de los derechos humanos". Alzina pide "coherencia" a las administraciones públicas: "Necesitamos presupuestos que permitan garantizar el derecho a la vivienda". Entre algunas medidas, el tercer sector propone aumentar el parque de la vivienda social del 2 al 15%, poner un "tope" al precio del alquiler o mejorar las ayudas de los arrendatarios. "Necesitamos un pacto social para garantizar una vivienda en el área metropolitana de Barcelona", señalan todas las entidades sociales. 

La casa de las camas calientes

Andrea tiene treinta y cuatro años. Nació en Barcelona y dejó de estudiar al terminar la ESO. Ahora trabaja limpiando oficinas, consultas médicas y algún restaurante en diversos municipios del Área Metropolitana. Cobra en función de las horas que limpia. Como máximo, cada mes consigue 300 euros. Su pareja, Rachid, es un chico marroquí sin papeles que lleva dos años viviendo en Barcelona. Durante el día vende la chatarra que encuentra por la calle. De noche vende latas de cerveza. Para ellos, vivir solos en un piso de alquiler es misión imposible, o más bien un sueño fuera de su alcance. "Nos piden un contrato de trabajo y un precio que no podremos pagar nunca". Ahora comparten piso ocupado en el barrio del Poble-sec de Barcelona con ocho personas más. Su casa es, en realidad, una habitación de menos de 10 metros cuadrados donde caben un colchón y un armario. Nada más.

Los ocupantes del piso se turnan las camas por horas, se relevan de día y de noche

"Las otras habitaciones son más grandes" dice Andrea. En una duermen tres personas, en otra cuatro. Pero siempre hay alguien que puede estar peor. En este caso, se trata de un hombre albanés que a las tres de la tarde yace en un plegatín en medio de una sala. Le llaman comedor pero allí no come nadie. No hay ni mesa, ni sillas. En su ausencia, decenas de colillas cubren el suelo. "Alguna vez me he encontrado una jeringuilla" dice Andrea. La suciedad invade toda la casa. "Cuando llegamos en este piso, cada día estaba más de tres horas limpiando. Ahora paso. Nadie colabora ni lo más mínimo. ¿Por qué tengo que hacerlo yo todo?", se pregunta la joven, que guarda ollas y paellas limpias en el armario donde tiene la ropa. Igual de deprimente es el resto de la casa. El baño consiste en un retrete y un plato de ducha. "No tenemos agua corriente, nos duchamos con garrafas". Y la cocina es impracticable. Una masa de roña de color marrón cubre el horno, los fogones y la encimera. La nevera tampoco la pueden usar. "Si la encendemos se apaga la luz".

Aparte de la pareja, el resto de inquilinos son itinerantes. "Por este piso ha pasado todo el Raval: camellos, putas, carteristas... la puerta está siempre abierta", se queja Andrea. De hecho, la mayoría de camas tienen más de un dueño. Se conoce como 'camas calientes'. "Uno duerme de día, y alguien lo hace por las noches, y así pagan la mitad". Eso sí, las propiedades de cada uno deben caber en una mochila. El precio de la cama oscila entre los 50 a los 200 euros, en función del número de días que uno esté. La tarifa la marca el seudopropietario del piso: un hombre que hace tres años reventó la puerta de esta vivienda vacía. Los ocupas comentan que, en realidad, el piso es de un policía gallego que está ingresado en un psiquiátrico.

"Me quejé y uno de ellos me amenazó con un cuchillo"

Andrea Samper

— Ocupa

Pero hay algo peor que la suciedad y el desasosiego: vivir con miedo. "Aparte del olor a marihuana, cada día hay peleas. Por las noches no podemos dormir porque ponen la música a tope".  La semana pasada Andrea estalló, pidió silencio porque el día siguiente le tocaba trabajar. Entonces, explica, "un hombre me sacó un cuchillo y me dijo que me iba a matar". Se fue a la comisaria de los Mossos a denunciarlo. Des de aquél día decidieron cerrar con llave la puerta de su cuarto. "Alguien tiene que parar esto, así no podemos vivir".

Desde los 18 viviendo en un sofá

Una madre, tres hijos, una nieta, dos hermanos. Esporádicamente, esta noche hay dos sobrinos más. En total, nueve inquilinos que van a dormir en un piso de menos de 60 metros cuadrados en el barrio de Collblanc, en l’Hospitalet de Llobregat. Se trata de la familia Caela, originaria de Republica Dominicana que hace casi diez años se asentó en España. El primero en llegar, el tío, que contrajo una hipoteca y compró el piso. Ahora el resto de la familia paga religiosamente 500 euros mensuales al banco para financiar la hipoteca. "Siempre que llega un Caela es hospedado en esta casa", cuenta la hermana mediana, Charo, que asegura que en este piso han llegado a vivir hasta 12 personas.

Nueve personas conviven en este piso, tres son niños de menos de 10 años

Ahora es el hijo menor, que tiene 20 años, Cristofer, quien duerme en el sofá. No tiene armarios, ni pósteres colgando de la pared, ni habitación propia como la mayoría de chicos de su edad. Lleva dos años en esta situación, desde que hizo los 18 y vino a España. Él se lo toma a risa: "El sofá es muy cómodo y tengo la tele para mí, que más puedo pedir?". Sus dos hermanas y su sobrina de 4 años duermen en otra habitación, donde solo cabe una cama. Charo, la madre, trabaja 9 horas cada día limpiando habitaciones en un lujoso hotel de Barcelona. La contrata una empresa de trabajo temporal. En función de las habitaciones que limpie consigue más dinero. Su máximo son 900 euros, aunque normalmente en cuanto llega a los 700 tiene que parar. "Mi hija me necesita: tengo que bañarla, vestirla, y darle de comer".

Hace más de un año que está intentando irse de este 'piso patera', como ella misma describe. Buscar entre los anuncios de las inmobiliarias es una pesadilla. Siempre lee la misma frase: "ni mascotas ni niños". Y los precios la disuaden del todo. "Entre la comisión que nos cobra la inmobiliaria, la fianza, el pago por adelantado y el alquiler. No me lo puedo ni plantear. Con este precio me pago un piso en mi país", explica. Peor lo tiene su hermana, que quiere traer a su hija pequeña a la península. "Para tramitar la reubicación familiar le piden una vivienda digna", cuenta Charo. Obviamente, este no es su caso.

"Es muy frustante, tenemos que salir de aquí"

Charo Caela

— Inquilina y camarera de piso

"Es muy frustante. Muchas veces me agobio y me tengo que ir a andar por la calle", dice esta madre soltera que no llega a los 30 años de edad. "Cuando estamos todos no cabemos ni en el sofá ni en la mesa del comedor... ya no te digo si los niños quieren jugar!". La limpieza se organiza por turnos, al igual que la comida.

Al terminar la escuela, los educadores del casal Ítaca les recogen los niños y los traen a un centro socioeducativo. Allí tienen dos horas para correr, jugar o hacer manualidades. En cuanto llegan a casa, el espacio está mucho más limitado. Pensar en el futuro es inevitable. "No podremos aguantar más tiempo asi. ¿Qué pasará cuando la niña tenga que hacer deberes?" se pregunta Charo, que admite que tanto ella como su hija necesitan intimidad. De momento la familia lo aguanta todo. "Nos llevamos bien, peor estaría en la calle", suelta Charo, con una sonrisa.